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jueves, 3 de febrero de 2011

El "decir" de la adicción


Resultado de imagen para fotos de enfermera en silencio por favorLic. Gustavo Pérez
(gujoperez@gmail.com)

“... a veces estoy tan bien,
estoy tan down,
calambres en el alma...”
Promesas sobre el bidet –Piano Bar-, Charly García, 1994

Es frecuente escuchar acerca de las adicciones dos posiciones claramente definidas: el carácter “enfermo” del adicto y las implicancias antisociales emergentes del consumo de sustancias.

También es popular el criterio de que el consumo de sustancias guarda relación con un intento de evitar una realidad dolorosa y temida.

Pero también vale preguntarnos si “el adicto” nos da a entender algo más allá de su consumo, esto es, si hay un decir en las toxicomanías.

Efectivamente esto es así, ya que no estamos tratando con un “a-dicto” (sin palabras), sino con un sujeto que de maneras diferentes –seguramente autodestructivas en el caso de la dependencia a sustancias- nos está queriendo decir algo. Ahora bien: ¿qué nos querrá decir?, ¿en qué contexto despliega ese decir?

Sin dudas nos habla acerca de una problemática personal compleja y de una constelación familiar perturbadora donde la toxicomanía se instala como síntoma que busca ser entendida, decodificada.

Pero también el consumo de sustancias ubica al sujeto en un rol, le da una identidad, una forma de ser nombrado, un lugar en el mundo.

Aquellos que hemos trabajado terapéuticamente con toxicómanos les hemos escuchado referirse a sí mismos en términos de “drogones”, de pertenecer a un grupo de pares de consumo: “los del palo” en una suerte de versus de los que no lo son, los que “no entienden nada”, los “caretas”.

Me interesaría detenerme en este aspecto y tratar de analizar cómo serían las relaciones que el adicto establece con el medio social y tratar de entrever qué querría decir con esa lucha entre los que consumen y los que no.

Una de las características que observamos es la prescindencia de lo social, de las normas comunes, de las reglas sociales que son reemplazadas por códigos propios entre pares. De allí la conceptualización –y a veces el estigma- de conductas antisociales ó “trastorno disocial de la personalidad” como se lo diagnostica según el DSM IV.

Resultarían en una conducta propia de nuevos Diógenes de Sinope del Siglo XXI que reeditan los criterios del cinismo aparentemente extinguido como doctrina filosófica en el Siglo IV a C.

En apariencia son ajenos a los placeres (que pregona el colectivo social) para no ser sus esclavos. Se jactan de estar en contra de la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad.

En este orden Danny Boyle dirigió en 1996 Trainspotting, un film que trata de las problemáticas de un grupo de jóvenes heroinómanos. En la primera escena una voz en off sentencia:

“Elige la vida, un empleo, elige una carrera, una familia, una maldita TV inmensa, elige lavarropas, autos, CD y abrelatas eléctricos. Elige una buena salud y un colesterol bajo, elige las hipotecas a plazo fijo, elige una primera casa, elige a tus amigos. Elige la ropa informal. Elige un traje de tres piezas comprado en cuotas y pregúntate quién mierda eres un domingo temprano. Elige sentarte en el sofá a mirar programas estupidizantes mientras comes comida chatarra. Elige pudrirte en un hogar miserable siendo una vergüenza para los malcriados que has creado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida ¿Por qué querría yo eso?
Elijo no elegir la vida: elijo otra cosa. ¿Las razones? No hay razones.
¿Quién las necesita si hay heroína?”

Esta cita refiere precisamente al ejercicio crítico de los valores sociales imperantes, de la sublevación a la ideología dominante lo que nos lleva a otra pregunta: ¿serán los toxicómanos sujetos denunciantes de un trasfondo social enfermante?

Para intentar razonar esta pregunta nos valdremos de los postulados de Sigmund Freud en su texto “El malestar en la cultura”.

El autor nos enseña que existe un antagonismo irremediable entre las tendencias del individuo y las restricciones que impone la cultura.

La cultura (en pos del orden social y del desarrollo de unidades sociales cada vez más complejas), restringe el despliegue y la satisfacción de las tendencias naturales de los individuos (pulsiones sexuales y agresivas), por ello la cultura genera insatisfacción y sufrimiento. Mientras más se desarrolla la cultura, más crece el malestar ante la prohibición de satisfacerlas.

En definitiva, subraya el sometimiento de la civilización a las necesidades económicas, que imponen un pesado tributo tanto a la sexualidad como a la agresividad, a cambio de un poco de seguridad.

Seguridad aparente expresada en la adaptación que propone la materialidad de la vida moderna.

Todo aquel que no adhiere a la ideología de la materialidad incurre en conductas antisociales, en trastornos adaptativos...

También el ejercicio de la clínica nos enseña que tales adaptaciones son cada vez más caras en términos de sufrimiento del individuo. Precio muy alto a pagar por pertenecer a un sistema que cada vez exige más y ofrece menos.
Parecería que lo importante gira en torno al pertenecer sin medir los costos personales que esto implica.

No habría solución aparente. Un teorema sin resolución del posmodernismo cuya rebelión se paga caro en sentimiento de culpabilidad y exclusión.
Si es así que los toxicómanos denuncian esta contradicción, sin dudas lo pagan con el alto precio de la exclusión social, de la no pertenencia.

Terminan formando parte de un ghetto donde cobran identidad en el conjunto. Es una forma de pertenecer después del exilio social.

De allí el versus entre los unos y los otros.

La cultura reniega de las contradicciones que permanentemente se le presentan.

Es cierto que propone modelos de tratamiento de las toxicomanías. Modelos de cura a esta particular forma de sufrimiento, para “reinsertar a drogadicto en la sociedad”. 

Nuevamente Trainspotting nos dice al respecto del personaje que cumplió exitosamente con un tratamiento a su toxicomanía al final del film:

“Seré como Uds. Trabajo, familia, TV grande, lavarropas, auto, CD, abrelatas eléctrico, buena salud, colesterol bajo, seguro dental, hipoteca, casa, ropa informal, traje de tres piezas, comida chatarra, hijos, paseos en el parque, auto limpio, ropa nueva, Navidad en familia, jubilación, exención impositiva, sobrevivir.
Mirando al frente.
Hasta morir.”

¿Será esta la forma de “cura”? ¿Adaptarse es lo sano? ¿Acallar la crítica es el camino?
Parecería que además de sí y de su entorno familiar el toxicómano “dice” aquello que el sistema no quiere escuchar...

Una última pregunta: ¿estos malestares, dificultades adaptativas, insatisfacciones y angustias, sólo nos remiten a los toxicómanos...?

Una nueva esperanza: continuar con este debate para resolver los teoremas irresueltos y andar el camino desandado.

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