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sábado, 8 de julio de 2017

LA TRISTEZA Y LA FURIA


En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...

En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas...

Había una vez... un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.

La furia, apurada (como siempre esta la furia), urgida -sin saber porqué- se baño rápidamente y mas rápidamente aun, salió del agua...

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza...

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.

Anónimo

viernes, 26 de febrero de 2016

Estos  días de abolición subjetiva

El sujeto no se pregunta por lo que le pasa sino que el síntoma resulta una solución de goce, alejado de lo simbólico.
Graciela Sobral*
En la clínica de esta época surgen cierto tipo de síntomas que llamamos "síntomas contemporáneos", que muchas veces ocultan la estructura subjetiva y que, más que mostrar un significado reprimido para el sujeto muestran un nudo opaco de goce que no admite preguntas. El sujeto no se pregunta por lo que le pasa y el síntoma aparece más claramente del lado de una solución de goce, alejado de lo simbólico.
Entonces a partir de los años 70 hablamos de discurso capitalista, de síntomas contemporáneos, del sinthome, de la "cosificación" del sujeto: efecto de la producción de subjetividad que determina el neoliberalismo.
Si el sujeto de los años 50 se movía con soltura en relación al lenguaje y trataba de que la verdad de sus síntomas fuera revelada, esa posición no es la que caracteriza al sujeto actual, que es menos dado a la interrogación subjetiva. Aun los que somos mayores vamos cambiando en el sentido de la época, entre otras cosas, por ejemplo, también vamos firmemente adheridos a nuestros gadgets como si lo hubiéramos hecho toda la vida.
En mi práctica clínica, hay un tipo de casos que ilustra bien este anudamiento de la sociedad actual y los síntomas contemporáneos: la anorexia. Decimos anorexia pero, evidentemente, no todas las anorexias son iguales. A grandes rasgos podemos pensarlas en relación a los dos tipos de síntomas que hemos descrito. Hay una anorexia que se inscribe en la lógica del síntoma metafórico, freudiano. Es un síntoma que tiene en cuenta al Otro, que se dirige a él. Se trata del sujeto neurótico, por ejemplo una joven histérica, que hace un síntoma anoréxico pero éste no constituye ni el centro de su vida ni de su ser, se inscribe más en la línea de un mensaje dirigido al Otro. Puede padecer anorexia durante un tiempo más o menos largo pero en este caso la anorexia se comportaría como cualquier otro síntoma, sería susceptible de ser interpretada y podría perder su virulencia o desaparecer más o menos fácilmente cuando su valor en relación a la demanda y el deseo se esclarezca.
En cambio, hay otros casos que muestran una estructura diferente. Cuando hablaba de los síntomas contemporáneos decía que en muchos casos éstos ocultan la estructura, que puede ser una neurosis o una psicosis. Ahora bien, no es lo mismo tratar un síntoma en una neurosis que en una psicosis. El síntoma en la neurosis tiene la capacidad de desplegar una verdad y de ser interpretado. En la psicosis, en cambio, es mejor no intervenir directamente sobre el síntoma o no tratar de contrariarlo porque es posible que éste cumpla una función de suplencia, es decir que el propio síntoma constituya un anudamiento, algo que le permita al sujeto seguir adelante con lo insoportable, con el horror. El sujeto neurótico tiene un recurso para hacer con lo imposible que es la significación fálica. El psicótico, no. Frente a determinado encuentro con lo real el psicótico, al no disponer de algo que vele lo real, puede desencadenarse o, en el mejor de los casos, puede hacer un síntoma que evite el desencadenamiento.
Como hemos dicho, hay toda una suerte de síntomas que proliferan actualmente, los llamados síntoma contemporáneos (anorexias, bulimias, toxicomanías, agresividad, etc.) que pueden estar cumpliendo esta función. Los sujetos están cada vez más desabonados del inconsciente, cada vez tienen menos recursos simbólicos. En ese sentido podemos hablar de la abolición subjetiva.
En estos días una joven paciente me contaba un episodio que puede ser interesante para ilustrar esta cuestión. No se trata de una paciente anoréxica pero frente a un acontecimiento trágico de su vida, del que le cuesta hablar, comenzó a preocuparse por su imagen, a verse gorda. Esto le ocurre durante el transcurso del verano pero ella no contó nada en sesión. Lo cuenta ahora, el día en que se dio cuenta de que mientras padecía este temor a engordar, en el transcurso de 3 meses, íle mandó 1000 fotos a su novio! No se trata aquí de presentar el caso pero me pareció interesante pensar, por un lado, que usa el síntoma "verse gorda" en lugar de hablar de lo que le pasa y, por otro, que frente a esta carencia en lo simbólico, aparece la prevalencia de la imagen tan característica de nuestra época tecnológica. í1000 selfies en lugar de una palabra!
Entonces, para concluir, el malestar en la cultura actual, el discurso del neoliberalismo empuja al sujeto a esa posición de sujeto abolido. Un sujeto que es dócil frente al discurso capitalista y su capacidad para producir subjetividades, subjetividades "artificiales", podríamos decir, que no están en consonancia con lo verdadero del sujeto sino con los significantes de la época o con los ideales impuestos, que luego resultan insostenibles. Más allá del ejemplo de la anorexia que es muy interesante porque tiene dos patas (la del síntoma metafórico, más vinculado al deseo y la del síntoma epocal, más vinculado al goce) esto que estamos señalando lo vemos a diario, sujetos que hacen carreras universitarias que en realidad no les interesan, que tienen novias o esposas que no les gustan, que no saben por qué han tenido una vida que no deseaban realmente. Se trata de sujetos que no se hacen responsables de su lugar de sujeto y deponen su deseo. Gozar, se goza. Lo difícil es desear y sostener un deseo que nos permita disfrutar.
En muchos casos el psicoanálisis puede servir para que el sujeto se encuentre con sus deseos más íntimos y se responsabilice de ellos, para emprender una vida orientada desde dentro (de sí) y no desde fuera.
El psicoanálisis nos puede ofrecer una gran ventaja terapéutica y su teoría, por otro lado, nos muestra de qué manera el sujeto actual puede verse atrapado en unas redes que lo posterguen subjetivamente.
*Miembro ELp y AMP. Madrid.

Publicado en diario Página 12 –Rosario Argetnina- el 14-01-2016

martes, 23 de febrero de 2016

Quedándote o yéndote


Quedándote o yéndote

Y deberás plantar
y ver así a la flor nacer
y deberás crear
si quieres ver a tu tierra en paz
el sol empuja con su luz
el cielo brilla renovando la vida
y deberás amar
amar, amar hasta morir
y deberás crecer
sabiendo reír y llorar
la lluvia borra la maldad
y lava todas las heridas de tu alma
de tí saldrá la luz
tan sólo así serás feliz
y deberás luchar
si quieres descubrir la fe
la lluvia borra la maldad
y lava todas las heridas de tu alma
este agua lleva en sí
la fuerza del fuego
la voz que responde por tí
por mí...
y esto será siempre así
quedándote o yéndote.

lunes, 22 de febrero de 2016

Los varones ante el amor

“Te quiero sin saberlo”

Muchos hombres, neuróticos obsesivos, se protegen –sostiene la autora– mediante “enredos laberínticos”, ya que “a la hora del amor temen ser devorados por un Otro que desea”; así “evitan encontrarse con la mujer de sus deseos o quizá de sus sueños”.
Carolina Rovere *

La histeria se queda con las ganas en el amor, sosteniendo siempre que existe una mujer que las tiene todas; y el obsesivo sufre en secreto haciendo de su vida un via crucis permanente que hace imposible acceder al objeto que causa su deseo. Y, como la dimensión amorosa se teje en la trama misma de la neurosis, el problema del amor siempre se presenta con la modalidad típica de la histeria u obsesión. ¿Pero por qué el amor es un problema? Amor y castración van de la mano: el amor implica siempre un encuentro con la propia falta; “Me haces falta”, se dicen los enamorados. Y esto en los hombres tiene una relevancia sustancial: reconocerse en falta es feminizarse.
En realidad, la posición frente al amor es siempre femenina: así, representa una dificultad mayor para hombres que para mujeres, aunque éstas no se quedan muy atrás, sobre todo en estos tiempos en donde encontramos una tendencia creciente a la virilización en el mundo femenino, tal como lo sostiene Lêda Guimaraes (“El estatuto de la feminidad en nuestros días”, en Revista Logos Nº 7, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2012). Un hombre que se asume enamorado corre un alto riesgo: castrarse. Cuando el hombre, tocado por el amor, no puede tolerarlo, suele ponerse al reparo permaneciendo en una posición que lo resguarde. Protegerse contra los riesgos que ocasiona enamorarse es una respuesta típica en los hombres, y la coraza protectora puede adquirir múltiples modalidades de presentación.
Una de ellas es el cálculo: es una situación muy común y la encontramos en el conjunto de argumentos que los hombres construyen para no involucrarse con una mujer que, sin embargo, les interesa. Es muy probable que el cálculo sobrevenga cuando ya el hombre ha sido tocado por una mujer que le importa, aunque también se puede ubicar previamente, en la serie de pensamientos que –con muy buenos argumentos, tal vez los mejores, para abonar la idea de mantener distancia– impiden el acceso a ella. Esto da como resultado que él no pueda llamarla ni decirle nada o mostrar algún signo de interés. Esta actitud tiende a alejar a cualquier mujer que pretenda tener una relación estable con un hombre, ya que abona en ella la idea de no ser deseada.
El obsesivo va en el sentido contrario al objeto que causa su deseo. Bernardino Horne lo ha formulado con precisión al afirmar que “La neurosis obsesiva es una burocratización de la fobia”. Es una manera clara y certera de presentar a la obsesión hermanada con la fobia: un disfraz de enredos laberínticos que preservan al sujeto del encuentro con la falta. Pero, ¿cuándo se precisa una fobia? La fobia se instaura cuando el sujeto se encuentra con una falta que tiene para él estatuto de abismo, es decir de ilimitado; el peligro es perder el ser bajo el signo del fantasma de devoración, como enseña Lacan en el Seminario “La relación de objeto”. A la hora del amor, el obsesivo teme ser devorado por un Otro que desea. Por eso le resulta mucho más fácil someterse a cualquier requerimiento que se imponga dentro de los cánones de la demanda y evitar encontrarse con la mujer de sus deseos o quizá de sus sueños.
Otra forma en que esta caparazón se presenta es la de lo efímero. Es muy frecuente en las relaciones hoy en día, donde abundan los encuentros ocasionales, el acceso rápido, lo pasajero y lo fácilmente olvidable. Son todas formas de preservarse o de no involucrarse en una relación donde el deseo esté comprometido. Tal vez sea ésta la nueva vestidura del anacrónico “don Juan”, posición viril o masculina que hoy encontramos tanto en hombres como en mujeres.
Y también está el rechazo; éste suele presentarse bajo una modalidad renegatoria: hacer como si nada hubiera ocurrido y afirmarse en la convicción de que la vida puede seguir perfectamente bien, igual que antes. Lo que está renegado en este caso es el acontecimiento amoroso. Alain Badiou es quizá quien lo explica de la mejor manera: “El amor se inicia siempre con un encuentro. Y a este encuentro yo le doy estatuto –de alguna manera metafísico– de acontecimiento, es decir, de algo que no ingresa en la ley inmediata de las cosas”; “El encuentro entre dos diferencias es un acontecimiento, algo contingente, sorprende. Las sorpresas del amor” (Alain Badiou, Nicolás Truong, Elogio del amor, Paidós, 2012). El movimiento renegatorio es un empeño en no dar lugar, porque, como dice Badiou, el acontecimiento como tal no ingresa ni encaja en la ley inmediata de las cosas, es decir en nuestro mundo previo. Por eso un encuentro-acontecimiento divide el tiempo en un antes y un después. Muchas veces se requiere de gran coraje para asumir los efectos de ese encuentro que altera lo preestablecido, cambia el programa calculado de antemano.
Pero vayamos ahora al “seguro contra todo riesgo”, expresión que también emplea Badiou en esa obra. Muchos hombres, y también mujeres, intentan hacer del amor un lugar de seguridad absoluta, donde el riesgo sea cero. Intentan construirse un modo “seguro” de vincularse que, a los seres atravesados por la sexuación, los proteja de la posibilidad de enamorarse. “¡Tenga el amor sin el riesgo!”, “¡Se puede estar enamorados sin caer en el amor!” “¡Usted puede enamorarse sin sufrir!”, ironiza Badiou. Bien sabemos que el amor riesgo cero es otra cosa que amor.
Veamos un caso: se trata de una relación que pareció funcionar durante años sin ningún compromiso de ambos. Se llamaban semanalmente o quincenalmente, por lo general muy tarde: así no se daba lugar a ningún programa sino como si fuera algo espontáneo, que se da cuando se da. El problema se suscitó cuando ella empezó a darse cuenta de que él le importaba. Entonces las cosas cambiaron radicalmente para ambos. Cuando ella advirtió que comenzaba a involucrarse mucho, le dijo a él que iba a alejarse, y el hombre la dejó ir. El no pudo-no quiso asumir compromiso alguno con su deseo. Este caso de la clínica es bastante común, y seguramente puede despertar distintas resonancias de situaciones similares. Es muy frecuente en hombres casados, que se vinculan con otra mujer “aclarando”, de antemano, que no van a llegar muy lejos en un compromiso, pero después se verifica que la relación llegó muy lejos en el tiempo, en la frecuencia y en la calidad de los encuentros. ¿Cómo se puede decir a priori cómo uno se va a manejar con un amor? ¿Cómo calcular anticipadamente los efectos que va a tener el Otro sobre uno?
¿Qué es una mujer?
¿Qué es, para un hombre, una mujer? En el Seminario “RSI”, Lacan formula la pregunta así: “¿Qué es una mujer, para quien está estorbado por el falo?”. Y contesta: “Es un síntoma”. Sabemos que el síntoma es una formación del inconsciente: si una mujer entra a formar parte del inconsciente del hombre, quiere decir que él se ha sentido tocado por ella. Y esto se manifiesta en los que Freud llama retoños de la formación del inconsciente: una mujer es sueño, es acto fallido, es lapsus, es síntoma. El deseo del hombre por esta mujer es más que claro, pero hay que poder admitirlo.
Luego, en el Seminario “El sinthome”, Lacan avanza en la formulación y dice que la mujer es para el hombre su sinthome: se ubica así como el nudo que anuda a un hombre. ¡Qué lugar! Aunque es importante precisar que el sinthome, cuarto nudo que hace que lo real, simbólico e imaginario se mantengan juntos, puede adquirir distintos valores. Por ejemplo en el “caso Schreber” –sobre el que escribió Freud–, el amor a su mujer cumple una función de estabilización subjetiva; pero el sinthome es el broche que, a veces como resultado de un análisis, anuda al sujeto cuando ha podido salir de la lógica que sustenta la neurosis. En este último caso se trata del lugar más preciado que podría tener, para un hombre, una mujer.
Con-sentir
Con-sentir, escrito así, conduce a un doble movimiento: por un lado, el consentimiento, en este caso consentir al amor; pero también la decisión de “sentir con”. Si antes hablamos de coraza, ahora se trata del coraje, como actitud necesaria en un hombre cuando una mujer se vuelve inolvidable. No todos los hombres pueden o quieren con-sentir, ya que esto implica un profundo compromiso ético. Ya sabemos que el deseo no es cómodo, cuesta, siempre se requiere pagar por él.
Cuando un hombre se dispone al amor, los efectos de alegría y entusiasmo se manifiestan rápidamente, pero cuando puede con-sentir al amor y deponer sus defensas, los beneficios son mayores, no sólo para él sino para quien elige caminar a su lado. Estos que ahora son dos diferentes pueden construir juntos un nuevo andar, que no es la sumatoria de uno más otro, sino algo nuevo que surge y se arma entre uno y otro. Uno no es siempre el mismo con cada pareja que tenga, uno es cada vez algo distinto y algo parecido, y abrirse a un nuevo amor es construir un nuevo espacio común.
Pero, para que esto sea posible, el hombre debe declinar algo de su interés fálico, es decir: feminizarse. Feminizarse en el amor no equivale a afeminarse. Feminizarse es una posición que al hombre lo enriquece y le suma virilidad. Es la decisión de con-sentir al encuentro con el otro y hacer de ese encuentro una experiencia inédita, única. Cuando el amor toca una verdad, su característica principal es la novedad.
Cuando una mujer cree en su hombre y sabe de su dificultad, puede ayudarlo, si él lo permite, a salir de su rigidez, de su armadura defensiva. Ella debe creer en él y él con-sentir a ella y a lo femenino que ella despierta en él; debe dejarse llevar por su amor. Consentir al acontecimiento amoroso, como encuentro siempre contingente, requiere una posición decidida frente al amor, que deje atrás el modo neurótico de existir.

* Psicoanalista. Autora del libro Caras del goce femenino. Texto extractado del trabajo “Posiciones del hombre frente al amor”, que puede leerse enwww.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=2135.
- Publicado en el diario Página 12, suplemento Psicología, el 29-01-16. Buenos Aires. Argentina.

domingo, 14 de febrero de 2016

Autolesiones en adolescentes

Cortarse sola

Los casos de adolescentes, generalmente chicas, con lesiones autoinfligidas inquietan a los profesionales, replantean el análisis de las primeras etapas infantiles y señalan la falta de camas de internación en salud mental en los hospitales generales de la ciudad de Buenos Aires.

Susana Toporosi *

Los pasillos que conectan los consultorios de Salud Mental de Adolescencia en el Hospital Gutiérrez cada vez más se asemejan a una manifestación de profesionales. Los que integramos el equipo de salud discutimos acerca de qué hacer con la adolescente que vino cortada, no quiere comer y dice que se quiere matar. ¿Ya lo intentó? ¿Lo volvería a hacer? ¿Hay condiciones para que vuelva a la casa y la cuiden? ¿Hay algún adulto que pueda administrar la medicación –en caso de que se decida medicarla– sin dejarla en manos de la adolescente? También empieza a haber varones con estas consultas. Lo que más despierta ansiedad en el equipo es que si no hay condiciones para que vuelva a la casa, nos vamos a tener que enfrentar otra vez con lo mismo: el sistema público de internación está colapsado. No hay una sola cama, ni en nuestro hospital ni en el único otro que recibe adolescentes entre 12 y 15 años. Hasta las camas de la guardia para los que están a la espera de internación están ocupadas. El SAME a veces ya ni atiende el teléfono. La guardia, como no puede internar a la adolescente en ningún lado, la devuelve a consultorios externos. ¿Qué hacer?
Esto nos sucede casi a diario. Lo más enloquecedor es que las autoridades de Salud de la Ciudad ni se inmutan y esta realidad explota en nuestras arterias y cervicales y a veces entre los equipos de Internación y consultorios externos de Salud Mental.
–¡No internen más a nadie! ¿No ven que no damos abasto?
–¿Qué hago entonces? ¿Me la llevo a mi casa para que no se mate; para que yo pueda dormir?
Estas reflexiones vienen empujadas por lo que es hoy la clínica con adolescentes, en su mayoría mujeres, en un hospital público: poblada de situaciones de padecimiento que muchas veces se expresan en trastornos alimentarios acompañados por cortes en la piel del propio cuerpo como motivos alarmantes de consulta; muchas de ellas vienen con ideas de matarse. Estas ideas no siempre implican un deseo de muerte. Muchas veces consisten en un anhelo de dejar de sufrir o de “no estar en ningún lado” para no sentir más el dolor. Sin embargo, llama la atención el gran crecimiento del número de adolescentes que apuntan a la idea de la muerte como salida a su malestar psíquico. Esta es una de las razones por las cuales se requiere tantas veces la intervención de un psiquiatra de adolescentes en el equipo, para sumar a la psicoterapia tratamiento psicofarmacológico cuando el riesgo del pasaje a la acción está presente. En muchos otros casos es necesario decidir una internación para cuidar al adolescente, cuando no hay un ambiente familiar que pueda tener registro y continencia suficientes.
¿Cómo lleva adelante una adolescente el trabajo psíquico de separarse, diferenciarse, discriminarse de su mamá para ser ella misma? La tarea de ser alguien se transforma en esencial: ser un sujeto independiente de sus padres (de los que viene separándose desde el nacimiento) y acceder a la elección de objetos sexuales y vocacionales más allá de los mandatos parentales. Trabajos psíquicos impostergables en esta etapa, pero con las marcas indelebles de cómo fueron la dependencia temprana y los primeros desprendimientos.
¿Qué sucederá si en los primeros tiempos de la vida no se logró consolidar un estado de dependencia absoluta a partir de haber tenido un adulto entregado a su cuidado de modo que esa bebé le pareciera una parte de sí mismo, identificándose con la criatura y conociendo bastante bien lo que ella sentía y necesitaba? Si esa madre no estuvo disponible, no posibilitó que la bebé viviera una experiencia de omnipotencia constitutiva de su narcisismo, que consiste en sentir que ella es la creadora de los objetos que en realidad le ofrecen oportunamente. Esta falencia del ambiente conduciría a fallas en la construcción del narcisismo en la niña y en los procesos de separación del adulto, fallas que se harían especialmente elocuentes en la llegada a la adolescencia.
En esa simbiosis sana, la madre, si bien se comporta como si el bebé fuera parte de sí misma para comprender sus necesidades, sabe que el bebé es otro. Cuando la mamá está perturbada, no discrimina ella que el bebé es otro, y se constituye una simbiosis patológica porque responde a las necesidades de la madre y no a las del bebé.
Al llegar a la adolescencia, se trata de que la niña empiece a soportar, primero por pequeños lapsos y luego por períodos mayores, estar en un lugar haciendo algo y en compañía de alguien que su madre desconozca. Por parte de la madre se trata de soportar, de a poco, haber perdido el poder sobre su hija, a partir de no saber por tiempos cada vez mayores dónde está, qué hace y con quién está; y soportar no saber lo que su hija o hijo piensa y anhela.
¿Qué pasa con estos procesos de separación cuando no hubo una simbiosis saludable? ¿Cómo se va produciendo la discriminación y separación? Habitualmente nos encontramos, o con madres desconectadas emocionalmente, o con madres intrusivas, y adolescentes que sienten odio. Estas se sienten muy malas por ese rechazo a la intrusión materna y vuelcan la agresión contra sí mismas cortándose o con fantasías de matarse que por momentos actúan.
Entendemos que aquello que no se unió no puede discriminarse y separarse. Los desórdenes alimentarios y los cortes en la propia piel nos invitan a comprender un sentido: imposibilidad de una expresión puramente psíquica de sus padecimientos, que se expresan a través de comportamientos y marcas corporales. El comportamiento de no comer lo que su madre le ofrece o espera que coma crea un borde de separación con ella, en un psiquismo que no pudo construir esa diferencia. La intolerancia a cualquier dolor psíquico conduce al corte más o menos profundo en la piel como modo de acallar la angustia, al transformarla en telón de fondo de un dolor físico que pasa a ser la figura. La impulsividad se pone en marcha para facilitar estos comportamientos, posibilitados por mecanismos de disociación.
Como siempre, hay caminos facilitados por una cultura que determina en cada época los lenguajes privilegiados de expresión del malestar. Esto suele complementarse con una actitud materna y paterna de anhelar que su hija no les reproche nada, lo cual sería seguramente la manera de empezar a elaborar la diferencia con ellos. La adolescente queda frente a la única salida de rechazar todo lo que podría ser un placer compartido con su entorno. Anhelos desesperados para marcar una discriminación donde no hay constituida una diferencia.
Es todo un desafío para los equipos tratantes comprender qué está en juego en estos desesperados pedidos de ayuda, que muchas veces se expresan también en no aceptar que necesiten algún tratamiento.
“Yo la llamo Gordi”
Malena tiene 13 años y se corta desde hace un año y medio. Cortes múltiples, superficiales, en los brazos. Empezó a partir de que sus padres se separaron. El papá se fue porque se enamoró de una mujer y la madre entró en estado depresivo, cortándose también ella la muñeca hace seis meses.
La mamá no registró los cortes de Malena hasta que la llamaron del colegio para contarle que Malena sentía una angustia en el pecho muy grande que no le permitía respirar, por lo cual –según su relato– se cortó para aliviarse. No quiere comer. Bajó de peso en los últimos meses, sin llegar a un peso de riesgo. Seis meses atrás se suicidó su mejor amiga.
La madre, entrevistada, dice:
–Yo soy muy compañera de ella. Si ella está mal yo me pongo nerviosa. Cuando me contaron que se cortó le pegué en vez de contenerla. En la escuela Malena estaba desesperada pidiéndoles a todos un pin hasta que lo encontró y fue al baño a cortarse.
Sigue la madre:
–Yo desde que me separé no quise ir más a mi cama. Me fui mudando a su pieza. Dormía en otra cama al lado de ella. Me fui mudando toda mi ropa al placard de ella. No podía ni entrar a mi pieza. Yo le digo a Malena: “Mami, por vos yo voy a tratar de estar bien”. Yo hago todo por ella, le digo: “Yo vivo por vos y para vos”.
Al pedírsele que salga un rato del consultorio para que pase Malena, la mamá no se va. Sigue hablando:
–Ella me dice: “Llamame Male”. Yo la llamo Gordi, desde siempre. No la puedo llamar de otra manera. Ella dejó de llamarme mamá y me llama por mi nombre.
Malena, en su entrevista, dice:
–Yo no quiero venir, mi mamá me trae. No quiero hablar.
–¿Qué hacés en vez de hablar? –le pregunta la terapeuta.
–Me encierro yo sola, me lastimo para descargarme. Me peleo con mi mamá y no le puedo decir lo que yo siento, entonces me corto. Cualquier cosa que yo hago le molesta. Le molesta todo.
–¿Por ejemplo qué le molesta?
–Cuando dice “Ordená tu ropa” y empieza a decirme: “Andate con tu papá, capaz que allá vas a ser feliz”. Yo siento que le molesta todo, soy una carga para ellos. Por eso me quiero morir.
–¿Qué quiere decir que te querés morir?
–Me imaginé no existir más. Morirme. Matarme. Lo que pasa es que no me animo tampoco. Tendría que ser sin pensarlo, como cuando me corto. Sé lo que estoy haciendo, a la vez no, porque no lo pienso. Cuando me corto me siento mejor después. Empecé cuando se separaron mis padres. Fue de golpe. Ellos peleaban mucho y de golpe apareció otra mina. Mamá quedó triste, dolida. Vivía acostada, encerrada. Siempre me siento sola desde ese momento. A papá lo veo, me llama cada tanto. Pero no le importa nada. Cuando se enteró que me corté dijo: “No lo hagas más porque eso de cortarse es de drogadicta”. Y mi mamá piensa que, si ella salta, yo tengo que saltar. Piensa que tengo que hacer todo lo mismo que ella.
Luego se les solicitó que ingresaran las dos juntas y hablamos de la importancia de que cada una tuviera un espacio, como el que habíamos tenido ese día, para hablar de todo esto que les pasa a cada una. La mamá pidió que fuera cerca de la casa porque viven muy lejos del hospital. Al preguntarle a Malena si iría al Centro de Salud cercano a su casa la madre responde:
–No va a ir.
–¿Cómo sabe? –le pregunta la terapeuta.
–Yo lo sé, doctora. Estoy segura porque yo la conozco.
Al preguntarle a Malena, ella dice que irá y que si se compromete lo va a hacer. La madre llora y dice:
–Tengo miedo de que no me quiera ir.
Se puede observar la indiscriminación e intrusión por parte de la madre al nombrarla como ella quiere y no como la adolescente prefiere, al tener certeza acerca de lo que la adolescente piensa sin preguntárselo, al invadirla en su cuarto, al no salir del consultorio en respeto al espacio de Malena. Se ve cómo la mamá necesita que Malena esté a disposición de lo que ella necesita, invirtiendo la dependencia. Malena, en un intento desesperado por diferenciarse, se opone a comer, a venir, se corta para intentar abrir un canal de salida a sus impulsos agresivos que no pueden ser recibidos por la madre ni el padre y que se vuelven contra sí.
“No soporto”
Camila tiene 15 años. Llega al tratamiento ambulatorio después de estar un mes internada por una compulsión a cortarse los brazos con ideas de matarse. También se provocaba vómitos después de atracones con la comida. En la primera entrevista relata que está triste y que no quiere ir al colegio. A la noche siente un impulso de comer y no puede parar. Después tiene ideas de matarse. Esto sucede muchas veces cuando su mamá no está. Vive con ella y un hermano de 13.
El papá de Camila ve a los hijos asiduamente y es muy cariñoso. Camila quisiera vivir con su papá, pero él no puede llevarla porque trabaja de sereno en una fábrica, sin condiciones propicias para llevar a los chicos, aunque quisiera hacerlo.
La mamá vino de muy joven de un país limítrofe con tres amigas y se dedicó a la prostitución. Conoció al papá y tuvieron los hijos sin convivir, mientras él tenía otras relaciones y ella también. Por la noche habitualmente la mamá se va a bailar con otros hombres dejando solos a los adolescentes y desencadenándose las compulsiones de Camila con la comida y a cortarse, y sus dificultades para dormir. Cuando llega la mamá, Camila se pasa a su cama y duerme con ella.
La mamá habla en forma muy desafectivizada, viene drogada con cocaína y consume mucho alcohol.
–Cuando mi mamá está, no la soporto –dice Camila–. No soporto que se meta a decirme que no coma. No soporto estar en mi casa. No quiero estar en ningún lado.
Cuando se le pregunta con qué relaciona esto que le pasa, lo atribuye a su mamá. Dice que no quiere ir a la escuela porque no soporta que sus compañeros le hagan chistes acerca de qué buena está su mamá. La mamá le reprocha a Camila que no se cuide físicamente.
Una noche, después de una pelea con su mamá y cuando ésta no estaba, Camila tomó medicación de la madre y propia y se autoprovocó cortes profundos en brazos y piernas. Luego filmó las pastillas y sus propios cortes y subió todo a las redes sociales. Esto dio lugar a su internación para cuidarla. Cuando la madre llegó, muy molesta por tener que quedarse en el hospital, le dijo:
–Lo hiciste mal, porque estás acá.
La adolescente se internó con su padre, que la cuidó y permaneció con ella en el hospital.
Camila tiene una mamá frágil y rechazante que no estuvo ni está conectada emocionalmente con ella y la deja en un estado de vacío afectivo, lo cual explica la necesidad de llenarse compulsivamente con comida. La ingesta de pastillas de ambas, el pasarse de noche a la cama de la mamá, parecen intentos desesperados de armar una simbiosis donde no la hubo.
Conducta del NO
Lo que observamos en ambas adolescentes es una gran dificultad en la constitución de un límite entre el yo y el objeto, lo cual las conduce a marcar un borde a través del comportamiento. No comer, vomitar, no querer venir al tratamiento, no querer hablar (aunque cuando se le da el espacio a Malena se expresa y habla), cortarse, parecerían modos de construir entre ellas y sus madres un borde que no está constituido intrapsíquicamente. Ambas recurren a reforzar lo que perciben es lo único que escapa al deseo del otro, que es la conducta del NO. Philippe Jeammet (“El abordaje psicoanalítico de los trastornos de las conductas alimentarias”, en Psicoanálisis con Niños y Adolescentes N6, Buenos Aires, 1994), cuando habla de la dependencia de los trastornos alimentarios respecto de su objeto, la vincula con “mantener un contacto con el objeto para asegurarse de su presencia y de su no destrucción, pero un contacto que mantenga a ese objeto en los límites del yo, en el exterior del yo lo suficientemente próximo como para no perderlo y lo suficientemente exterior para no arriesgar ser invadido por él”.
La madre de Malena no ha posibilitado que su hija se pudiera diferenciar de ella. No han podido fundar dos generaciones, y no se llega a marcar una asimetría que la ubique en una función de cuidado de una adolescente. Expresa el anhelo de que su hija no le reproche nada.
La situación de Camila es muy riesgosa. Hay una madre muy frágil que está adherida a las drogas y que se constituye a partir de la mirada deseante de los hombres, teniendo una compulsión a salir y consumir sustancias. Nunca comprendió las necesidades de Camila, quien siente un vacío de representación de un objeto protector que intenta llenar con atracones. Luego los vómitos son intentos de expulsar una presencia intrusiva. La madre no pudo alojarla como hija, rivaliza con ella, la desconoce y la odia, siendo ella misma la única. La pulsión de muerte se expresa en una compulsión a realizar acciones autodestructivas por parte de la adolescente. Camila cuenta con un padre cariñoso pero imposibilitado de ofrecerle las funciones de sostén y corte que necesita.
¿Y el tratamiento? En Consultorios Externos es necesario armar equipo interdisciplinario con terapeuta individual, psiquiatra, terapeuta familiar y pediatra de adolescentes. Todo esto interpela a un sistema de salud pública que predica el recorte y achicamiento de recursos en Salud Mental y que impulsa la ruptura del modelo interdisciplinario.
* Integrante del servicio de Salud Mental del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
Texto extractado de un artículo que se publicará en el próximo número de la revista Topía.

- Publicado el diario Página 12, sección Psicología el 12 de noviembre de 2015, Buenos Aires, Argentina.

lunes, 8 de febrero de 2016

Reflexiones acerca del dispositivo de Hospital de Día

Reflexiones acerca del dispositivo de Hospital de Día *

Desde una perspectiva psicoanalítico-institucional

Lic. Néstor Rivero

El presente escrito tiene como objetivo compartir y debatir acerca de cómo pensar un dispositivo de asistencia, en este caso el hospital de día. En principio cabe aclarar que el hospital de día como dispositivo de tratamiento nos antecede. Es decir, ya está instituido como un modo de respuesta ante una demanda en salud.

Por otro lado, el hospital de día al que voy a referirme fue pensado para la asistencia (en su mayoría) de pacientes con diagnóstico de psicosis en un hospital público del conurbano bonaerense. Y este equipo en particular (conformado por diferentes disciplinas: psicología, psicología social, psiquiatría y terapia ocupacional) se interroga - entre otras cosas-  ante el abandono del tratamiento de varios pacientes. Inquietud que permitió interrogar la lógica
del dispositivo vigente y pensar entonces "un hospital de día".

Interrogamos primero la demanda, la formulación de la demanda: quién/quiénes la formulan y a quiénes.

La demanda no es formulada en su mayoría por la persona a ser asistida - "el loco"-. En general la demanda es formulada por otros: un miembro de la familia, un juez, otro servicio asistencial; y es dirigida en un primer momento al Hospital. Institución que por las coordenadas sociohistóricas de su surgimiento se configuró en un representante del orden social. Se demanda así orden. Implica entonces volver al orden al loco.

En este punto se hace indispensable preguntarse de qué sujeto se trata en dicha demanda. Nos encontramos así con una suposición de individuo, individuo biopsico-social, que por algún avatar ha perdido el equilibrio de esa unidad. La respuesta esperada es entonces restablecerlo, no es posible siquiera interrogar esa supuesta unidad que definiría a la persona consultante. En el devenir histórico social la sociedad crea las instituciones que tienen por función acallar lo disruptivo. Cuando algo se manifiesta contrario al orden establecido la sociedad no se deja interrogar por ello, instituyendo discursos y prácticas
que protejan el statu quo. En este sentido particular crea y sostiene un ideal, el de re-habilitación. Hay que volver a habilitar al sujeto. Es aquí donde se piensan también dispositivos de contención y resocialización (Discurso del orden). Entonces la demanda es restituir al orden, contener y resocializar a un individuo.

Qué empezamos a hacer con esto…

Primero nos remitimos a la concepción de sujeto para el psicoanálisis.

El psicoanálisis rompe con esa ilusión de unidad y presenta justamente la noción de un sujeto dividido.

En consonancia con esta noción de sujeto la propuesta (o la apuesta) no responde al ideal de re-habilitación. Es decir, no intenta suturar la discordancia entre el ser y el Yo, domesticar al síntoma y adaptar a la cultura.

A su vez dimos lugar al análisis y los efectos de los distintos discursos que atraviesan el dispositivo (el jurídico, el familiar, el social, la moral) incluyendo desde el inicio la relación de los miembros del equipo a estos discursos y a los propios de su disciplina. Análisis que se encuentra en consonancia con la ruptura de la ilusión de unidad, ya no sólo del loco.

La propuesta así va alojando a un sujeto dividido, el análisis de los atravesamientos socio-históricos, para permitir, en lo que respecta al Sujeto la posibilidad de un decir. Un decir implicado que vaya en la línea de desinvestir los sentidos del Otro, que dé lugar a la aparición de una singularidad. Esta perspectiva exige pensar el porqué de los diferentes espacios dentro del hospital de día. Y en tanto, como dije antes, en este caso se trata de la asistencia de pacientes psicóticos, se hace necesario entender los modos en que éstos se relacionan con la institución. El psicótico en la transferencia expresa un testimonio, estamos ahí para ser testigos de ese testimonio. A su vez "El psicótico al no validar su testimonio en Otro que articule, palabra y Ley, toma al otro, al semejante, no como su alter ego, sino como el límite mismo de su palabra proferida. El otro, el pequeño otro, al psicótico le es necesario para realizar la validación de su decir" (1)

Es por esto que el estar "entre otros" acota, regula (en términos de goce) ese decir delirante. En este sentido hay tiempos y espacios diversos para decires distintos. Esto es lo que propicia el hospital de día, con sus diferentes espacios: admisión, grupo terapéutico, control de medicación, terapia ocupacional, asamblea comunitaria, asamblea multifamiliar, talleres de huerta, plástica, festejos, etc. Así, se espera que diga y haga distinto en cada lugar, contribuyendo los otros (compañeros, profesionales, administrativos) en el sostenimiento
de esas expectativas e interpelando a cada quien. No da lo mismo hablar - por ejemplo-  de las voces, del fin de semana, o de las actividades de la vida diaria, en terapia individual, en la asamblea o en terapia ocupacional; esto no implica ordenar en el sentido del Ideal, sino promover una circulación diferente del goce y un decir responsable. Por eso cualquiera puede interpelar (paciente o terapeuta) y lo que hace lazo no es lo mismo en cada caso.

En este punto cabe aclarar que no hay una jerarquización de espacios, sino que lo importante es lo que el paciente hace en ellos. Lo que fundamenta a su vez la necesariedad
del trabajo en equipo. Esta consideración es importante porque da cuenta de la interpelación de la que somos parte los terapeutas, por un dispositivo de estas características, en lo que respecta a la práctica profesional.

Por otro lado -éste fue otro punto que empezamos a pensar ante el abandono del tratamiento-  se hace necesario realizar una maniobra que comprometa al paciente en el tránsito de su tratamiento. Ayudados por la parcialidad de la asistencia de un tratamiento ambulatorio, que es de día y requiere de asistencia día por día (a diferencia de la internación) instala también la posibilidad de la ausencia, lo que contribuye a pensar modos de responsabilidad y compromiso. Y pudiendo corrernos de la demanda de ordenar consideramos la admisión como el proceso por el cual el paciente junto con quien realiza la admisión comienza a pensar un dispositivo de tratamiento para sí, favoreciendo un cambio
en la posición de objeto en la que se encuentra el loco al momento de la misma. Es decir que, validos ambos -paciente y terapeuta- de los diferentes espacios del hospital de día, se organiza un tratamiento no sostenido en el deber sino en ofertar un espacio para que un
decir singular advenga.

Aquí también nos encontramos con otro atravesamiento a considerar en un dispositivo pensado de esta manera e inserto en un hospital público: es la contrariedad entre una Ética, la del psicoanálisis y la moral presente en la demanda del Otro (social o familiar) que enuncia el discurso del Bien, atendiendo a que cada vez que se enuncia dicho discurso "el deseo de un sujeto particular está siendo contradicho" (Pommier, Gérard). Desde esta perspectiva entendemos que no respondiendo a la demanda del orden es que se hace posible
alojar el sufrimiento del loco y su familia para que en el tránsito por el dispositivo hagan lo que puedan con lo propio de su padecer.

Va cobrando forma así, un dispositivo:

·         Un dispositivo que interroga la demanda formulada.
·         Un dispositivo que no quede tomado como bloque, en el sentido del DEBE concurrir todos los días, realizar todas las actividades...
·         Un dispositivo que advertido de la existencia de un sujeto dividido permita la circulación del decir de cada paciente produciendo la trama de un dispositivo de día caso por caso.
·         Produciendo en la supuesta uniformidad la diferencia.

B I B L I O G R A F IA

- Dobón, Juan - "El Sujeto en el Laberinto de Discursos" - Algunos aportes del Psicoanálisis al campo psi-jurídico. En Lo público, lo privado, lo intimo. Consecuencias de la Ley en el sujeto. Ed. Letra Viva, 2001.
- Iuorno, Rodolfo - Dispositivos para el tratamiento de las psicosis. El Hospital de Día.
- Pommier, Gerard - El desenlace de un análisis - Ed. Nueva Visión, 1989
- Lourau, Rene - "Libertad de Movimientos" – Una introducción al Análisis Institucional. Ed. Eudeba, 2001.

NOTA

1- Iuorno, Rodolfo - Dispositivos para el tratamiento de las psicosis. El Hospital de Día.



* Publicado en Revista ENCUENTROS Clínica y Teoría Psicoanalítica. Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, Distrito XV, Noviembre de 2009.

Hijos y Divorcio

Hijos y Divorcio: Una mirada preventiva *

Lic. Mabel De Dionigi

En el ciclo de vida de una familia, el Divorcio representa una crisis fundamental:
hay un antes y un después.

Todo es distinto luego de esta crisis que afecta a toda la familia: cónyuges o ex cónyuges, hijos y familia extensa -abuelos, tíos, amigos, etc.-.

Dada la magnitud del fenómeno del Divorcio, es necesario abocarse a analizar los efectos posteriores en los hijos y en los padres, y emprender las acciones pertinentes para proteger a las familias disueltas de restauraciones patológicas. O sea, una tarea psicológica preventiva del Post-divorcio, como contribución posible a una "Cultura del divorcio".

En nuestro trabajo como Psicólogos, cualquiera sea la Escuela a la cual adherimos
(Sistémica, Psicoanalítica, Cognitiva, etc., y ya sea que trabajemos o estemos entrenados
para accionar con personas individuales, o con parejas o con familias), son importantes las hipótesis con que nos manejemos. Trabajar con un adulto, excluyendo o dejando excluir a un miembro significativo para el hijo, puede ser una maniobra iatrogénica proveniente de una hipótesis litigante que puede llevar a aumentar  desequilibrios emocionales preexistentes en un hijo. Cuando se exige a los hijos de matrimonios separados optar por uno de los progenitores, se los somete a un conflicto de lealtades de tal magnitud que puede llevar a aumentar o desencadenar patología psíquica. A modo de ejemplo recuerdo una paciente de 20 años, que la trae la madre presentando alucinaciones visuales y auditivas. La paciente vivía con la madre y una hermana menor y "no quería quedarse sola cuando oscurecía pues por la ventana de su comedor, que daba a un patio interior en planta baja, veía pasar un hombre con sombrero que la regañaba". Había dejado de estudiar, aunque había sido una alumna brillante años atrás, se encerraba mucho tiempo en su pieza, hablaba poco y comía mucho. Hacía cinco años que sus padres se habían separado y ella había tomado partido por su madre, ayudando a ésta a echar al padre de la casa, tomando y gritando el mismo discurso de la madre. Desde entonces, se niega a salir a la puerta de calle, cuando y donde su hermana sale a hablar con el padre, que la visita todas las noches. Sus padres, (que cursaban un Divorcio Maligno, muy incrementado por sus abogados, que al no ser especialistas en Derecho de Familia, eran muy litigantes y tenían la hipótesis de que su cliente debía ganar, hacer trizas al otro, sin detenerse en que esto destruyera la familia), se habían esforzado en obtener cada uno por su parte, la elección de que esta hija viva con ellos, presionándola a rechazar al otro progenitor. Esto desencadenó un conflicto de lealtades con sentimientos de culpa, violencia, terminando en un cuadro con alucinaciones. Éstas revirtieron al trabajar con A., la paciente, la sobreinvolucración en el Conflicto de Lealtades, su culpa, al creer que el divorcio de sus padres fue por su comportamiento, y luego se siguió trabajando otros aspectos. Éste es un ejemplo de las
consecuencias no inmediatas de los efectos de un Divorcio Maligno en los hijos y que estos efectos no son solamente en niños pequeños, sino en todas las edades.

¿Por qué pensar en una Terapia de Divorcio? ¿Y para qué?

El objetivo es preservar a los hijos y la relación padres-hijos, hijos-padres, ya que esta relación no admite un divorcio. Es necesario, pues, garantizar a los hijos el acceso a ambos padres, el derecho a ser leales a ambos padres y a no ser partícipes de descalificaciones entre ellos.

Si bien nuestro pedido de intervención como Psicólogos puede tener lugar en cualquiera de las tres etapas: - Pre-divorcio, Divorcio o Post-divorcio—, cuanto antes podamos intervenir, mayores serán las chances de evitar un Divorcio Destructivo. El divorcio es una experiencia distinta para los niños y los adultos. Muchas veces, los ex cónyuges están tan absorbidos por sus propias preocupaciones, celos, desconfianzas, sensaciones de traición y demás sentimientos que desencadena el divorcio, que no pueden ver que a los hijos también les están pasando cosas.

Según Judith Wallerstein, los niños de cualquier edad se sienten rechazados cuando sus padres se divorcian. Cuando uno de los progenitores abandona al otro, los niños se sienten como si los abandonaran a ellos, padecen un gran temor y pueden sentirse profundamente solos. Algunos ocultan su enojo, otros lo exteriorizan. Muchos se sienten culpables por no
poder recomponer el matrimonio de sus padres. Los hijos deben saber que no depende
de ellos la recomposición, ni que ellos podrán salvarlo.

Los niños pueden sentirse como desamparados al perder la protección que implica la familia intacta y sentir que ya no tienen familia. Pero es necesario que puedan recuperar la imagen que la familia no se destruye, sino que se transforma de nuclear en binuclear: la casa de la mamá y la casa del papá.

También los hace sentir inseguros el perder la cotidianeidad de ver a ambos progenitores y tener que esperar el día de visita... y esto sucede en el mejor de los casos, en que se plantee un Divorcio Benigno, pero ¿qué ocurre cuando uno de los padres obstaculiza que el otro progenitor vea a los hijos? ¿Qué ocurre cuando en el post-divorcio sigue la pelea entre los ex cónyuges, la competencia, la rivalidad, desacuerdos, desconfianzas, resentimientos, desvalorizaciones y vuelven los incidentes judiciales por alimentos, régimen de visitas, etc.? ¿Y cuando los hijos no pueden ver al otro progenitor con quien no conviven y a quien secretamente quieren, porque sus padres se descalifican o atacan mutuamente? ¿Cuando uno de los padres deja de ver a sus hijos o se convierte en padre o madre periférico, no comprometido con la crianza? Aquí estamos en presencia de un Divorcio Maligno. Aquí
hay sufrimiento psíquico para los hijos. Aquí están en riesgo.

Según P. Herscovici, las estadísticas indican que sólo un tercio de los niños que atraviesan la etapa de divorcio de sus padres, salen sin trastornos emocionales duraderos.

Entonces: si se conoce la problemática ¿por qué no implementar medidas de Prevención?
La co-parentalidad es una de las características del Divorcio Benigno e implica que ambos padres sigan asumiendo cada uno su rol materno y su rol paterno aún en el post-divorcio.

Pero ¿cómo lograr que personas que tanto se pelearon en sus vidas como marido y mujer, puedan ponerse de acuerdo, ya separados, en la crianza de sus hijos?

Y éste es un tema crucial en la Terapia de Post-Divorcio: ayudar a los ex cónyuges en esta contradictoria y paradojal interacción, a separarse en sus roles como marido y mujer (en sus peleas, competencias, desconfianzas, celos, etc.) y unirse en su accionar como padres (en asumir acuerdos y roles conductores de la vida de los hijos) o sea: en la Co-parentalidad.

Entonces, cuando se desencadena un divorcio, es bueno que los padres puedan tener en cuenta:

- A pesar de los sentimientos enfrentados, ser capaces de separar las necesidades de los hijos de las de los adultos.

- Comprender y aceptar que el divorcio afecta a sus hijos, alterando sentimientos y planes de vida.

- Aún separados como cónyuges, comprometerse en el ejercicio de la coparentalidad
Ofrecer apoyo emocional y económico.

- Evitar que la disputa conyugal se traslade a los roles parentales en:

- desautorizar al otro progenitor;
- descalificar al otro progenitor;
- forzar la lealtad hacia uno solo de los progenitores;
- quitarse el apoyo en lo emocional, lo económico y en la crianza.

Por último, cuando se plantea un divorcio, tan importante e imprescindible es recurrir al Asesoramiento Legal, como lo es recurrir al Asesoramiento Psicológico, por las consecuencias a corto y largo plazo, en las personas involucradas.

Desde el punto de vista de la Prevención de la Salud Mental en nuestra sociedad, compuesta en un más de 50% de personas involucradas en el Divorcio, sería bueno pensar en ampliar los esfuerzos para evitar  que estos procesos se tornen patológicos, con el consecuente aumento de conductas violentas y perturbadas, volcadas a nuestra sociedad. El ámbito natural donde debe resolverse es en los Tribunales de Familia.

Pensar en crear más cargos, por concurso, de Psicoterapeutas especializados en Terapia focalizada de Divorcio Maligno (o Divorcio Destructivo) en los Tribunales de Familia, no es un gasto más en el presupuesto de la Nación y de las Provincias, sino una inversión que disminuiría otros altísimos costos que estamos pagando todos en la sociedad.

Ayudaría a los ex cónyuges a encontrar acuerdos más duraderos.

Ayudaría a la Justicia a no estar tan sobrecargada porque se reabren los expedientes con más incidentes y se judicializan los conflictos luego de acuerdos.

Ayudaría a los hijos porque en la medida que se vayan resolviendo los conflictos familiares
y no se los forzara a elegir a un progenitor y fallarle al otro, no habría tanto incremento de patología psicológica.

Además los hijos necesitan ser ayudados para no sentirse culpables del divorcio de sus padres y poder apostar ellos mismos al amor, porque no tienen por qué repetir la vida de sus padres.

BIBLIOGRAFIA

- De Dionigi, Mabel y Kielmanowicz, Raquel - Divorcio y su incidencia en los hijos - VIII Congreso Internacional de Psiquiatría A.A.P. Buenos Aires, 2001.
- De Dionigi, Mabel - Divorcio Patológico. Prevención en Niños y Adolescentes – XIX Congreso Argentino de Psiquiatría y IV Congreso Internacional de Salud Mental - Mar del Plata, abril de 2003.
- Díaz Usandivaras, Carlos, De Dionigi, Mabel y Bojman, Norma - La violencia en el Divorcio y post divorcio. Técnicas para su manejo - III Congreso Interinstitucional de Psicopatología y Salud Mental y II Simposio sobre prevención de la Violencia Familiar. Bs. As. 1988
- Glasserman, M. R. - El cambio en la terapia del  divorcio destructivo - En la revista Sistemas Familiares, de ASIBA, Año 8, N° 2, 1992.
- Herscovici, Pedro - Padres e hijos de la separación - Revista Sistemas Familiares (ASIBA) Año 2 Nº 3.
- Salzberg, Beatriz - Los niños no se divorcian - Ed. Logos, Barcelona.
• Wallerstein, J. y Blakeslee S. - Padres e Hijos después del Divorcio - Ed. Vergara.



* Publicado en Revista ENCUENTROS, Clínica y Teoría en Terapia Sistémica. Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, Distrito XV, Noviembre de 2009.