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miércoles, 12 de octubre de 2011

Cuerpo y adicciones en la adolescencia


Resultado de imagen para fotos de enfermera en silencio por favorOsvaldo T. Frizzera *

De la cocaína al sueño

Corría el año 1884 cuando Sigmund Freud escribía a la que entonces era su prometida sobre sus deseos de acceder a la fama[1]. En ese momento sus intereses se desplazaban sobre el cuerpo y el dolor y su propuesta para erradicarlo, calmarlo, era la aplicación de una droga: la cocaína. Fue también por visitar a la novia que según nos cuenta en la autobiografía, Freud se pierde la oportunidad de convertirse en la descubridor de las propiedades anestésicas de la cocaína. Se pierde la oportunidad de ser un médico famoso.
En 1895 arremete con el deseo de gloria pero esta vez a través de un sueño y su desciframiento: el de la Inyección a Irma[2]. Imagina entonces una placa inmortalizando tal descubrimiento, el del enigma de los sueños.
En ese recorrido que iría de la cocaína al sueño, Freud se demoraba y se debatía entre dos Cuerpos.
Por un lado el que le traía el dolor definido para ese entonces como una “hemorragia interna”[3], como un “agujero en el psiquismo”.
Cuerpo que reaparece a su vez en la descripción de las llamadas neurosis actuales. Por otro lado el cuerpo que le presentaba su maestro Charcot no había dejado de impresionarlo. En el ámbito de los martes, el seductor neurólogo se hallaba generalmente frente a una joven mujer que con los senos turgentes, los ojos semicerrados, el torso y la cabeza para atrás parecía a punto de caer. Allí el cuerpo doliente era un cuerpo con velos y con enigmas: ¿cómo es posible que en una posición tan inverosímil dicha mujer no pierda el equilibrio?[4]
Ya a fin del siglo XIX Freud postulaba que la lesión de las parálisis histéricas eran por completo independientes de la anatomía del sistema nervioso[5]. Se trata por lo tanto de un nuevo cuerpo que poco o nada sabe de la anatomía y que se ofrece al OTRO como acertijo a ser leído
Freud, decidido y audaz, adquiría su fama como psicoanalista. Como aquel al que se le suponía el saber sobre el cuerpo que será erógeno y que para serlo debió aceptar una caída: la del organismo biológico.
Muchos años después y luego de un recorrido por el narcisismo y la teoría pulsional retornan en la teoría freudiana el tema del dolor y del “trauma” que pertenecen más al registro del “Más allá” que al del placer, más al registro de la pesadilla que al del sueño.
¿Se puede hablar de un cuerpo del Más allá del principio del placer, de un cuerpo que no es el del sueño sino el de la pesadilla?
Mientras dejo planteado el interrogante me sumerjo en el presente de este fin de siglo que coincide además con el fin del milenio. Me sumerjo en los obstáculos con que la clínica de hoy nos desafía. Me sumerjo en las respuestas que los psicoanalistas hemos de ir dando.
Solemos oír en forma frecuente: “Ya no existen verdaderos neuróticos”. El tiempo se ha llevado el funcionamiento generoso del cuerpo de las histéricas. Se llevó también algunos bellos sueños, lo cual demuestra que el cuerpo, como el síntoma varía y desvaría en concordancia con lo social[6]. ¿No asistimos hoy acaso a la pesadilla de la droga, a la pesadilla del SIDA?
También las actuales “epidemias” de bulimias y anorexias, más allá de la singularidad del caso, nos devuelven rasgos propios de esta etapa.
A su vez el aumento de las enfermedades psicosomáticas ligadas popularmente al ya famoso, “estrés” llevan a proponer su resolución por la vía de la ingesta de medicamentos, de drogas lo cual nos evidencia una tendencia rápida y desesperada a acallar el dolor.
Y estas “nuevas enfermedades del alma”[7] suelen colocarnos más de una vez en un lugar que se parece al de la impotencia. Pero al mismo tiempo, cual obstáculo se constituyen paradojalmente en motor para un avance posible, en motor para agudizar nuestro deseo de ser analistas. Esto se hace notar particularmente en los adolescentes.

La adolescencia: ese nuevo despertar

Es sabido que la adolescencia no es un término usado por Freud; el que nos habla de pubertad, más precisamente, de la metamorfosis que esta etapa incluye. Metamorfosis implica cambio de forma, pasaje.
Desde entonces, cuando hablamos de adolescencia, la entendemos como un tiempo de cambio, un tiempo de transformación que remite simultáneamente a pasión, sufrimiento, adolecer. Será por eso que en este fin de milenio caracterizado, entre otras cosas, por un progreso tecnológico impresionantemente rápido, que nos excede, los adolescentes sean tan proclives a mostrarnos algo, o mejor dicho, a querer decir algunas cosas con eso que nos muestran. Ellos, que justamente están más sensibles que otros a la recepción de los cambios. Hay una protesta en lo que nos traen y también un llamado mal formulado, pero algo intentan decir cuando corren picadas con sus motos, o cuando toman o se drogan hasta el amanecer en lugar de hablarse y hasta de tocarse.
Y es que en ese momento al que podemos clasificar como el de un despertar, la droga suele jugar un papel a considerar. ¿Por qué un despertar? Una pequeña digresión sobre este término y lo que implica me permitirá articular el tema de la adolescencia con el cuerpo y la droga o las adicciones.
Todos recordarán que Freud en la metapsicología habla del momento de despertar del sueño y la diferencia que se produce en la escena entre estar dormidos y estar despiertos. El despertar es un tiempo de conmoción, de crisis de la representación del mundo. Cualquiera de nosotros puede recordar la sensación de irrealidad que experimentamos al despertar y el gradual armado de la pantalla del mundo, que nos permite reubicarnos. No es sin relación a esto que Freud habla de otro despertar: el sexual.
Nos dice que la pubertad es un momento específico de despertar sexual: pero no es el primero. Se lo llama secundario. El sujeto en la primera infancia ha atravesado un primer despertar que no es banal a la hora del segundo. Ante la conmoción del segundo despertar el sujeto busca las marcas, los investimentos libidinales con los que se contó en la primera vuelta edípica.
Lacan dice que la primera vuelta del despertar sexual le da al sujeto un cheque (un título), que recién podrá utilizar en la segunda. Sucede a veces que cuando el adolescente sale al mundo, sale al otro sexo, mete la mano en el bolsillo y no encuentra el cheque (el título), o se encuentra uno muy precario. Es decir, salir a la exogamia implica poder hacer juego con los recursos que la familia le ha dado durante la primera infancia.
Lo que ocurre en que unas cuantas ocasiones esos recursos son muy pobres, muy escasos, y entonces cuando salen al mundo no saben que hacer para reconocerse y hacer que lo reconozcan. No saben tampoco qué desean. El encuentro con lo desconocido los lleva en alguna de tales ocasiones, al recurso de la droga, para paliar el dolor que la conmoción de lo desconocido le produce.

De la clínica: una escucha en singular

Un testimonio de la clínica, un recorte de ello, será ocasión de articular las nociones antedichas.
José tiene 22 años, desde los 15 consume cocaína a la que suele acompañar con alcohol. A raíz de un episodio de violencia su familia decide vigilarlo severamente provocando con ello una brusca interrupción con ambos objetos (alcohol y cocaína).
Pocos días después José presenta todos los síntomas del denominado “síndrome de abstinencia”. En esas circunstancias es llamado un psicoanalista. Este se encuentra con un joven de rostro desencajado, presa de un pánico que se refleja en su confusión, en su mirada y en los gritos que profería.
Sudoración, temblor en sus extremidades y un insomnio que lo mantiene en vigilia permanente, se agregan al cuadro. Ni él, ni sus familiares “pueden ya más”. La abstinencia le producía la reaparición de los dolores que su cuerpo anestesiado antes no percibía. La abstinencia le implicaba el retorno de una búsqueda desesperada de la droga para lograr la cancelación tóxica del mismo[8].
Se advierte de esta forma que la relación de extrema dependencia con la droga, relación comparable con lo pasional, no tenía valor de síntoma, en el sentido psicoanalítico de una formación de compromiso entre una representación que busca retornar y una fuerza represora o contracatexia. Más bien la adicción tiene la estructura de una formación narcisista. Que revela en verdad, el fracaso en estos pacientes de la organización narcisista. Es decir, la correspondiente a la primera vuelta o primer período de la sexualidad infantil. Por ello cualquier falta le produce la imposibilidad de soportarla, lo remite a un vacío que hay que llenar de inmediato. En la bulimia será con la comida, en la adicción tóxica será con la droga. Como si quisiera parar una “hemorragia” se agarra de un recurso, se abraza a la droga.
Tiempo después efectivamente José narrará que son estados de vacío e inseguridad en extremo los que lo llevan a recurrir a la droga. Su vida es descripta como una permanente desesperación. Se define como alguien sin fuerza, sin vitalidad. Cuando no consume es alguien “sin motor”, “sin pilas” según su decir. La cocaína, el vino, o la combinación de ambos son para José los encargados de poner su cuerpo en funcionamiento.
Y no sólo a su cuerpo. Dejaré por un momento la adolescencia de José para referirme a una característica que suele marcarse como general.

El adolescente y las palabras

El adolescente queda en una particular relación con las palabras, Suelen hablar poco, o mucho sin decir nada. Suele también usar una jerga propia, propia de los grupos, Así como su cuerpo les resulta extraño, la palabra. Esto es justamente lo que hacen sentir a sus interlocutores.
Las palabras que tiene el adolescente le resultan ajenas; son aquellas que sus padres le han prestado; fue hablado mucho o poco por sus familiares que lo antecedieron. En la búsqueda de las mismas trata de usar los mas variados recursos. Tratará de hacerse oír. Como antes decía, no siempre lo hará por el camino más directo y eso le cuesta a veces hasta la vida. Con su adicción por ejemplo quiere decir algo al tiempo que quiere marcar un rasgo que lo diferencia sobre todo ante un mundo violento, competitivo y que pretende uniformar a todos con un mismo ropaje.
En este momento del trabajo, varias vías posibles y atractivas se abren para la reflexión. Resultaría tentador hablar, del modo en que a veces esta problemáticas quedaron excluidas del consultorio de los analistas. Referirme entonces a una escucha y a una posible, aunque no por ello fácil, dirección de la cura.
Resultaría igualmente interesante profundizar más la línea de la relación con lo social o con el malestar de la cultura de hoy, caracterizado como el momento de caídas: de ideologías, valores, etc.
Pero obviamente dado el título del trabajo y aunque incluyendo en mis decires tales temas, me referiré en forma más precisa, al del cuerpo en relación con la primera pregunta que dejé en suspenso.

El cuerpo de la pesadilla

¿Se puede hablar del cuerpo de la pesadilla como un cuerpo distinto al del sueño? José nos ha adelantado una respuesta desde la clínica pero es Ernest Jones[9]. Aquel psicoanalista amigo y biógrafo de Freud es quien nos permite dar una vuelta más a través de su libro sobre la pesadilla. En él nos describe en detalle la fenomenología de este padecimiento. Dice, primeramente que quienes la sufren sólo ofrecen un desarticulado y débil eco de la terrible realidad mental. Rompiendo toda barrera del deseo de dormir, la pesadilla causa un compromiso de carácter orgánico por las agonías violentas con sensaciones de parálisis y aprisionamiento. Una respiración difícil y una imposibilidad de todo movimiento voluntario completa el panorama. La persona despierta sacudida por el pánico aunque este continúa en forma de palpitaciones, agotamiento, depresión y desconfianza.
Jones investiga en su trabajo las figuras medievales que sirven para dar forma a la pesadilla. Incubos, súculos, vampiros. Todos demonios de la noche. El vampiro se destaca por sobre ellos en su carácter de visitante nocturno, adoptando distintas formas. El vampiro es por definición un espíritu “chupasangre” o el cuerpo reanimado de una persona muerta que se alimenta de la sangre de otros.
La sangre de los demás es la que le permite vivir. Este rasgo denuncia la relación parasitaria: vive a expensas de otro cuerpo, de lo contrario queda reducido como puro resto. Entonces a partir de estas consideraciones se puede decir que el cuerpo del adicto se asemeja al de dicha figura pesadillezca. En esta analogía resulta importante recordar dos características que las películas sobre vampiros nunca dejan de mostrarnos. Por una parte tales figuras, siniestras por cierto, no pueden reflejarse en el espejo. Por otra cuando chupan la sangre de alguien transforman a esa víctima en vampiro. Se restituye así algo del orden fallido del transitivismo. El cuerpo del adicto es el que según su decir vive por y gracias al consumo de la droga, al tiempo que ésta lo consume y lo parásita.
  Es un cuerpo entre la vida y la muerte que para funcionar ha de recibir “la sangre”, la “prótesis” de la droga. ”Sin ella no soy nada, ni nadie” suele comentar José. Y no está hablando de su novia, ni de persona alguna. Está hablando de la cocaína, “su motor”, “sus pilas”.
El joven capturado en un dispositivo de dependencia vive su cuerpo en una dimensión real, de órganos que le pertenecen o le faltan. Dimensión del autoerotismo previo a la reflexión especular. La fase identificatoria del espejo ha sido inoperante. En la primera vuelta a falta de una mirada de sostén y reconocimiento: sólo ha encontrado una órbita vacía[10], la misma en la que dice caer cuando le falta la droga. Por eso la satisfacción pulsional es directa, es desnuda. Por eso lo situamos en una dimensión que está más allá del principio del placer. Si el sueño es el guardián del dormir, es también el guardián del cuerpo. Mientras que en el sueño se alucina inventando representaciones del deseo, la droga es para el adicto la restitución al cuerpo de un órgano faltante, una “prótesis psíquica” que se constituye en el equivalente de una formación alucinatoria, José como otros tantos, no puede soñar; no puede a través del sueño inventarse cuerpos que lo representen y que representen su deseo. La pesadilla tampoco se le aparece de noche solo como un mal sueño. Es su sueño permanente. De día y de noche se debate entre el cuerpo paralizado, apresado, desvitalizado y el de una errancia sonámbula permanente y dislocada.
Restablecer y/o construir la vía que va de la droga al sueño, del goce mortífero del trauma a la ligazón, del cuerpo de la pesadilla al cuerpo erógeno del sueño y su despertar, es el difícil y complicado camino que el psicoanalista debe procurar que transite el paciente toxicómano, camino que casi nunca o sólo muy pocas veces, éste, lo ha recorrido.



* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Profesor en la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños de UCES-APBA.

1] Jones Ernest: Vida y obra de Sigmund Freud. Tomo I.
[2] Freud, Sigmund: La interpretación de los sueños. Cap. II. Obras Completas.
[3] Freud, Sigmund: Manuscrito G. Obras Completas.
[4] Zopke, Pablo: Mujeres. Homo Sapiens Ediciones.
[5] Freud, Sigmund: Estudios sobre la histeria, Comunicación preliminar. Obras Completas.
[6] Zopke, Pablo: Mujeres. Homo Sapiens Ediciones.
[7] Kristeva, Julia: Las nuevas enfermedades del alma. Ediciones Cátedra.
[8] Le Poulichet, Sylvie: Toxicomanías y psicoanálisis. Amorrortu ediciones.
[9] Jones Ernest: Acerca de la pesadilla.
[10] Le Poulichet, Sylvie: Toxicomanías y Psicoanálisis. Amorrortu Ediciones.

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