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miércoles, 20 de octubre de 2010

Ataque de pánico como síntoma del discurso capitalista

Amelia Haydée Imbriano[1]
  
Sobre finales del Siglo XX y principios del XXI, el “ataque de pánico” –así denominado- se convierte en un síntoma contemporáneo que es padecido por muchos y que revela un modo de sufrimiento particular. Como psicoanalistas sabemos que el trieb –pulsión- es el dato radical[2]. Por ello plantear el tema conlleva la pregunta: ¿cuál es la situación de la satisfacción pulsional –goce- en la vida contemporánea?
Para una posible lectura sobre los “ataques de pánico” consideramos necesario intentar responder la pregunta, aunque sea parcialmente, desde dos temáticas diferentes: 1.- las consideraciones sociológicas respecto de la vida contemporánea y su relación a la globalización; 2.- las consideraciones psicoanalíticas respecto del discurso capitalista en relación a los “ataques de pánico”.

Precisión de las palabras

Sigmund Freud nos ha legado un saber respecto del poder de las palabras. Las palabras utilizadas para una denominación son, en principio, tan solo palabras, ni más ni menos que palabras. Tienen el poder de definir las cosas, también de construirlas. Sirven para que expresemos pensamientos, también para crearlos, no sin sus consecuentes imágenes que suscitan emociones y conmociones. “Ataque de pánico” no queda fuera de este destino. En las costumbres de la modernidad existe un lugar llamado “diccionario”, en donde se reúnen la mayoría de ellas, colocadas por orden alfabético y seguidas de su definición o traducción. O sea, el diccionario se ocupa de la competencia de las palabras. Es por eso que nos interesó buscar, entre muchos, algunos términos que nos ocupan, para conocer su precisión, ¿qué se precisa en el ataque de pánico?
Ataque: acción de atacar o acometer, acción ofensiva, fase principal del combate ofensivo cuyo fin se materializa por la conquista de uno o varios objetos, crisis aguda de una enfermedad que se presenta en forma brusca y aparatosa. Atacar: acometer, embestir, afectar dañosamente, producir efecto dañino, arremeter. Pánico: temor o miedo muy grande, generalmente colectivo (gr. Panikon[3]). ¿Qué ataca?, ¿quién ataca?, ¿a quién se ataca?, ¿el pánico ataca? ¿Cuál es la enfermedad que viene a presentarse como crisis aguda a través del pánico? ¿Quién padece esta enfermedad? ¿Qué construye la expresión “ataque de pánico”?


La vida contemporánea y su relación a la globalización desde la Sociología

Los medios masivos de comunicación muestran, en parte, la vida contemporánea al modo de una “vidriera de maldad insolente”[4]. Tomaremos dos ejemplos, entre muchos que abundan, ilustrativos para nuestro propósito: 1.- Los titulares de los diarios tales como: “Enviarán otros diez mil soldados a Irak, Washington anunció un nuevo despliegue de fuerzas ante la resistencia de varios países de aportar tropas: sigue la violencia”[5]; 2.- Los bloques publicitarios televisivos tales como: ¿Te asustan los deportes tranquilos?, pregunta llevada a la imagen en un cartel que aparece luego de otras imágenes que muestran dos figuras –un joven jugando al golf y un joven jugando al ajedrez-, unidas por un único efecto sonoro: un desgarrador y penetrante grito, figura obscena de una voz desesperada. No por casualidad, ambas figuras se conjugan en una imagen que muestra la cara horrorizada de un joven. Fragmentos de retazos de imágenes que conforman una colección de horrores, -horror del objeto desnudo- mostrándonos la faz de la existencia humana en su máxima obscenidad. Y todo eso, para publicitar la práctica de deportes de alto riesgo.
Medios masivos de comunicación, ¿qué comunican? En parte, comunican sobre aquello que se puede hacer, tener, comprar, adquirir, consumir (no descartamos que cumplen con otras funciones comunicacionales). Desde este punto de vista, relacionan a productores con consumidores: ¿libres para comprar?
La globalización, la tecno-ciencia, componen modos diversos de la cultura, que muestran el pasaje a una modernidad líquida[6], lo in-mundo del mundo que, en otras ocasiones, ya hemos denominado como “los nombres de la muerte”[7].
“Tecno-ciencia” es una palabra acuñada en la modernidad, en ella, dos términos se unen en una nueva filiación, “saber-operativo”, en donde el saber debe convertirse en hacer y poder. La lógica que la sostiene es la satisfacción de cualquier demanda a través de la operatividad técnica que ofrece los mejores manjares de la sociedad de consumo, en donde la identidad –condenada a la precariedad- se juega en el tener, generando una población “esclava o cautiva”. ¿Quién es el amo de estos cautivos?
Las sociedades son cada vez más desiguales en sus oportunidades no pudiendo negar las diferencias entre el primer y tercer mundo. Y cada vez más sobreigualadoras en las demandas que imponen: la globalización impone la igualación obligatoria que actúa en contra de toda diversidad y promueve la cultura del consumo. Las sociedades cuentan en tanto que mercado y la ética imperante es el utilitarismo, en donde el éxito es la eficacia y el rendimiento[8].
Michel Foucault usó el diseño del panóptico de Jeremy Bentham como archimetáfora del poder moderno. Zygmunt Bauman considera que la etapa actual de la modernidad es “postpanóptica”. En el panóptico, los internos estaban inmovilizados, debían permanecer en todo momento (tiempo) en los sitios asignados (espacio) porque si bien no sabían dónde se encontraban sus vigilantes, -que tenían libertad de movimiento- sabían que ellos estaban ´allí´. La disponibilidad de movimiento de los guardias era garantía de dominación; la inmovilidad de los internos era la más difícil de romper entre todas las ataduras que condicionaban su subordinación. El dominio del tiempo y la inmovilización en el espacio era el secreto del poder. El panóptico requiere compromiso, “era imposible considerar la opción en donde pudiera haber amos ausentes”[9]. En la actualidad, lo que induce a hablar de “posmodernidad” o de “segunda modernidad” es articular un cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales marcadas por políticas que se esfuerzan por cambiar la dimensión del tiempo y del espacio. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica y el tiempo requerido para el movimiento se ha reducido a la instantaneidad. El poder es extraterritorial, lo que confiere a los poseedores del poder una oportunidad sin precedentes: la prescindencia de la cohabitación humana (factor irritante del panóptico). “En el panóptico lo que importaba era que supuestamente las personas a cargo estaban siempre ´allí´, cerca, en la torre de control. En las relaciones de poder pospanópticas, lo que importa es que la gente que maneja el poder del que depende el destino de los socios menos volátiles de la relación, puede ponerse en cualquier momento fuera de alcance y volverse absolutamente inaccesible”. ¿El ´amo´ dónde está? Thomas Mathiesen considera que, en la actualidad, la obediencia al estándar tiende a lograrse por medio de la seducción, no de la coerción y aparece bajo el disfraz de la libre voluntad[10]. Esto implica un cambio: de la coerción a la seducción, de la tiranía del amo presente que obliga a trabajar, a la seducción del capitalista multinacional que ofrece su imagen sonriente junto al producto que promociona para la compra-venta.
“Voy al shopping” es una frase que se escucha en diversos lugares, pero: ¿el sujeto que la dice, dónde está? Poco importa, pues lo importante es que allí está todo, y, el que camina por el megacentro comercial (templo del consumo) pertenece a la aldea global[11]. Las personas se convierten en gente que rebasa anónimamente atrapada por imágenes que excitan hasta la saturación y son promesa de saciedad. Creando una forma de repartición de mercancías, se construye el individuo “lleno de lo light”, que no habla una lengua regional, sino una lengua universal –las marcas internacionales-, intentando disimular la “Babel” que se alimenta. El consumismo actual no tiene como objetivo la satisfacción de algún deseo subjetivo, sino la producción del “individuo de la posesión”.”Para la sociedad capitalista avanza, comprometida con la continua expansión de su producción, ése es un marco psicológico restrictivo, que en última instancia crea una ´economía psíquica´ muy diferente[12]. La voluntad de posesión reemplaza al deseo. La dependencia los objetos se extrema bajo la creencia de poseer la libertad de estar al alcance de ellos, para hacer de su vida una obra, -no de arte- según un modelo que quiere imponer una identidad de contrabando. Los compradores-consumidores pueden encontrar el consuelo de pertenecer a alguna comunidad en donde la ausencia de diferencia y el sentimiento de ´todos somos iguales´ causan su atractivo. La trampa es que el sentimiento de identidad común es una falsificación de la experiencia: “los que han ideado y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros en el engaño y artistas embaucadores”[13].
Claude Lévi-Strauss, en Tristes trópicos, señala las dos grandes estrategias para enfrentar la otredad: la antropoémica y la antropofágica. La primera consiste en “vomitar”, expulsando a los otros considerados irremediablemente extraños. Las variantes más extremas son el encarcelamiento, la deportación, el asesinato y –en formas más delicadas- los barrios privados. La segunda consiste en la denominada “desalienación” de las sustancias extrañas: ingerir, devorar cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en no diferenciables al cuerpo que los ingirió. Sus variantes también han sido múltiples: desde el canibalismo a las cruzadas culturales transformadoras delicadamente en globalización. La primera estrategia tendía al exilio o la aniquilación de los otros; la segunda, a la suspensión o la aniquilación de su otredad.
La comunidad actual, “mercado”, nos ofrece ambas alternativas que nivelan o vacían de toda subjetividad ideosincrática y las presentan como ideal a lograr por obra de arte. Albert Camus escribía: “Todo el mundo trata de convertir su vida en obra de arte”[14] ¿Quién es el artista? ¿Cuál es su inspiración?
Frente a tal producción de lo homogéneo, “no parece accidental que el miedo a los extraños haya crecido en la medida en que se han reducido las diferencias”[15]. La incapacidad de enfrentarse a la irritante pluralidad de diferencias y la ineptitud para tomar decisiones singulares, se encuentran en aumento. A mayor homogeneidad, mayor incomodidad frente a los extraños. La diferencia parece cada vez más amenazante y la angustia que provoca parece cada vez más intensa. A medida que el impulso hacia la uniformidad se hace más intenso, también se intensifica el horror ante los peligros representados por ‘los extraños entre nosotros’. Esa inseguridad se convierte en un círculo vicioso”[16] Los esfuerzos por mantener a distancia al “otro” en tanto que “diferente”, trae como respuesta esperable la incertidumbre existencial, a la que han dado lugar la nueva fragilidad de los vínculos sociales. Tal como lo expresa Georges Benko[17]: “Hay Otros que son más Otro que Otros, los extranjeros. Excluir a las personas como extranjeros porque ya n o somos capaces de concebir al Otro da testimonio de una patología social”. También de una patología política[18] generadora de focos de terror: “los orificios corporales (sitios de entrada) y sus superficies (los puntos de contacto) son los principales focos de terror y de angustia generados. “El cuerpo es uno de los puestos defensivos del casi abandonado campo de batalla donde día a día se entabla la lucha por la seguridad, la certidumbre y la protección[19]. Lucha en ejercicio de la libertad. Pero, es tiempo de preguntarnos respecto de esa libertad, pues quizás lo que se experimenta en su nombre ni siquiera lo contemple. Zygmunt Bauman considera que en la “modernidad líquida” los hombres “viviendo en la esclavitud, se sienten libres y por lo tanto no experimenten ninguna necesidad de liberarse”[20]. En este marco, el paseo por los shoppings nos sirve para mostrar una de las caras del capitalismo, aquella llamada “liviana” -¿liviana?- en donde el capitalista es anónimo y el sujeto resulta licuado.
El anonimato del capitalismo se generó a través de un truco: “no abolió las autoridades creadoras de la ley, ni las hizo innecesarias. Simplemente dio existencia y permitió que coexistan una cantidad tan numerosa de autoridades que ninguna de ellas puede conservar su potestad. Cuando las autoridades son muchas tienden a cancelarse entre sí. Una autoridad en potencia se convierte en autoridad por cortesía de quien la elige. Las autoridades ya no mandan, sino que intentan congraciarse con los electores”[21], lo que construye como consecuencia es el desmantelamiento de las redes normativas[22].
Se ha generado una sociedad tendiente a la adición y a la adicción, en donde lo que se consume debe llegar al exceso da la máxima satisfacción. Se impone la ley del “satis-facere”, en donde un pretencioso “demasiado hacer” es “hacer en demasía”. Su consecuencia está a la vista: “no tengo tiempo”, frase de letal elegancia con la cual la gente se pronuncia respecto de lo que llama “su vida”. Cabe preguntar: ¿es vida?, ¿de quién?, ¿quién tiene la titularidad de esto que llamamos “mi vida”? Existe una lógica adictiva, la lógica del uno más, de un poco más, en una serie con tendencia al infinito. En El psicoanálisis y la odisea[23] hemos referido ejemplos: loes envases de gaseosas que de pequeñas botellitas se convirtieron en botellones de dos litros; los modos de la cultura alcohólica en donde beber bien es beber hasta la descompostura; los restaurantes “tenedor libre”, en donde se puede comer de todo y mucho al mismo precio, y en donde comer bien se convierte en comer mucho. No hay alteridad ni diferencias. Y, entonces, cada uno en tanto que cualquiera puede en un instante fugaz convertirse en paracaidista, y ser el gran triunfador que practica deportes de alto riesgo -¿Hay entusiasmo por lo que causa pánico?- La virtud normativa de la prudencia está en desuso, también otras. En el mundo del “todo listo”, del “siempre listo”, y el que no puede tiene una solución al alcance de la mano: químicos para dormir, despertar, tener fuerza, divertirse, no comer, no dormir, no parar. Así las asociaciones entre fármacos y drogas están en el orden del día. No importa aquello que entra en la cuenta, el asunto es que sume. La saturación lleva a querer “tener todo” o bien a “tener nada”, en donde juegan sus lugares bulimia y anorexia, ya no solamente como patologías alimenticias, sino como modos de encarar la vida. La privacidad de un dormitorio es reemplazada por los “chat-shows”, en donde la máxima intimidad pasa a ser objeto de consumo público. Y el consumo implica trabajo, negocio –necotium-. Dentro de esta concepción económica, el ocio se considera un bien de consumo –mercado del ocio-, descubriéndose que la función de utilidad de un individuo está con relación a dos variables: renta y ocio. Nada se pierde, todo es aprovechable en la producción a través del trabajo. Como psicoanalistas sabemos que el trabajo del inconsciente, cuyo principio es el goce del trabajo de la pulsión de muerte, es aliado inseparable del trabajo del sueño, cuyo objetivo es seguir durmiendo.

El discurso capitalista y los ataques de pánico

A partir de tener en cuenta algunas reflexiones respecto a la temática de los discursos en general, presentaremos algunas consideraciones sobre el discurso capitalista. Por lo tanto, sólo a modo de orientarnos tendremos presente que:
Todo hecho necesita de un discurso que lo diga, pero también que el hecho sea significado según el discurso que lo dice o lee.
Un discurso constituye el modo en que se transmiten los puestos simbólicos, la raza de los amos y no menos la de los esclavos.
Todo discurso vincula de una manera determinada sus elementos.
Todo discurso lógicamente se ve restringido a ciertas operaciones e imposibilitado para otras: disyunción lógica entre verdad y producción[24].
En la fórmula discursiva se ponen en relación los siguientes lugares:



Agente                                otro                                     
verdad                           producción                         ó                        


provocación                  elaboración
 evocación                     producción
                           
                  Siguiendo las formalizaciones de J. Lacan respecto de los discursos, -ubicando los matemas S1, S2, S (barrado) y a- se ha formulado el “discurso del Capitalismo”, como una variación del discurso del amo, consecuente con una política que irónicamente denominaremos”His majes tic ge global baba”.

 
Discurso del amo

 S1                  S2
                        S                   a                         
                                       Discurso del capitalismo

  S                  S2
                                                S1                 a


Esta variación se produce por una reversión del lado izquierdo de la fórmula que queda alterado en sus términos y en su relación. En el discurso del amo, el sujeto queda determinado por la verdad, lo que se inscribe S1 sobre S tachada. En cambio, en el discurso del capitalismo, el sujeto opera sobre el significante amo como verdad, esto quiere decir que el sujeto dirige la verdad, por eso este discurso supone el rechazo de la castración. Es una verdad dirigida, construida, desde el sujeto tachado que encubre con un significante amo su tachadura, o sea, encubre su pérdida. Esto trae consecuencias en las relaciones de los términos: Es el S1 como verdad lo que pone en trabajo al S2. Cuanto más se trabaja para recuperar la primera pérdida, más se pierde, pero más se trabaja: las plusvalías se acumulan. Se trata de poner a contar, totalizar, cotizar la plusvalía cumpliéndose con el objetivo del capitalismo. En este modo discursivo no se producen restricciones, hay circularidad discursiva.
La absolutización del sujeto y del amo político plantean el problema del límite para el tirano moderno[25] y lleva a la interrogación acerca de la función del padre como límite al goce[26]. Las formas del ejercicio de la autoridad, del poder, se modernizaron con gran rapidez y dieron origen al “amo capitalista”. Consecuencia: El desastre de una sociedad destruida de cualquier autoridad ética sufriendo de los efectos sintomáticos de no poder liberarse de una degradación mercantilista más que a través de la violencia.
El discurso capitalista implica la producción extensiva, insaciable. En esa perspectiva, todo es mercancía, y toda mercancía producida en este sistema no puede ser más que un objeto efímero, ya caduco en el momento de la adquisición, y destinado esencialmente a ser reemplazado por un nuevo objeto más prometedor, y así sucesivamente. Por consiguiente, todo objeto puesto en circulación en el mercado, lleva consigo una vocación de desecho. La plusvalía, el más de valor producido por el capitalismo es inversamente proporcional a la menosvalía, a la depreciación infligida al consumidor. El consumidor se encuentra sometido a la presión constante y siempre más exigente de un empuje a volver a comprar. Un sistema así no puede sino extender el consumo cada vez más. Así, está asegurado que el capitalismo produzca cada vez más objetos con los que se acreciente el empuje insaciable de objetos de satisfacción imposible de ser colmada. En esa carrera cada mercancía se vuelve desecho desde el momento de su adquisición. En este circuito entra también el hombre como mercancía. El discurso capitalista es un discurso en rechazo a la castración. La perversión incita del capitalismo reside precisamente en un sistema social, un modo de dotar del pacto que suple el vacío central que es el hombre, de tal manera pervertido que su estructura se resuelve en el ataque al vínculo social que lo instituye. Del capitalismo todos somos víctimas. Su capacidad destructiva es extraordinaria. Entre modernidad y posmodernidad, se ha procesado una alquimia: pasaje de la creencia en el Otro a la querencia del Otro. El horror de saber es contra el horror de la verdad de la castración.
El discurso del capitalismo expresa una cultura que hace desaparecer al hombre en su singularidad: construye su perversión para tratar de superar la imposibilidad de encontrar “el objeto perdido desde siempre” –nos referimos al objeto en su estatuto freudiano-. La ciencia, con su gran producción de objetos, anima este discurso que promueve tantos objetos que permite que el ojo se nutra con una cantidad jamás vista. Y en estas formas se enmascara la posición del goce que está difundido en estos objetos de la ciencia. Lo que produce es un “exceso de goce”.
Sólo el impacto que causan los síntomas sociales recuerdan a los habitantes del mundo globalizado que le queda un poco de humanidad, “aún”, y también de malestar en la cultura. Su decir es “no nos sentimos cómodos en la civilización del presente”. Este decir tiene un sujeto, que en nuestra consideración, puede animarse a hacerse presente bajo la figura de “ataque de pánico”.
La primera descripción realizada por Freud sobre crisis de pánico[27] (1894), considera que estos estados pueden presentarse en forma de pavor, irrupciones, y ataques sin ser evocados por el decurso de las representaciones, acompañado de síntomas físicos neurovegetativos, y/o mezclarse con interpretaciones espontáneas relacionadas a la muerte. En una lectura freudiana pueden considerarse las descripciones sobre la angustia (Angst) como Angstanfall (ataque de miedo), Angsthysterie (histeria de miedo), Angstausbruch (irrupción de angustia). Tendremos en cuenta la hipótesis general: La idea de Angst se vincula a la concepción de descarga/salida (Abfuhr) de los estímulos (Reize) acumulados. El sujeto, impedido de descargar su libido, sufre la acumulación de excitaciones y para lograr descargar éstas se transforman en síntomas (sudores, taquicardia, contracciones musculares, parestesias, etc.). También es interesante considerar que el exceso de Reize es vivido por el sujeto como algo avasallador que lo lleva a un estado de miedo y desamparo: Hilflosigkeit, término que expresa un estado próximo a la desesperación. Aún habiendo reformulado en 1925, la teoría de la angustia, Freud mantiene la antigua hipótesis implicando al yo: “el yo anticipa la satisfacción de la moción pulsional y le permite reproducir las sensaciones de displacer (…) así se pone en juego el automatismo del principio del placer-displacer”[28]
Esta perspectiva metapsicológica-económica- es válida, el “aparato psíquico” no ha cambiado. Distinguir las clásicas formas freudianas del síntoma del ataque de pánico resulta imprescindible en la clínica actual. Los síntomas descriptos en aquellos no difieren de descripciones realizadas por las clasificaciones de los DSM. Entonces, en cuanto a descripción de síntomas para no haber nada nuevo a la luz. Pero lo importante es preguntarse sobre cuál es su posible escritura. Respecto de la crisis de pánico, ¿será válido realizar hoy la misma lectura que en 1894? Metapsicológicamente sí, no obstante, nuestra respuesta es rotundamente negativa, por lo que ya hemos expuesto respecto de la modernidad y la posmodernidad, -el sujeto de fines del siglo XIX-. Desde esta perspectiva vale considerar como diferentes no solo quién sufre ataques de pánico sino también quién los diagnostica y los “trata”. Entendemos que es preferible mantener abierta la interrogación sobre los “ataques de pánicos” que buscar rápidamente una equivalencia con hipótesis ya logradas, y de este modo borrar ese “rasgo de algo nuevo que portan”, corriendo el riesgo de encubrir las diferencias entre 1894 y 2003. La creación de una sociedad denominada “mercado” alcanzan a los intereses de la semiología psicopatológica: la creación de los DSM genera individuos pensados por una clasificación. George Perec[29] considera estas clasificaciones como emergentes de una voluntad –de poder- de distribuir el mundo entero según un código único con el objetivo de que una ley universal regule el conjunto de los fenómenos. En todas las ediciones de los DSM es evidente su orientación en comunicar diferentes particularidades sobre los trastornos mentales según un común nomenclador, perdiéndose, de este modo, la subjetividad de quién los padece. La primera edición apareció el 1952 y en ella el término “Reacción” reflejó la influencia de Adolf Meyer, quien cambia la denominación de “Neurosis” por la de “Trastorno”, designando con ella a los trastornos mentales como reacciones de la personalidad frente a diversos factores psicológicos, sociológicos y biológicos. Se eliminan las estructuras conocidas como Neurosis, Perversión y Psicosis, -y al sujeto en cuestión-, para establecer una larga lista de afecciones que concluyen en un listado numérico de múltiples aspectos fenoménicos que permiten vía libre de acceso a la Psicofarmacología producida por los emporios farmacéuticos. No hay ingenuidad en ello. Se excluye, de este modo, la apreciación de la dimensión fantasmática subjetiva dejando de lado las modalidades singulares de su goce, a propósito de no revelarlas, sino más bien de enmascararlas, de ocultarlas, para impedir toda posibilidad de emergencia de un sujeto. Los psicofármacos colaboran con la construcción de un mundo “igual para todos”, “de una felicidad alcanzable hecha para todos”. Nuestra hipótesis es que el sujeto que padece de ataques de pánico viene a mostrar la mentira del “vale-para-todos”. El exceso de goce no puede tramitarse y aparece como pánico, en una doble vertiente: instancia de suspensión subjetiva en lo simbólico y patentización subjetiva en lo real.
En los “ataques de pánico” existe un sujeto que se quedasen recursos frente a su propia inermidad, abatido frente a la propia imprecisión de su malestar, pero denunciante de que el malestar existe, él es su testigo del “malestar de la cultura”. El ataque de pánico dice poco del sujeto como efecto del significante, del producto (que es el objeto) y del resultado (que es el síntoma). El pánico es homólogo a un decir sin tiempo y sin función sujeto. La omnipresencia del Otro en el discurso capitalista produce una falla en la constitución de la realidad psíquica que el pánico viene a revelar brutalmente: el sujeto quiere ser representado, quiere hacerse escuchar, aunque sea a precio de los costos y las costas del pánico, en donde la temporalidad de lo simbólico parece muy reducida. El sujeto se patentiza, se hace presente, busca su lugar, en “lo real del síntoma”.

¿Qué “oferta” el psicoanálisis?

Desde la perspectiva de esta pregunta irónica, podemos insinuar “la oferta del psicoanálisis”, lo que ofrece el psicoanálisis, pues también los psicoanalistas sabemos que con oferta se genera demanda. A los psicoanalistas de hoy, también nos ocupa “hacer hablar”, para intervenir allí donde el “sufrimiento en demasía” se desborda y posibilitar al sujeto de un despertar[30]. Cuando el sujeto está tomado por lo pulsional (sujeto de goce) se encuentra en un nivel muy alto de “acomodación” con relación a la muerte. El costo es alto, y él no sabe cuánto. Frente a esta evidencia de agonía del sujeto, para el analista, el único alcance de la función de la pulsión será poner en tela de juicio ese asunto de la satisfacción. Entonces, si hay una clínica posible es en tanto que la clínica de la pulsión.
El análisis es el lugar de la pregunta que siempre queda abierta como producto del trabajo del deseo de un sujeto. No se trata que el analizante trabaje una pregunta sino que una pregunta trabaja al sujeto, lo que implica la subversión del sujeto del conocimiento. La pregunta es del sujeto, trabajador decidido a no ceder sobre su deseo de saber. La experiencia analítica implica la puesta del inconsciente en suposición: la asociación libre producirá un metabolismo de goce. La intervención del analista “jugará sus bazas”[31], que posibilitará al sujeto coordinar su goce a una experiencia significante, lo cual “justifica la intervención”[32]. Lo que resulta de la experiencia del análisis es un saber nuevo para cada uno. El trabajo del análisis implica el despertar del sujeto y ésta es su oferta.


[1]  Publicado en “Actualidad Psicológica”, Nº 314, Buenos Aires, Argentina, noviembre de 2003.
[2]  Imbriano, A.: Los nombres de la muerte. Capítulo en: Enfermedades de transmisión sexual y SIDA, Santiago Rueda Buenos Aires, 1997.
[3]  Diccionario de la Real Academia Española de 1919 y Diccionario Enciclopédico Larousse de la Lengua Española. 1998.
[4]  Discépolo, Cambalache, 1935.
[5]  La Nación, Buenos Aires. Domingo 28 de septiembre de 2003. Titulares.
[6]   Bauman, Z.: Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica, 2003.
[7]   Imbriano, A.: Ob. Cit. Pág. 16.
[8]   Imbriano, A.: El mundo in-mundo de desechos. Publicación  en Web. Elsigma.com.
[9]   Bauman, Z.: Modernidad líquida. Ob. Cit. Pág. 16.
[10] Mathiesen, T.: The Leisure Society, Oxford, Blackwell, 1988, pág. 183.
[11] Imbriano, A.: “El Psicoanálisis: una clínica del despertar para el nuevo milenio”. En: El Psicoanálisis y la odi         sea. Bs. As.  Ecua 2003.
[12]  Ferguson, Harvie: The Lure of Dreams, Sigmund Freud and  the construccion of modernity. Londres, Routledge, 1996, pág. 205.
[13]  Sennett, R.: The Uses of  Disorder: Personal Identity and City Life. Londres. Faber & Faber, 1996, pág.34.
[14]  Camus, A.: El hombre rebelde. Madrid, Alianza, 1996.
[15]  Sennett, R.: The Uses of …Ob. Cit. pág. 194.
[16]  Bauman, Z.: Modernidad líquida. Ob. Cit. Pág. 115.
[17]  Benko, G. y Strohmayer, U.: “Introduction modernity, post-modernity and social science”, en Space and Social Theory: Intepreting Modernity and Postmodernity. Oxford, Blackwell, 1997, pág. 23.
[18]  Bauman, Z.: Modernidad líquida. Ob. Cit. Pág. 117.
[19]  Bauman, Z.: Ibid. pág. 195
[20]  Bauman, Z.: Ibid. pág. 22.
[21]  Bauman, Z.: Ibid. pág. 20.
[22]  Imbriano A.: “Irresponsabilidad e increencia en la dirigencia política argentina”. En: Psicoanálisis y Hospital Nº 23. Ediciones del Seminario, Buenos Aires, 2003.
[23]  Imbriano, A.: El psicoanálisis y la odisea. Ob. cit.
[24]  Lacan, J.: Radiofonía y televisión. 1970 Anagrama. Barcelona, 1990.
[25]  Laurent, E.: Lacan y los discursos. Manantial, Buenos Aires, 1992.
[26]  Lacan, J.: “El reverso del psicoanálisis”. El Seminario XVII, Paidós, Buenos Aires, 1992.
[27]  Freud, S.: “Sobre la justificación de separar la neurastenia un determinado síndrome de neurosis de angustia”. Obras completas, Vol. III, Amorrortu, Buenos Aires,  1976.
[28]  Freud, S.: Conferencia 32: Angustia y Vida Pulsional  (1932). Obras completas. Ob. Cit.
[29]  Perec, G.: Penser, Classer. Hachette, París. 1995.
[30]  Lacan, J.: Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. El seminario. Paidós, Bs. As., 1986.
[31]  Lacan, J.: “La dirección de la cura”. Escritos, Siglo XXI. Bs. As., 1975.
[32]  Lacan, J.: Los cuatro conceptos fundamentales. Ob. Cit

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