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miércoles, 20 de abril de 2011

El toxicómano y el goce cínico

Resultado de imagen para fotos de enfermera en silencio por favorMag. Luis Darío Salamone



Partiremos de algunas referencias para desarrollar la especificidad del goce inherente a las toxicomanías.
En la Sesión de Clausura de las “Jornadas de Estudios de los Carteles en la Escuela Freudiana de París”, en abril de 1975, Lacan dice: “… no hay ninguna otra definición de la droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con la cosita de hacer pipí”[1].
Una de las dificultades en relación a la posibilidad de tratamiento tiene que ver con este velamiento de la función fálica. La droga le servirá al sujeto como un recurso para obturar la problemática que la sexualidad implica.
Como lo señala J. A. Miller en otra conferencia de clausura: la de las Jornadas del GRETA (Groupe de Recherches et D´études sur la Toxicomanie et L´alcoolisme), en 1989, esta afirmación de Lacan no es una definición de la toxicomanía, sino una tentativa de definición de la droga en tanto tal, ya que desde el psicoanálisis, más que preguntarnos por la toxicomanía, debemos hacerlo por la relación del sujeto con la droga en tanto objeto. Precisamente esto nos lleva a intentar circunscribir cierto tipo de goce.
La droga se presenta como un objeto que permite la obtención de un goce sin necesidad de pasar por el Otro. Dicho goce sería extraído del propio cuerpo, por lo cual se inscribiría en la línea del autoerotismo, Freud señala que si la importancia erógena de la zona labial se conserva “… tales niños llegan a ser, en su edad adulta, inclinados a besos perversos, a la bebida o al exceso de fumar…”[2]. Así vemos cómo ubica el tema en la rúbrica del autoerotismo.
Miller procurando circunscribir la cuestión plantea la especificidad de cierto goce cuando nos dice que se trata de “… un goce cínico, que rechaza al Otro, que rehúsa que el goce del cuerpo propio sea metaforizado por el goce del cuerpo del Otro…”[3].
El cinismo fue una escuela filosófica fundada por Antístenes, quien decía que el placer no era necesario y exhortaba a sus seguidores a no mover ni un solo dedo en su búsqueda. Afirmaba que prefería ser presa de la locura, antes que del placer. Experimentaba una necesidad de escapar, de ir más allá del principio del placer.
El término cinismo puede derivar del suburbio de Cinosargo, gimnasio cercano a la ciudad donde enseñaba Antístenes; o bien de Kynos: perro, apodo por el cual fue bautizado Diógenes por su manera de vivir, sin pudores y escandalosamente, apelativo que él consideraba honorífico.
Los cínicos opinaban que el desprecio del placer, a partir de su ejercicio, se convierte en algo realmente agradable. La miseria del hombre sería el resultado de la civilización. Por eso lo más preciado por los cínicos era la vida solitaria. Intento de huir del malestar imperante en la cultura rechazando al Otro.
El cinismo se proponía un ataque frontal a las instituciones, a los valores establecidos, a las reglas. Antístenes no sólo se limitaba a proclamar la imposibilidad del pensamiento racional, sino de toda afirmación a no ser tautológica. Negaba el hablar mismo, era inútil aprender a leer o a escribir. Lo mejor era vivir en soledad, lejos de todos. Así rechazaba no sólo a la ley, sino al Otro en tanto tesoro de significantes. Profesaba que de ninguna cosa puede llegar a decirse algo válido a excepción de su nombre propio, rechazaba toda significación, manteniendo una relación especial con el lenguaje.
No es de extrañar que una escuela de estas características no tuviera demasiados discípulos, pero hubo al menos uno de cierta importancia: Diógenes de Sínope. Podemos ligar el goce cínico del toxicómano a su figura.
Diógenes fue mucho más allá que su maestro en la negación y desprecio de lo estimado por los hombres. Negó terminantemente la existencia de Dios y la idea de madre patria, se consideraba cosmopolita. Negó todo valor a la ley, defendió la poligamia e incluso el canibalismo. Se identificó con la figura de Hércules, decía que había dominado sus propias bestias: el temor, el deseo y la que consideraba como la más engañosa y cruel: el placer. Todo aquello que pudiera replantear la situación del sujeto frente al Otro.
La fama de Diógenes atrajo la atención de Alejandro Magno, personificación del amo antiguo, quien le propuso que le pidiera lo que deseara. Lo interrogó acerca de su deseo. Diógenes sólo le pidió que se apartara del tonel en el cual vivía, ya que le tapaba el sol haciéndole sombra. Hasta la sombra del Otro le molestaba. Se dice que Alejandro exclamó: “Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes”.
Se comenta que Diógenes, a plena luz del día, salía por las calles con un candil encendido gritando: “Voy buscando un hombre verdadero”. Cabe una pregunta: ¿qué sería un hombre verdadero para Diógenes? Tal vez aquel que no fuera sujeto de la castración.
El estilo de vida cínica, llevada al extremo, determinó la muerte de Diógenes por el suicidio. En su enseñanza se inspiró toda una escuela de filósofos que tuvieron el mismo fin.
Diógenes Laercio, uno de sus más autorizados biógrafos, en Vidas de los más ilustres filósofos griegos opina que los cínicos fueron una secta filosófica, a diferencia de quienes consideraban el cinismo como una “actitud ante la existencia” o “cierto modo de vida”. Sin embargo, a partir de muchos de sus principios, podemos aislar una posición subjetiva, ya que se percibe la relación del sujeto con el Otro y su posición frente al goce.
Las coordenadas que hemos situado en la posición cínica podemos reencontrarlas en casos de toxicomanías. Recurriremos a los testimonios que han dejado escrito algunos autores.
Jean Cocteau en su libro Opio, que subtitula Diario de una desintoxicación, da cuenta del impasse sobre el Otro y el cortocircuito significante que produce el consumo de drogas cuando afirma: “bajo la acción del opio, uno se deleita con una roussel y no intenta compartir esa alegría. El opio nos des-socializa, nos aleja de la comunidad. Por lo demás, la comunidad se venga. La persecución de los fumadores es una defensa instintiva de la sociedad contra el gesto antisocial”[4].
Cuando Thomas de Quincey, en Confesiones con un opiómano inglés, intenta plantear su vinculación con el goce en el capítulo que llama “los tormentos de opio”[5], expresa la imposibilidad de extenderse con respecto a la desolación en que terminan sus veladas, esa desesperación que él llama suicida, no puede ser puesta en palabras.
Este es el goce que se experimenta por la droga, una dimensión de goce que como Lacan señala en “Psicoanálisis y medicina” es un efecto de la ciencia: Una experiencia a la cual se puede recurrir en el intento de velar la condición de sujeto, obturando todas sus preguntas alrededor de la droga.
Se tratará de procurar reabrir esos interrogantes fundamentales que se presentan como consecuencia de la castración: de buscar un intersticio donde ese falso saber que la droga genera, vacile. De nada sirve empujar a un paciente a que abandone el consumo sino es por efecto de que el sujeto se replantee su posición en tanto tal. Se trata, en definitiva, de hallar otros caminos para que el sujeto se enfrente con la real que lo determina.


BIBLIOGRAFÍA

Bogliolo, Luis: La filosofía antigua. Difusión, 1953.
Cocteau, Jean: Opio. Bruguera, 1983.
De Quincey, Thomas: Confesiones de opiómano inglés. CEAL, 1978.
Diógenes Laercio: Vida de los más ilustres filósofos griegos. Vol. II. Hyspamérica, 1985.
Freud, Sigmund: Tres ensayos para una teoría sexual. Obras Completas II. Biblioteca Nueva, 1981.
Lacan, Jacques: Psicoanálisis y medicina, intervenciones y textos. Manantial, 1985.
Lopes, Osvaldo: La filosofía en la historia de Occidente. Vol. 2. Ábaco de Rodolfo Depalma, 1975.
Miller, Jacques-Alain: Clotude. Analytica. Vol. 57. Le toxicomanie et ses thérapeutes.
Mondolfo, Rodolfo: El pensamiento antiguo. Losada, 1974.


[1]  LACAN, Jacques: Jornadas de estudios de los carteles en la Escuela Freudiana de París, abril de 1975. Biblioteca de Psicoanálisis, Oscar Masotta, pág. 9.
[2]  FREUD, Sigmund: La sexualidad infantil. Obras Completas II. Biblioteca Nueva, 1981, pág. 1200.
[3]  MILLER, Jacques-Alain: “Cloture”. Analytica Vol. 57. Le toxicomanie et ses thérapeutes.
[4]  COCTEAU, Jean: Opio. Bruguera, 1983, pág. 144.
[5]  DE QUINCEY, Thomas: Confesiones de opiómano inglés. CEAL, 1978.

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