jueves, 12 de enero de 2012

El malestar en la cultura en el fin de siglo


Rubén Bustamante[1]


Fin de siglo que coincide con el fin del milenio. Dos actitudes, ambas llenas de perplejidad parecen perfilarse. Al igual que en el fin del primer milenio coexistían una visión apocalíptica y otra que confiaba en el progreso. Pero las ideas no son mariposas, son efectos de luchas y de relaciones de poder. Es porque las transformaciones sociales se desplazaron, que una ideología viene a legitimar la nueva situación. Si la ideología en su valor de fantasma estructura la realidad, hoy la ciencia es la ideología de la supresión del sujeto del inconsciente, la cual postula un lazo social completo, global y determinante de todo el edificio social.
El malestar en la cultura se inscribe en el mundo moderno; y el descubrimiento freudiano aparece como un efecto no deseado del discurso científico, discurso que tenía dos siglos de existencia y que cambia todo el estatuto del saber.
El ideal de la moral antigua se sostenía en la contemplación como virtud, en el ocio con dignidad, esa forma filosófica de la pereza; ideal de mesura basado en la armonía entre el macro y el microcosmos. En la moral griega (moral de amos) la natural complementariedad indicaba que el amo sólo debía mandar y despertar en el esclavo su saber - hacer. El saber estaba entonces del lado del esclavo. Por el contrario la modernidad, supone la universalización de la regla, el ocio afectado por el imperativo kantiano, tanto en su variante programada de tiempo libre como en su faz de ocio forzado, denominado desocupación. Época caracterizada por la avidez de novedades, una especie de conciencia telespectadora, atrapada por todo y por nada, una cultura del zaping, una bulimia de objetos e imagen ofrecidos por la técnica, una fertilización extrema de mercancía que intenta colmar la división subjetiva.
Lo que se produce entonces en el paso del discurso del amo antiguo al amo moderno, es una modificación en el lugar del saber; fabuloso desplazamiento operado a expensas de la máquina, es decir del saber formalizado. Donde el amo se reapropia de la pérdida, contabilizándola y transformándola en valor, valor denominado plusvalía. El todo saber ocupa el lugar dominante. ¨Continúa a saber siempre más, despreocúpate de las consecuencias¨, planificación científica del saber que dice ¨Un día lo sabremos todo¨.
El psicoanálisis surge entonces como síntoma de la modernidad, como lo que no encaja en los ideales de la época, como su peste.
Pero esta sociedad de fin de siglo, no es tanto la disciplinaria y panóptica que bien describiría Foucault, sino la sociedad del control social ejercido por el marketing. ¨El nuevo amo universal ley del mercado, condena a millones de individuos al estado de desperdicio y oferta los modos del tratamiento del malestar que él mismo produce¨.
¿Qué dispositivos se montan hoy como respuesta a esas fuentes del sufrimiento que cuestionaban el programa del principio del placer (como describía Freud en 1930)? Veamos alguno... Los cuerpos vuelven a ser normalizados y estandarizados (exhibirlo desnudo en su verdad natural bajo la égida de expertos). A la amenaza de ruina y disolución hoy se responde con el cuerpo reciclado en forma quirúrgica, deportiva, dietética, etc. ¨Vigilar su buen funcionamiento, permanecer joven, no envejecer, evitar la muerte es el imperativo¨. Para cuyo cumplimiento no se escatimará en recurrir a esos nuevos gadgets, que consisten en el diseño de personas a través de la ingeniería genética, como retorno a una sofisticada eugenesia que al fin nos librará de ¨desviados y marginales¨. Bebés a la carta y también personalidades a la carta a través de la nueva generación de pastillas para modelar el cerebro. ¨Lo que realmente rebela contra el dolor, no es el dolor en sí, sino el sinsentido del dolor¨, decía Nietzsche. Ocurre lo mismo con la muerte y la edad: es un sinsentido contemporáneo lo que acrecienta su horror. ¿Tendrán ya el gen que origina en el sujeto la pregunta por el sentido de su existencia?
Por supuesto que los excluidos de los beneficios de la tecnociencia, del estudiar para competir, e incluso de todo el abanico de ofertas de la New Age podrán acudir como niños silvestres al pegamento, si no logran entrar en el circuito de la plusvalía absoluta ¨para ser vendidos a pares o enteros¨ o quizás a ese otro consuelo colectivo e irrefutable, esa alusión sostenida en un deseo, promesa de ¨un más allá mejor¨, encarnada hoy por los curas carismáticos, sanadores y psicológicos, o los pastores electrónicos.
Obviamente no se trata de sostener un discurso anticientífico (más aún en un país como el nuestro, donde los investigadores del Conicet son enviados a lavar los platos por el ministro de turno). ¨El vicio radical en la transmisión del psicoanálisis es el oscurantismo analítico¨ (Lacan). La formalización de la experiencia analítica es necesaria, pero es sin ética; así como la estructura no es sin historia, y el discurso no es sin sujetos que lo animen. Se trata de sostener un psicoanálisis que desde su ética haga valer los derechos del sujeto frente a los efectos de uniformación y universalización de la sociedad vehiculizada por la ciencia. ¨El amo en su vertiente capitalista rechaza la castración y el discurso analítico no es su envés, sino que debe exceptuarse¨(Lacan)
Si todo discurso es un enlace significante radical que hace posible un lazo social conlleva un elemento de imposibilidad en su estructura: el discurso capitalista pretende ignorar ese elemento de imposibilidad.
El síntoma social en el tiempo del capitalismo supone individuos cada vez más anónimos y solitarios con sus goces cada vez más autoeróticos. Es decir individuos (sujetos completados por sus plus de gozar) sin nada para hacer lazos sociales. Y ese plus de goce está sujetado al saber, a la técnica, y a las leyes del mercado. Donde cada uno vale lo que tiene para vender. Participantes todos de un engranaje universal de producción extensiva de la falta de goce; es decir ¨la impotencia de ese producir más y mejor para tapar el ciclo infernal de las aspiraciones siempre multiplicadas¨ (C. Soler).
Es como consecuencia de la indiferenciación y homogeneización que surge el uno sin par, ese individuo ocupado en el cuidado de sí mismo hasta un hedonismo exacerbado. El sueño del uno incomparable al que todo individuo de la masa anónima aspira, desemboca en la colectivización de esos unos que se refugian en las raíces étnicas del pasado, los nacionalismos regionales, los fanatismos religiosos, los racismos.
Cabe la pregunta para quienes sostenemos una práctica desde el discurso analítico: ¿puede el psicoanálisis excluir de su consideración y reflexión, cuál debe ser la presencia del psicoanalista en el mundo actual, y su responsabilidad no sólo en la dirección de la cura, sino también ante los callejones sin salida de nuestra civilización, donde el sujeto se ha extraviado respecto de su deseo, es decir, ha perdido su singularidad?
Es evidente que cambian las urgencias a las cuales el psicoanálisis debe enfrentarse. Cambia la clínica en tanto el síntoma en su valor de mensaje, que porta un real que insiste y se resiste a cualquier domesticación, está sujeto a las variaciones del discurso universal.
¨Mejor que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época¨ (Lacan). Sabemos que Lacan denunció siempre la impostura de los analistas y exigió que dieran cuenta de las razones de su práctica en lugar de identificarse con el sujeto supuesto saber, y dicha práctica no está desligada de una reflexión sobre su tiempo. Si el malestar el la cultura es estructural, vale decir, conlleva un real que pugna por decirse, ese algo en el propio sujeto que no quiere su bien y que Freud conceptualizaba como pulsión de muerte, y Lacan como goce (conceptos cruciales para distinguir el discurso analítico de las otras éticas), ¿qué tratamiento distinto puede ofrecer el psicoanálisis hoy a los otros discursos moralizantes, para responder al dolor de existir?
¨Si cargarse la miseria al hombro es entrar en el discurso que la condiciona¨ se tratará quizá de sostener una causa de un deseo diferente. La ética del psicoanálisis supone una respuesta al malestar que no ignora su condición estructural, pues sitúa a un sujeto en su responsabilidad frente a su deseo; y apostando a modificar algo en su economía de goce, goce que es lo más particular del sujeto.
Vale decir, que el psicoanálisis puede ofrecer una vía distinta a ese sujeto preso de los impasses de la versión capitalista del superyo con sus nuevos rostros feroces y obscenos. El único bien del sujeto (puede leerse en el Seminario de La Ética) es el que le sirve para pagar el precio del acceso al deseo.


* Publicado en la revista: ¨Psicología y el Hospital¨ N 7
[1] Integrante del Departamento de Salud Mental de la Municipalidad de General Pueyrredón.

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