Promediando la década pasada comenzó a ganar terreno
en nuestro país un modelo de trabajo en drogadependencia que reconocía como
antecedentes las experiencias realizadas en EE.UU. (Daytop) e Italia (Proyecto
UOMO), modelo que adquirió un amplio desarrollo en los ámbitos privados (v.g.
Programas como ¨Andrés¨ o ¨Viaje de Vuelta¨) y en las políticas implementadas a
través de sus secretarías respectivas.
Este modelo basa su accionar en algunas ideas-eje,
que esquemáticamente resumiré en los siguientes ítems:
1 - Un criterio educativo - correctivo, que
implementa dispositivos de premios y castigos, y eleva la figura del ex-adicto
a paradigma identificatorio y, por tanto, ideal.
2 - Un tiempo de tratamiento dividido en tres
etapas, llamadas:
a) Admisión, con un funcionamiento homologable al de
un hospital de día, aunque basado en otros criterios;
b) Comunidad Terapéutica, de tipo jerárquica la
mayoría de las veces, y con un régimen de internación completa;
c) Reinserción social, las más de las veces con la
forma de un hospital de noche.
Tiempo que implica, a mi juicio, la aceptación del
mensaje social que ubica al drogadependiente en un nivel marginal: la institución
se hace cargo de su aislación, reeducación y reinserción gradual al medio.
3 - Una prohibición expresa y firme acerca del
consumo de cualquier tipo de sustancias (alcohol, drogas, medicamentos)
mientras se realiza el tratamiento.
Resalto estos tres ejes, que no son los únicos,
porque me interesa plantear mis reflexiones a partir de ellos. Comencemos.
I
Un discurso sostiene la creación y existencia de un
término, que identifica a una clase de individuos (es decir que tiene función
de nombre): adicto. Este acto discursivo tiene consecuencias segregativas. Para
contrarrestar dicho efecto ese mismo discurso crea una institución encargada de
realizar una operación de sustitución de nombres: que el llamado ¨adicto¨ se
transforme en ¨ex-adicto¨, operación llamada de recuperación. Y que, como toda
operación discursiva, no deja de producir restos: en este caso la partícula
¨ex¨. El ¨adicto¨ no se recupera en términos de individuo socialmente apto e
igual a cualquier; queda marcado por esa partícula, señal del exceso, resto
inasimilable del proceso de recuperación.
II
Los analistas haríamos mal en tomar como existente
de hecho la clase ¨adicto¨ y aún más si la entendemos como una categoría
psicopatológica sin hacer la distinción anterior, que vuelvo a plantear: no
existen adictos sino como creación discursiva. Pero si el discurso que los crea
es diferente al del analista, entonces éste debería, antes que nada,
interrogarse en los términos de su discurso, por la validez de existencia de
ese nombre de clase. (Que el psicoanálisis sea el envés del discurso del amo
quiere decir, a mi entender, esto. Además, la histeria crea su propio espacio
discursivo, y es desde allí que nuestro discurso se puede establecer. Entonces,
debemos pensar que es diferente la relación psicoanálisis/adicción).
III
El dispositivo de tratamiento de drogadependientes
que estoy analizando surge como creación de un discurso, quizás del mismo que
crea la categoría ¨adicto¨. Las preguntas que me planteo son;
a) ¿Cuál es ese discurso?
b) ¿Qué relación posible puede establecer al
analista con ese discurso?
Entiéndase que esta última pregunta no es idéntica
al planteo de cómo encarar la cura de un drogodependiente, ya que un
drogodependiente puede consultar a un analista desde una posición histérica.
Otra cuestión es que alguien nos consulte
designándose (o siendo designada por otro: juez, familia, etc.) como adicto, y
aún otra cuestión es la de nuestra posición como analistas en relación a las
instituciones de rehabilitación de drogadependientes.
Lo que sigue a partir de aquí podría clasificarse,
parafraseando a Freud, de pura especulación que el lector aceptará o rechazará según su posición particular en
estas materias.
¿Cómo funcionan estas instituciones? Decíamos:
constituyendo ideales identificatorios, proponiendo a la creación de masas
artificiales. Si estos caracteres son propios del discurso amo (aquí tomando,
para nuestro uso, al discurso universitario como una variable no esencial de
dicho discurso amo), la relación del analista con este modelo es la relación
que definimos como ¨envés¨.
¿Qué quiere decir esto? No, en principio, una
relación de contradicción (algo así como que lo que es blanco para uno resulta
negro para el otro). El psicoanálisis como envés, como doble giro del discurso
amo se define, como acto, por ese giro mismo. Esto quiere decir que hay que
partir del discurso amo, que él es nuestro fundamento.
Pensemos, además, que todo discurso tiene como
función tramitar un goce.
El dispositivo de rehabilitación busca tramitar un
goce supuesto al adicto desde una vía imaginaria. El goce es entendido como una
suerte de artefacto sobreañadido al yo, un artefacto ¨del mal¨ que es necesario
extirpar. Como señal del proceso (suerte de cicatriz semántica) se añade, a la
identidad yoica, la partícula ¨ex¨: ex-adicto, que se lee: ¨Un yo-adicto luego
del proceso de extirpación del mal¨. El proceso segrega el mal, pero no lo
distribuye.
El discurso del analista busca una distribución del
goce que evite la repetición. Podríamos suponer, entonces, la intervención
analítica en el dispositivo de rehabilitación en referencia a lo M. Mannoni
llamaba una ¨institución estallada¨ es decir, una institución no reglada por un
ideal identificatorio, sino por una ley estable, común a todos, que garantiza
el no sometimiento[2].
La ley sostiene un campo de lenguaje, y la
institución apuesta a un funcionamiento de la palabra que logre distribuir el
goce adictivo.
IV
Como cuestión tangencial agregaría el siguiente
comentario: el modelo clásico de etapas del dispositivo de rehabilitación
(Admisión / Comunidad Terapéutica / Reinserción) podría reformularse desde el
siguiente criterio: si la estructura institucional apuesta a la existencia de
un grupo que haga lazo sostenido en una ley, será necesario un lazo más
consistente en aquellos casos donde se presenten en forma más marcada conductas
de tipo antisocial (aquí hacemos referencia a los planteos de Winnicott[3]).
V
Por último, la insistencia de una pregunta: ¿por qué
un analista debería meterse con un dispositivo tal?
Varios intentos de respuesta:
a. Porque tiene
cosas que aportar, desde su discurso, en relación a un tratamiento posible de
la adicciones (sin sostener, con esto, una tarea de tipo ¨interdisciplinaria¨.
Se dará cuenta el lector que, si hablamos en términos de ¨discursos¨, la
interdisciplina pierde sentido).
b. Freud
reconoce, en su texto ¨Psicología de las masas y Análisis del Yo¨, el carácter
asocial de la neurosis, y acepta que, frente a las tendencias disgregativas, la
red social reaccione generando efectos de masa a través de la creación de
comunidades místico-religiosas. Lo cual, a mi entender, no exime al analista de
intentar dar una respuesta ¨científica¨ al problema.
c. Porque,
finalmente, creo que el analista tiene cierto compromiso ético de hacer funcionar
su discurso, en tanto que envés, en relación a las prohibiciones del discurso
amo
El psicoanálisis no tiene, a este respecto, una
solución ¨mejor¨ ante el problema del malestar. Ni siquiera me animaría a
plantearlo en términos de ¨solución¨. Lo que sí tiene, en relación al malestar,
es una perspectiva distinta de intervención discursiva. Es en relación a dicha
intervención que digo que, si nos llamamos analistas, estamos obligados a
realizarla, o de otro modo, u nuevamente parafraseando a Freud: si lo sabemos
¿por qué no decirlo?
Publicado en "Psicología y Hospital" Nº 6
[1] Docente de la Residencia en Salud Mental del H.I.G.A. Mar del
Plata. Integrante del equipo de Salud Mental de la Municipalidad de Gral.
Pueyrredón
[2] Estos planteos pueden hallarse en obras como ¨La
educación imposible¨ y ¨El
psiquiatra, su loco y el psicoanálisis¨.
[3] El lector interesado
hallará una ampliación de estos conceptos en mi trabajo: ¨La escuela inglesa y la conducta antisocial¨, incluido en el libro
de Héctor López ¨Psicoanálisis: un
discurso en movimiento¨, De. Biblos, 1994.
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