Rubén
Bustamante[1]
Fin de siglo que coincide con el fin del milenio. Dos
actitudes, ambas llenas de perplejidad parecen perfilarse. Al igual que en el
fin del primer milenio coexistían una visión apocalíptica y otra que confiaba
en el progreso. Pero las ideas no son mariposas, son efectos de luchas y de
relaciones de poder. Es porque las transformaciones sociales se desplazaron,
que una ideología viene a legitimar la nueva situación. Si la ideología en su
valor de fantasma estructura la realidad, hoy la ciencia es la ideología de la
supresión del sujeto del inconsciente, la cual postula un lazo social completo,
global y determinante de todo el edificio social.
El malestar en la cultura se inscribe en el mundo moderno;
y el descubrimiento freudiano aparece como un efecto no deseado del discurso
científico, discurso que tenía dos siglos de existencia y que cambia todo el
estatuto del saber.
El ideal de la moral antigua se sostenía en la
contemplación como virtud, en el ocio con dignidad, esa forma filosófica de la
pereza; ideal de mesura basado en la armonía entre el macro y el microcosmos.
En la moral griega (moral de amos) la natural complementariedad indicaba que el
amo sólo debía mandar y despertar en el esclavo su saber - hacer. El saber
estaba entonces del lado del esclavo. Por el contrario la modernidad, supone la
universalización de la regla, el ocio afectado por el imperativo kantiano,
tanto en su variante programada de tiempo libre como en su faz de ocio forzado,
denominado desocupación. Época caracterizada por la avidez de novedades, una
especie de conciencia telespectadora, atrapada por todo y por nada, una cultura
del zaping, una bulimia de objetos e imagen ofrecidos por la técnica, una
fertilización extrema de mercancía que intenta colmar la división subjetiva.
Lo que se produce entonces en el paso del discurso
del amo antiguo al amo moderno, es una modificación en el lugar del saber;
fabuloso desplazamiento operado a expensas de la máquina, es decir del saber
formalizado. Donde el amo se reapropia de la pérdida, contabilizándola y
transformándola en valor, valor denominado plusvalía. El todo saber ocupa el
lugar dominante. ¨Continúa a saber siempre más, despreocúpate de las
consecuencias¨, planificación científica del saber que dice ¨Un día lo sabremos
todo¨.
El psicoanálisis surge entonces como síntoma de la
modernidad, como lo que no encaja en los ideales de la época, como su peste.
Pero esta sociedad de fin de siglo, no es tanto la
disciplinaria y panóptica que bien describiría Foucault, sino la sociedad del
control social ejercido por el marketing. ¨El nuevo amo universal ley del mercado,
condena a millones de individuos al estado de desperdicio y oferta los modos
del tratamiento del malestar que él mismo produce¨.
¿Qué dispositivos se montan hoy como respuesta a
esas fuentes del sufrimiento que cuestionaban el programa del principio del
placer (como describía Freud en 1930)? Veamos alguno... Los cuerpos vuelven a
ser normalizados y estandarizados (exhibirlo desnudo en su verdad natural bajo
la égida de expertos). A la amenaza de ruina y disolución hoy se responde con
el cuerpo reciclado en forma quirúrgica, deportiva, dietética, etc. ¨Vigilar su
buen funcionamiento, permanecer joven, no envejecer, evitar la muerte es el
imperativo¨. Para cuyo cumplimiento no se escatimará en recurrir a esos nuevos
gadgets, que consisten en el diseño de personas a través de la ingeniería
genética, como retorno a una sofisticada eugenesia que al fin nos librará de
¨desviados y marginales¨. Bebés a la carta y también personalidades a la carta
a través de la nueva generación de pastillas para modelar el cerebro. ¨Lo que realmente rebela contra el dolor, no es el
dolor en sí, sino el sinsentido del dolor¨,
decía Nietzsche. Ocurre lo mismo con la muerte y la edad: es un sinsentido
contemporáneo lo que acrecienta su horror. ¿Tendrán ya el gen que origina en el
sujeto la pregunta por el sentido de su existencia?
Por supuesto que los excluidos de los beneficios de
la tecnociencia, del estudiar para competir, e incluso de todo el abanico de
ofertas de la New Age podrán acudir como niños silvestres al pegamento, si no
logran entrar en el circuito de la plusvalía absoluta ¨para ser vendidos a
pares o enteros¨ o quizás a ese otro consuelo colectivo e irrefutable, esa
alusión sostenida en un deseo, promesa de ¨un
más allá mejor¨, encarnada
hoy por los curas carismáticos, sanadores y psicológicos, o los pastores
electrónicos.
Obviamente no se trata de sostener un discurso
anticientífico (más aún en un país como el nuestro, donde los investigadores
del Conicet son enviados a lavar los platos por el ministro de turno). ¨El vicio radical en la transmisión del psicoanálisis
es el oscurantismo analítico¨ (Lacan). La
formalización de la experiencia analítica es necesaria, pero es sin ética; así
como la estructura no es sin historia, y el discurso no es sin sujetos que lo
animen. Se trata de sostener un psicoanálisis que desde su ética haga valer los
derechos del sujeto frente a los efectos de uniformación y universalización de
la sociedad vehiculizada por la ciencia. ¨El amo en su vertiente capitalista rechaza la
castración y el discurso analítico no es su envés, sino que debe exceptuarse¨(Lacan)
Si todo discurso es un enlace significante radical que
hace posible un lazo social conlleva un elemento de imposibilidad en su
estructura: el discurso capitalista pretende ignorar ese elemento de imposibilidad.
El síntoma social en el tiempo del capitalismo
supone individuos cada vez más anónimos y solitarios con sus goces cada vez más
autoeróticos. Es decir individuos (sujetos completados por sus plus de gozar)
sin nada para hacer lazos sociales. Y ese plus de goce está sujetado al saber,
a la técnica, y a las leyes del mercado. Donde cada uno vale lo que tiene para
vender. Participantes todos de un engranaje universal de producción extensiva
de la falta de goce; es decir ¨la impotencia
de ese producir más y mejor para tapar el ciclo infernal de las aspiraciones
siempre multiplicadas¨ (C. Soler).
Es como consecuencia de la indiferenciación y
homogeneización que surge el uno sin par, ese individuo ocupado en el cuidado
de sí mismo hasta un hedonismo exacerbado. El sueño del uno incomparable al que
todo individuo de la masa anónima aspira, desemboca en la colectivización de
esos unos que se refugian en las raíces étnicas del pasado, los nacionalismos
regionales, los fanatismos religiosos, los racismos.
Cabe la pregunta para quienes sostenemos una
práctica desde el discurso analítico: ¿puede el psicoanálisis excluir de su
consideración y reflexión, cuál debe ser la presencia del psicoanalista en el
mundo actual, y su responsabilidad no sólo en la dirección de la cura, sino
también ante los callejones sin salida de nuestra civilización, donde el sujeto
se ha extraviado respecto de su deseo, es decir, ha perdido su singularidad?
Es evidente que cambian las urgencias a las cuales
el psicoanálisis debe enfrentarse. Cambia la clínica en tanto el síntoma en su
valor de mensaje, que porta un real que insiste y se resiste a cualquier domesticación,
está sujeto a las variaciones del discurso universal.
¨Mejor que
renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época¨ (Lacan). Sabemos que Lacan denunció siempre la
impostura de los analistas y exigió que dieran cuenta de las razones de su
práctica en lugar de identificarse con el sujeto supuesto saber, y dicha
práctica no está desligada de una reflexión sobre su tiempo. Si el malestar el
la cultura es estructural, vale decir, conlleva un real que pugna por decirse,
ese algo en el propio sujeto que no quiere su bien y que Freud conceptualizaba
como pulsión de muerte, y Lacan como goce (conceptos cruciales para distinguir
el discurso analítico de las otras éticas), ¿qué tratamiento distinto puede
ofrecer el psicoanálisis hoy a los otros discursos moralizantes, para responder
al dolor de existir?
¨Si cargarse la
miseria al hombro es entrar en el discurso que la condiciona¨ se tratará quizá de sostener una causa de un deseo
diferente. La ética del psicoanálisis supone una respuesta al malestar que no
ignora su condición estructural, pues sitúa a un sujeto en su responsabilidad
frente a su deseo; y apostando a modificar algo en su economía de goce, goce
que es lo más particular del sujeto.
Vale decir, que el psicoanálisis puede ofrecer una
vía distinta a ese sujeto preso de los impasses de la versión capitalista del
superyo con sus nuevos rostros feroces y obscenos. El único bien del sujeto
(puede leerse en el Seminario de La Ética) es el que le sirve para pagar el precio
del acceso al deseo.
* Publicado en la
revista: ¨Psicología y el Hospital¨ N 7
[1] Integrante del Departamento de Salud Mental de la Municipalidad de General Pueyrredón.
[1] Integrante del Departamento de Salud Mental de la Municipalidad de General Pueyrredón.
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