jueves, 5 de enero de 2012

Fundamentación de la práctica grupal en la primera fase del tratamiento de las adicciones


Silvia Smazanovich - Marcelo Villano[1]

Nos hemos propuesto como objetivo de este trabajo dar cuenta de la práctica grupal y de sus beneficios en el tratamiento de las adicciones. Antes de adentrarnos en esta cuestión, deseamos aclarar que nuestra perspectiva tiene como marco la clínica que realizamos en el servicio de adicciones del Ameghino y que por lo mismo nuestras hipótesis están acotadas a un determinado tipo de adictos, esto es: individuos que poseen algún grado de conciencia de su padecimiento, sus características psicopatológicas permiten el trabajo en grupo, y que los cuadros no son tan severos como para que una internación se haga necesaria.
Teniendo en cuenta lo dicho, damos por sentado que no consideramos a la adicción como una categoría diagnóstica, sino como un fenómeno que por sus características requiere un tratamiento y un encuadre específico, del cual podrán extraerse, a posteriori, conclusiones diagnósticas que permitan situar el lugar específico que ¨ese¨ objeto droga ocupa para ¨ese¨ sujeto.
Intentemos un acercamiento: ¿Qué es la adicción?
La respuesta tiene varias aristas: en primera instancia es un fenómeno que está atravesado por múltiples variables: biológica, psicológica, familiar, social y político - cultural. A efectos de intentar una respuesta acerca de la adicción, nos centraremos sobre la variable psicológica, no si antes aclarar que el servicio de adicciones del Ameghino responde a un modelo de tratamiento que intenta abordar el resto de las variables en sus distintos espacios: grupos de adictos, de padres, de parejas, actividades recreativas, etc.
¿Quién es un adicto? En principio es un sujeto que dice acerca de su economía libidinal: ¨mi objeto lo es todo, a él he consagrado mis amistades, mis bienes, mi familia. Sin embargo, él no cesa de frustrar mi ilusión de querer formar con él un todo perfecto. A pesar de esto, sigo impulsado a incorporarlo e intentar esa fusión una vez más¨. Particular forma en la que el sujeto evita la confrontación con la castración y constituye un mecanismo tan prometedor como paralizante. Prometedor de un objeto de satisfacción toda, sin restos, de un ser sin fisuras. Paralizante, debido a que la vital creencia en esta totalidad, excluye la posibilidad de extraer ¨placer¨ de todo aquel objeto que sea no todo.
Pensemos que este drama del adicto es consecuencia de una falla en el proceso de su constitución subjetiva. Dicha falta consiste en la imposibilidad de que un hecho acontecido en lo real (separación de su madre) logre ser inscripto simbólicamente.
Haydeé Heinrich[2]  recurre al texto ¨Más allá del Principio del Placer¨, para ejemplificar con el juego del Fort - Da que esta falla de inscripción resulta de la ausencia de lo que ella denomina ¨Juicio del Otro¨: cuando el niño dice ¨O-O-O¨, esto es escuchado por la madre como ¨Fort¨, reconociendo en este acto a un sujeto distinto, capaz de realizar una apreciación significante.
La ausencia del ¨Juicio del Otro¨ genera en el sujeto una ¨Falta de confianza en el significante¨, característica que observamos en la clínica con adictos en la imposibilidad de decir algo acerca de su padecer.
En general, si el adicto acude al servicio es porque la ilusión que mantenía con el objeto droga se ha resquebrajado. Aún así, y lejos de formularse alguna pregunta, dice acerca de su ser: ¨Soy adicto¨, y se lo dice no a cualquiera, sino a un profesional que trabaja con adictos (y que lo reconoce como tal al admitirlo en el servicio).
¿Cómo operar allí para que a lo compacto de su autodefinición, ratificada por el Otro, le suceda el espacio posible de una pregunta?
Pensamos que el grupo es un campo propicio para que esta pregunta pueda ser formulada.
La falta de confianza en el significante se ve compensada por lo que nosotros llamamos una ¨comunidad experimental¨, el compartir el tratamiento con otros que atravesaron la misma experiencia, le brinda un reaseguro imaginario de que esta vez su discurso será reconocido por Otro, facilitando el establecimiento de la transferencia.
Una vez efectuada esta operación, el trabajo será el de cuestionar esa identidad propuesta por el adicto buscando otras alternativas posibles. El grupo se nos ha presentado entonces, como una herramienta posible para el abordaje de esta problemática que plantea dificultades específicas.
- Teniendo en cuenta que estos pacientes tienden siempre a transgredir los límites se ha establecido un encuadre lo suficientemente amplio como para que pueda ser soportado por los pacientes.
- La asistencia es de tres veces a la semana, con lo que se ubica como una alternativa posible tanto al trabajo individual como al de las comunidades terapéuticas: el primero se torna muy frustrante como para sostener la pérdida de un objeto que (aunque imaginariamente) le brinda todo en todo momento; la segunda crea graves inconvenientes a la hora de la reinserción social, los que generalmente resultan en nuevas recaídas.
- Por otro lado, provee una red social que se le presenta como contrapartida de la renuncia a ámbito habitual.
- Se enuncian y se hacen respetar distintas reglas: se prohíbe el uso de drogas, de alcohol, la violencia física.
- Se apoya la formación de vínculos fuera del espacio de tratamiento, y la comunicación ante una posible ausencia. Eso va generando en el grupo niveles de compromiso cada vez mayor.
Estas herramientas, que son de un orden observable, están sostenidas por distintos mecanismos inconscientes: según el Dr. Roberto Romero, titular de la cátedra Teoría y técnica de Grupos de la U.B.A., ¨todo grupo será sintéticamente un conjunto de individuos que genera un imaginario que revierte sobre los mismos, produciéndoles como grupo¨ y agrega que este imaginario tiene una función equivalente a la de la fantasía en el nivel individual, la de ¨ocupar el lugar de una ausencia en la estructura¨.
Agreguemos que hay un imaginario grupal preexistente a la inclusión de cada nuevo individuo. Esto convierte al grupo en un objeto posible de ser cargado libidinalmente, ofreciéndose como espacio del reencuentro con ese objeto primero de satisfacción.
Hay también un imaginario producido que resulta del cruce de las fantasías individuales de los miembros con el imaginario grupal que revierte sobre los mismos. Y por último, un imaginario emergente producido por las modificaciones que sufre el imaginario colectivo a través de la labor terapéutica.
Esta labor debe tender a que el grupo al modo de la que Winnicott[3] llama una ¨madre suficientemente buena¨, es decir: un lugar donde se monte la ilusión de reencuentro con ese objeto primero de satisfacción, para, a partir de allí, comenzar una tarea de desilusión de la que resultará una capacidad mayor para tolerar la frustración.
El hecho de que el grupo trabaje según esta modalidad, brinda condiciones de posibilidad para que se realice una tarea que no es otra que la de la elaboración del duelo; éste supone la renuncia al ideal de formar con el objeto una totalidad narcisista[4]. Cuando algo de esto sucede, una de las manifestaciones clínicas más claras es la posibilidad que se da en el individuo de historizar. Esto es, recordar las experiencias mantenidas con el objeto droga y poder empezar a cuestionarlas, reconociendo que no todo era tan bueno.
Este recuerdo crítico incluye al antiguo grupo de pares, sobre el que antes recaía una mítica adoración.
En ambos casos, ya no se trata de una mirada reminiscente que se posa sobre escenas estáticas, fijadas libidinalmente en la ilusión de que el encuentro con el objeto es posible, sino de recuerdos donde pueden irse anudando el pasado y el presente.
Esto es paralelo a la aparición de los primeros proyectos que desde la coordinación promovemos y al mismo tiempo protegemos en forma intencional, para tratar de evitar que una frustración desmedida relance al paciente al circuito adictivo.
Si pueden establecerse las condiciones antes mencionadas, es posible que el grupo opere como un espacio donde el ¨Juicio del Otro¨ pueda ser reformulado, es decir donde finalmente la elaboración psíquica del trauma acontecido pueda tener lugar y la adicción efectúe el pasaje que va a ser prótesis de una función fallida a integrar un eslabón más en la cadena significante, siendo así sujeta a un derrotero muy distinto, pasible de ser interpelada.


* Publicado en revista: ¨Psicología y Hospital¨ N 7.
[1] Concurrentes al Servicio de Adicciones del C. S. M. Nº 3 Dr. A. Ameghino
[2] Heindrich, H.: ¨Borde(r)s de la neurosis¨, Ed. Homo Sapiens, Bs. As. 1993.
[3] Winnicott, D.: ¨Realidad y Juego¨, Ed. Gedisa, Bs. As. 1987.
[4] Freud, S.: ¨Duelo y Melancolía¨, O.C. T. II, López - Ballesteros, España, 1917.

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