Interrogarse acerca de las toxicomanías es
introducirse en un campo en el cuál la clínica, tal vez en sintonía con el
fenómeno mismo, padece de un déficit de teorización, un déficit de discurso.
Esto tiene que ver con que se trata de una problemática multideterminada por
variables de diferente orden y, en consecuencia, abordada desde múltiples
campos (psicológico, médico, sociológico, jurídico, educativo, etc.).
Considerar en principio el significado de los
términos ligados a este fenómeno, nos abre el camino a una teorización posible.
La lengua castellana nos dice de:
Adicto: Adjetivo y Sustantivo. Dedicado, apegado, muy
inclinado, unido o asociado a otro para entender en algún asunto. Dícese de la
persona dominada por el uso de ciertas drogas.
Toxicomanía: (de tóxico y el gr. manía, locura) Estado de
intoxicación por el consumo reiterado de una droga natural o sintética.
Droga: Fig.: embuste, mentira disfrazada con artificio.
Trampa, ardid perjudicial.
Destaquemos en este punto que, desde el significado
mismo de los términos, adicción no es lo mismo que toxicomanía, pero ambos en
su definición incluyen al objeto droga.
Desde otro campo, si interrogamos al psicoanálisis,
encontramos en la obra de Freud dos líneas argumentativas. Por un lado, sostuvo
que la adicción constituye una forma particular de autoerotismo, como sustituto
de un autoerotismo primordial, masturbatorio, y por otro, afirmó que en la adicción,
la sustancia intoxicante que se ingiere es en realidad una réplica mundana de
la toxicidad de la pulsión. Se trataría, como en la hipocondría, de un
autoerotismo tóxico en que la libido narcisista queda estancada, y la angustia
no puede ser procesada psíquicamente, es decir, no hay palabras, y se supone
que tampoco hay escucha en algún lugar para esa palabra. El goce autoerótico va
acompañado de pánico hipocondríaco, y paradójicamente cuanto mayor es el goce,
mayor es el pánico.
Lacan trabaja posteriormente el tema de la carencia
de objeto refiriéndola como el resorte que une al sujeto con el mundo, porque
es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar y en tanto el
reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia, hace que el objeto
pueda ser reemplazado permanentemente.
Es a esta sustitución que el adicto se opone con los
recursos que la droga le ofrece, demandando anhelante, imperioso, el objeto
perdido, y colocando en lugar de la falta, lo que la sustancia le provee a través
de sus efectos.
Y en el orden del desafío que va por la vía de la
desmentida, de la renegación, la droga, con las alteraciones que provoca,
facilitará el enfrentamiento a imperativos categóricos del superyo, sobre todo
al que se refiere a la muerte personal, y la convicción acerca de su inmortalidad
le da pié para desafiar otros imperativos, por ejemplo, respecto a la
sexualidad, a la necesidad de trabajo, etc.
La incorporación orgánica implica una pérdida de
cualificación psíquica, relacionada con otros mecanismos eficaces de la gama de
la desestimación de la instancia paterna, por lo cual el superyó queda
desinvestido libidinalmente y retorna luego como puro cultivo de pulsión de
muerte condenando el yo a la aniquilación, a la desaparición, y esquivando toda
duda en procura de la promesa de goce. La función de la incorporación parece
ser en principio la de aportar un recurso vital adicional, un suplemento
energético que devuelve el sentir, pero luego cambia de signo y se trasmuda en
factor adicional del arrasamiento de la tensión vital.
David Maldavsky plantea que en las adicciones opera
como defensa la desmentida de la castración materna, que conduce a colocar como
formación sustitutiva, en lugar de un fetiche, una droga, en el esfuerzo por
refutar un juicio traumatizante. Por otro lado ubica a las toxicomanías en el
grupo de las afecciones tóxicas, haciendo referencia con esta categorización a
la estasis pulsional, a la toxicidad de la libido que resulta
imposible de tramitar por la vía simbólica, por la vía de la palabra.
Sylvie Le Poulichet somete a una severa crítica los
discursos corrientes sobre las toxicomanías, teorías surgidas desde diversos
campos de investigación, entre ellos el psicoanálisis, cuyas evidencias y
certidumbres considera ¨verdades de apuro¨. Esta autora propone que la
toxicomanía precipita un saber y causa una prisa por concluir, y que esto se
evidencia tanto en las teorías como en los enunciados de los toxicómanos
mismos.
Desde una propuesta innovadora construye una fórmula
con la que designa la especificidad del acto que crea una toxicomanía, y la
nombra como ¨Operación del Farmakón¨. Esta operación no es equivalente al uso
de drogas, lo que representa es un intento de cancelación tóxica del dolor y
una restauración de un objeto alucinatorio, reinstalando así un estado en que
el yo y el otro no se diferencian, perdido desde el comienzo por la inclusión
en el orden simbólico a través del lenguaje. Se trataría de un tentativa de
anular un corte, que es constitutivo del ser hablante. Una condición para que
se sostenga esta operación, para ser que algo se haya constituido como un
¨intolerable¨ que no puede ser asumido dentro de una realidad simbólica.
Este concepto no remite a la idea de autodestrucción
ligada habitualmente a las toxicomanías, sino a una operación esencialmente
conservadora que protege a una forma de narcisismo y permite neutralizar lo que
cobra el valor de una amenaza. Algo que también sostiene la autora junto a este
nuevo concepto, es la necesidad de pensar las toxicomanías en su heterogeneidad
en tanto referidas al campo íntegro de la psicopatología: ¨Los toxicómanos
presentan estructuras psíquicas diferentes, aún cuando recurran a una Operación
del Farmakón semejante¨.
Asimismo establece ciertas diferencias fundamentales
para tomar en cuenta en la clínica, entre lo que llama ¨las toxicomanías de la
suplencia¨ y ¨las toxicomanías del suplemento¨: En las primeras, la operación
constituye una restitución alucinatoria de un fragmento del cuerpo. Una nueva
función de órgano aparece convocada a ligar las excitaciones en el lugar donde
el cuerpo se ha precipitado en un llamado al goce. En la segunda, la operación
realiza una particular puesta en suspenso del deseo y una evitación de la
castración simbólica.
Toxicomanía,
uno de los nombres modernos del malestar
La toxicomanía es un mal moderno y de la cultura
occidental. No es casual que la referencia más fuerte que encontramos en Freud
al tema de la droga se encuentra en el texto ¨El malestar en la cultura¨
(1929). En este texto se ocupa del tema de la felicidad y de la oposición entre
el sujeto y la cultura, en tanto que el hacho mismo de la cultura implica una
renuncia, la renuncia de cada sujeto a la aspiración individual de la libertad,
y una renuncia más fuerte aún, la renuncia pulsional, al autoerotismo, y
fundamentalmente a la pulsión de muerte.
Así Freud llega a afirmar que la felicidad no está
contemplada en la naturaleza del ser humano, más bien, las exigencias de la
vida operan en su contra. Luego plantea tres opciones para mitigar el
sufrimiento que la renuncia non impone: las satisfacciones sustitutivas
(sublimación); poderosas distracciones que nos permitan olvidar nuestra
miseria; y los narcóticos, a los que les otorga la cualidad de ser los más
poderosos y efectivos por tres particularidades específicas: su efecto es
inmediato, evitan el dolor proporcionando además placer y generan la ilusión de
independencia en relación al mundo exterior, a la cultura en general. Queda así
localizada la droga como el medio más poderoso para evitar el encuentro que
implica una pérdida radical, la separación del goce del cuerpo por el
significante.
Entonces, si nos ubicamos del lado del sujeto que
consume drogas, al malestar responde con la sustancia. Podemos pensar que este
sujeto elige la droga por su particular posición subjetiva y, además, porque el
contexto social en el que le toca vivir, le ha dado miles de mensajes para
buscar soluciones mágicas a su malestar. Desde el factor social el toxicómano
no escapa a ser un elemento más de una estructura capitalista que impulsa de
continuo a la globalización, a igualar deseos, a la uniformación, a una promoción
de goce rechazando el amor y la castración. ¨Toda pérdida puede ser
reintegrable por el consumo¨, y para este empuje al consumo, el toxicómano es
el instrumento ideal. El mundo actual empuja a un goce solitario (autoerótico)
donde no se necesita pasar por el otro para la satisfacción. Se trata de un
mundo de imágenes, donde cierta peste escópica devora la palabra. El toxicómano
en su desafío, denuncia un mundo de ¨caretas¨ donde el otro no tiene ninguna
credibilidad, describe el cinismo ideológico, la proliferación del semblante y
la ficción. En la promesa del mercado, todo se espera del objeto y nada del
sujeto. Se promociona constantemente un objeto que tiene la garantía de colmar,
y el único espacio de libertad para el sujeto es tomarlo o dejarlo, no
modificarse ni modificarlo. Así, el sujeto desaparece tras el objeto que lo
satisface y desde entonces, lo constituye otorgando consistencia al ser.
La práctica del consumo produce un tipo particular
de lazo social, entendido en este contexto como la capacidad del sujeto de
negociar la satisfacción y la coexistencia con otros en la lengua de la sociedad,
que desde el plano de lo moral, con sus leyes y sus valores, define las reglas
del juego de esta negociación.
En una sociedad donde el soporte del Estado, deja de
ser ¨el ciudadano¨, con sus derechos y sus obligaciones, para ser ¨el
consumidor¨, que parece gozar sólo de derechos, las nuevas reglas de juego no
pueden dejar de tener efectos sobre el sujeto.
Una
apuesta clínica en los bordes del milenio
Vivimos un tiempo en que muchos sujetos eligen
volverse locos artificialmente, pareciendo descibrir en esto un nuevo valor.
Así es como se nos hace posible hablar en la actualidad de patologías que
parecen resistir a la palabra, nuevas ¨pestes´ que son asociadas con la
finalización del milenio, que exceden en mucho los marcos teóricos planteados
hasta el momento, y que dejan en nuestras manos la creación de nuevas
estrategias y direcciones para abordarlas.
Si bien los seres humanos han hecho uso de las
drogas desde tiempos inmemoriales, ligados a rituales religiosos, indicaciones
terapéuticas, etc., se trataban de actos privados sin consecuencias de orden
social. En este fin de milenio cuando el consumo de sustancias tóxicas alcanza
un carácter masivo, desbordando lo que tendría una significación individual,
asociándose a factores sociales, culturales, económicos, legales, políticos,
etc.
Estos
¨actuales¨ modos de presentación del sufrimiento subjetivo están
asociados en su mayoría a la llamada Clínica de los Bordes. Si pensamos en el
sujeto que llega a nuestro consultorio autodefiniéndose como drogadicto, más
que borde, nos sugiere cima, cumbre, punta de iceberg, emergente de una
pirámide en cuya base están las Instituciones que lo generan y determinan.
Abismo y soledad son dimensiones experimentadas con enorme intensidad por
quienes nos solicitan asistencia. Es en este punto donde sí podemos pensarlos
en cierto borde, en tanto desaparecen, se escapan, se borran en el goce de una
ilusoria autonomía emparentada a la más violenta dependencia, entrampados en
una relación primaria, sin corte, en la que creen que toda necesidad será
colmada a través del ardid que aporta la relación a la sustancia.
Así es como pensamos la toxicomanía, como un
encuentro entre un sujeto y un objeto (la sustancia tóxica) en un contexto que
lo promueve y sostiene. Se trata de una problemática del acto, un acto que se
presenta en la clínica de la mano de la angustia de otro, configurando una
escena y no un discurso. Esta configuración se sostiene en una identificación,
una manera de ser en el mundo, de ser nombrado. Por otro lado, por el lado del
objeto se asegura un goce que permite la ilusión de independencia absoluta
frente al otro. Es pertinente aquí referirnos a la idea de Lacan respecto de la
droga como: ¨lo que permite romper el matrimonio con el falo¨ y la posición que
plantea Miller a propósito del toxicómano como ¨cobardía en relación a la
falta¨ (en el Otro).
La clínica nos autoriza a decir que la toxicomanía
no es la adicción. El toxicómano habla, denuncia, se da a ver en ese encuentro
del sujeto con la droga.
Lo adicto es lo que queda por fuera del discurso, es
lo que se ignora. La toxicomanía es lo que el sujeto hace con lo que le pasa,
es una respuesta a una pregunta que se ignora. Es por ello que no podemos
pensarla como síntoma, un síntoma se padece, hace pregunta, está ligado al
retorno de lo reprimido y a una satisfacción sustitutiva de la cual el sujeto
nada sabe. En el acto del consumo, el sujeto sabe de qué se trata su goce;
hablamos aquí no de una determinación inconsciente sino de una elección, y el
hablar de una elección nos permite brindarle estatuto de sujeto psíquico al
adicto en nuestra apuesta clínica.
¿Cuáles son las normas, las reglas de juego en el
abordaje terapéutico de las toxicomanías? ¿Cuáles son los límites de nuestra
función? ¿Hasta dónde podemos avanzar, a qué proximidad debemos ubicarnos del
paciente que circula en el borde? ¿Qué debe hacer un terapeuta con un pedido
explícito de curación que nada tiene en común con una demanda en sentido
analítico, con una pregunta, con un deseo de tener una relación al
inconsciente?
Estos pacientes nos exigen permanentemente nuestra
función y nuestra dirección, nos proponen el desafío de aprender nuevos
códigos, patean el tablero, boicotean los acuerdos. Los pacientes voraces, caracterizados
por la desmesura, nada les alcanza, no tienen términos medios, juegan de
continuo al todo o nada. Este vacío que nos muestran con crudeza se entrecruza
con lo que todavía resulta imposible de decir desde la teoría.
En medio de tantos interrogantes sabemos que lo que
sostiene en esencia una clínica posible, en que toda intervención que
realicemos se encuentre fundamentada en una ética que reconozca al sujeto como
ser simbólico que, a través de la palabra, accede a la condición de humano. Se
trate de un tratamiento individual, o de la acción terapéutica llevada a cabo
desde otro dispositivo, la única dirección posible es confrontar al sujeto con
su propio acto, responsabilizarlo en su elección, aún en casos extremos donde
sea necesario, a esos fines, el levantamiento del secreto profesional. El
desviarse de esta posición, sobre todo en este tipo de pacientes que con sus
actos ponen muy habitualmente en riesgo sus propias vidas o las de terceros,
deja caer toda posibilidad de tratamiento. Es sólo desde esta posición que es
posible la apuesta al sujeto allí, en la adicción, donde todo pareciera indicar
lo contrario.
Dicha apuesta intenta hacer posible un pasaje desde
una relación sin falta, cerrada en una respuesta, desde la impulsión respecto
al objeto droga, hacia la sintomatización, la formulación de una pregunta, la instalación
de una demanda de saber sobre sí.
En este contexto, el dispositivo psicoanalítico
flexibilizará su ortodoxia, al punto de ejercer ciertas acciones concretas, que
podrán parecer directivas o pedagógicas con el fin de posibilitar la relación
terapéutica con sujetos que sólo manejan, en ese momento de sus vidas, el
lenguaje de la acción.
Nada nos impide pensar nuestra clínica y nuestros
objetivos terapéuticos desde el psicoanálisis. ¨El recorrido freudiano
demuestra que el psicoanálisis no puede detenerse en lo terapéutico, porque o
terapéutico es un efecto, y ese efecto el sujeto también puede obtenerlo de
otros modos, por ejemplo por sus identificaciones, que lo establecen en una
peculiar forma de relación con un objeto que de este modo lo completa. Su
institución subjetiva resguarda al sujeto de su falta en ser, y no es allí
donde el psicoanálisis va a detenerse, Cuando su propia terapéutica se torna
ineficaz, cuando su institución ha fallado, apela a otra instancia, en este
caso, se trata del Hospital de Día¨ (Daniel Millas).
El Hospital de Día, una
estrategia posible
Señalaremos en este punto algunas variables que se
observan con frecuencia en el pedido de ayuda desde la problemática de la
toxicomanía, y que marcan diferencias notables con respecto a otras demandas de
tratamiento.
A) ¿Quién se presenta a la primera entrevista?
¿Quién se presenta como paciente? ¿Quién llega padeciendo? ¿Quién es portador
de un estado de angustia? ¿Quién espera algo del profesional?
- Excepcionalmente llega sólo el sujeto que consume,
y si así fuera, se trata de un adulto. Es posible que venga acompañado de un
oficio judicial.
- El 80 % de los pacientes llegan a la primera
entrevista con un familiar, y es éste quien se muestra angustiado. Aquí se
pueden diferenciar dos situaciones:
Que el joven venga acompañado por un familiar y
manifieste; ¨Vengo porque no puedo parar de consumir¨. Cuando se investiga
acerca del por qué de la preocupación se refieren a situaciones de pérdida:
abandono del colegio, despido del trabajo, pérdidas económicas, causa judicial,
etc. La única expectativa es recibir un tratamiento para dejar de consumir. El
problema queda definido de esta manera y por cierto cuenta con el apoyo de
quien lo acompaña.
La otra situación es que el joven venga acompañando
a un familiar: ¨Vengo por ella/el, para que no sufra, yo estoy bien¨, dice
refiriéndose a su madre, padre o pareja. El supuesto paciente no manifiesta
padecimiento alguno, quien lo manifiesta es el otro.
- En el 75 % de los casos es la madre la que
acompaña, lo cual indica en un alto porcentaje, negación, indiferencia y en
algunos casos complicidad de la figura paterna.
- El porcentaje de familiares que asisten a la
primera entrevista sin la presencia de la persona por la cual consultan es cada
vez mayor, tres de cada cuatro casos se presentan de este modo; en general
llega la madre acompañada por un hermano/a. Sólo excepcionalmente llega la
pareja de padres. Recordemos que se trata de sujetos menores de edad o sujetos
mayores que no han logrado (o han perdido) autonomía respecto a su familia de
origen.
B) Quien llega a la entrevista: ¿qué demanda
realiza?
El familiar
que asiste manifiesta ¨no saber qué hacer¨ mientras ve sumergirse a quien
consume en una situación de pérdida de espacios ligados al desarrollo, como
también, de vínculos afectivos. Simultáneamente, el resto de la familia,
profundiza un estado de crisis. Esta familia espera del profesional de la salud
una respuesta urgente. Toda respuesta es imposible sin realizar al menos un
proceso de orientación, con el objetivo de establecer un vínculo confiable que
genere la esperanza de que hay un tratamiento posible para el problema.
C) ¿En qué momento de la historia del sujeto se
produce la consulta?
- Por una escalada de violencia en la familia, que
torna insostenible la convivencia.
- Por fuga del hogar.
- Por intervención policial o judicial.
Frente a estas variables observadas en la primera
entrevista, nos proponemos tres objetivos:
- Objetivo inmediato: que el consultante vuelva a la
próxima entrevista cada vez, hasta concluir la etapa diagnóstica y realizar la
derivación a un tratamiento.
- Objetivo a corto plazo: el ingreso al tratamiento
(considerado como el más adecuado para el caso) por parte del paciente y/o sus
familiares. También es un objetivo a corto plazo el esclarecimiento de la
demanda durante el recorrido del paciente por dicho tratamiento.
- Objetivo a mediano plazo: la desvinculación del
paciente de un dispositivo asociado al tratamiento de las toxicomanías a partir
de la instalación de una demanda de saber sobre sí, de la sintomatización que
posibilitaría un análisis que el paciente mismo buscará fuera del Servicio.
Cuando el joven asiste a la Institución, ya desde la
primera entrevista, o luego del proceso de orientación realizado por quien ha
consultado y como consecuencia de éste, se realiza la evaluación diagnóstica y
la derivación al dispositivo terapéutico que sea más pertinente al caso. Las
posibilidades son:
- Si se trata de sujetos usadores de sustancias que
manifiestan conflictos de otra índole, asociados o no al consumo y solicitan un
espacio de terapia individual, serán derivados a consultorios externos.
- Si se trata de sujetos dependientes, que
estructuran su vida en torno al consumo de sustancias, lo cual genera la
pérdida de todo espacio que no estuviera en relación al consumo, dependen
absolutamente de sus familias, no trabajan, etc. y manifiestan su intención de
parar de consumir ya sea por miedo a la muerte, la locura, la enfermedad, la
cárcel o tal vez, la pérdida de los últimos vínculos afectivos que todavía
sostienen, la derivación será Hospital de Día.
¿Cuáles son la particularidades de un Hospital de
Día pensado para las adicciones?
Este dispositivo es una alternativa a la internación
de pacientes dependientes graves, en el
punto en que ponen en riesgo sus vidas y las de terceros (sobredosis,
accidentes, delitos, enfrentamientos con la policía, etc.). También es posible
como alternativa para pacientes dependientes que han intentado tratamientos
individuales sin poder sostenerlos.
El dispositivo funciona como referencia y
pertenencia para el paciente durante un período de tiempo, ofreciendo un
espacio de escucha y operando una función de límite que genera un orden diferente
en un sujeto cuya vida está organizada alrededor de un objeto (la sustancia).
El objetivo no es ¨curar¨ al paciente de su
adicción, sino el promover y posibilitar un cambio de posición que le permita
realizar nuevas elecciones y producir nuevas demandas. El final de este recorrido
por los espacios que ofrece el dispositivo no está determinado por un ¨alta
terapèutica¨ sino por la derivación a un
tratamiento individual en respuesta a la instalación a una verdadera demanda de
saber sobre sí. En este sentido sostenemos que la continuación de este proceso
dentro del dispositivo, sostendría, en su otra cara, una identidad otorgada por
el consumo de sustancia, tras la cual, en el ¨soy adicto¨ o ¨soy ex-adicto¨, el
sujeto se pierde.
¿Cómo está organizado el dispositivo?
Los jóvenes concurren todos los días al Hospital de
Día, durante cuatro horas, en las cuales recorren diferentes espacios:
- Grupos terapéuticos;
- Talleres y espacios de deportes;
- Entrevistas individuales.
Los integrantes del grupo familiar, a quienes
convocamos con un claro propósito, recorren los espacios de:
- Grupos de Padres (con frecuencia semanal);
- Terapia Familiar (cuya frecuencia depende de cada
caso);
- Entrevistas individuales o
de la pareja parental (cuando se considera necesario).
La palabra ¨día¨ en la conceptualización del
dispositivo, priva de la idea de custodio y aislamiento. Se trata de una
asistencia parcializada que requiere del paciente su presencia ¨día a día¨,
propiciando también la posibilidad de una ausencia. Esta alternativa (presencia
- ausencia) es acorde a la apuesta que sostiene nuestra práctica, una apuesta
por el sujeto, que abre la dimensión de la responsabilidad, del valor de la
palabra con la que el paciente se compromete al iniciar el tratamiento, bajo la
modalidad de un contrato.
El espacio terapéutico grupal, es para el joven una
eficaz estrategia de afiliación, ya que es grupo de pares, aun antes que el
profesional, el que genera confianza, para luego favorecer la circulación de la
palabra y de cierto lazo afectivo, en lugar de la circulación de la sustancia.
Si el paciente elige quedarse en un espacio con ciertas pautas que funcionan
como límite, es por su identificación con sus pares. En este espacio se
intentará transformar en espacios productivos, para el propio sujeto, los tiempos
vacíos o de pura impulsión. Los intereses comunes dan cohesión al grupo y
facilitan el sentimiento de pertenencia. Sujetos que no cuentan con la
capacidad para tolerar la frustración, especialmente la que supone el proceso
terapéutico, empiezan a reconocer en otros, los aspectos negados, empiezan a
poner palabras en lugar de los actos, empiezan a pedir, a discriminar las
propias necesidades de las de los otros, y sobre todo a poder reconocer y
expresar sus sentimientos
Continuar con el consumo de sustancias durante el
tratamiento obstaculiza el poder operar terapéuticamente en el espacio que
existe entre la impulsión y el consumo. Tratándose de jóvenes que consumen
cocaína, en un altísimo porcentaje, es posible indicar la suspensión sin que
esto provoque consecuencias orgánicas dañinas. Para este propósito la
abstinencia, la función del compromiso grupal resulta indispensable.
El propósito con el que se convoca al grupo familiar
a formar parte del recorrido que propone el dispositivo Hospital de Día es, por
un lado, garantizar la asistencia del paciente a la Institución, día a día,
sobre todo en las primeras semanas, evitando la depositación del joven en una
internación y el efecto de desresponsabilización que, inevitablemente, trae
aparejado.
Por otro lado, el objetivo es desrotular al joven
como el ¨enfermo¨ de la familia, y responsabilizar en el problema a todo el
grupo familiar. Hablamos de ¨responsabilizar¨ en todo su pleno sentido de ¨dar
respuesta¨, de comprometerse activamente, cada uno desde su lugar, en particular
el padre y la madre, en la reflexión, clarificación y reconocimiento de cómo se
fue dibujando a través de la historia familiar, la trama, el guión que
posibilitó este presente.
Cuando pensamos la toxicomanía como ¨el encuentro
entre un sujeto y un objeto, (la sustancia), en un contexto que lo promueve y
sostiene¨, consideramos a la familia como el elemento primordial de dicho
contexto, sin por ello minimizar la participación de otras Instituciones.
La estrategia de convocar a la familia, se sostiene
básicamente, en ¨juntarlos¨ para que puedan transitar, con la Institución
operando como terceridad, un proceso de separación efectivo, en el sentido de
la individuación, y por qué no, como ¨semblante de castración¨, que no ha
podido realizarse en su momento eficazmente.
Podemos resumir indicando que cada espacio del
dispositivo apunta a la autonomía del paciente, a que pueda diferenciarse de
sus padres, de sus pares, y a la apertura y un proceso de afianzamiento de la
propia identidad, de creación de la propia historia, retomándola en sus
interrupciones, para luego, en el mejor de los casos, generar una demanda de
saber sobre sí que sostenga un tratamiento individual.
Tratándose de una apuesta, sabemos que no hay
garantías. La puesta en juego de una Ética, será el sostén de la partida.[RN1]
[RN2]Bibliografía:
Freud, S. : El malestar en la cultura, Cap II
(1930).
Lacan, J.: El Seminario, Libro 4, La relación de objeto.
Lacan, J.: El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis.
Maldavsky, D.:
Teoría y clínica de los procesos tóxicos.
Maldavsky, D.:
Problemas teóricos y clínicos en
adicciones.
Le
Poulichet, S.: Toxicomanías y Psicoanálisis.
Seminario
clínico del TyA: Sujeto, goce y
modernidad.
Material
de la pasantía clínica ¨Hospital de Día¨ y Clínica de los Bordes: Módulo de Fichas Bibliográficas.
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