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viernes, 8 de marzo de 2013

Clínica de los Bordes, Toxicomanía y Adicción

Resultado de imagen para fotos de enfermera en silencio por favorHelena Chada y Viviana Carew


Interrogaciones a la teoría

Interrogarse acerca de las toxicomanías es introducirse en un campo en el cuál la clínica, tal vez en sintonía con el fenómeno mismo, padece de un déficit de teorización, un déficit de discurso. Esto tiene que ver con que se trata de una problemática multideterminada por variables de diferente orden y, en consecuencia, abordada desde múltiples campos (psicológico, médico, sociológico, jurídico, educativo, etc.).
Considerar en principio el significado de los términos ligados a este fenómeno, nos abre el camino a una teorización posible. La lengua castellana nos dice de:

Adicto: Adjetivo y Sustantivo. Dedicado, apegado, muy inclinado, unido o asociado a otro para entender en algún asunto. Dícese de la persona dominada por el uso de ciertas drogas.

Toxicomanía: (de tóxico y el gr. manía, locura) Estado de intoxicación por el consumo reiterado de una droga natural o sintética.

Droga: Fig.: embuste, mentira disfrazada con artificio. Trampa, ardid perjudicial.

Destaquemos en este punto que, desde el significado mismo de los términos, adicción no es lo mismo que toxicomanía, pero ambos en su definición incluyen al objeto droga.
Desde otro campo, si interrogamos al psicoanálisis, encontramos en la obra de Freud dos líneas argumentativas. Por un lado, sostuvo que la adicción constituye una forma particular de autoerotismo, como sustituto de un autoerotismo primordial, masturbatorio, y por otro, afirmó que en la adicción, la sustancia intoxicante que se ingiere es en realidad una réplica mundana de la toxicidad de la pulsión. Se trataría, como en la hipocondría, de un autoerotismo tóxico en que la libido narcisista queda estancada, y la angustia no puede ser procesada psíquicamente, es decir, no hay palabras, y se supone que tampoco hay escucha en algún lugar para esa palabra. El goce autoerótico va acompañado de pánico hipocondríaco, y paradójicamente cuanto mayor es el goce, mayor es el pánico.
Lacan trabaja posteriormente el tema de la carencia de objeto refiriéndola como el resorte que une al sujeto con el mundo, porque es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar y en tanto el reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia, hace que el objeto pueda ser reemplazado permanentemente.
Es a esta sustitución que el adicto se opone con los recursos que la droga le ofrece, demandando anhelante, imperioso, el objeto perdido, y colocando en lugar de la falta, lo que la sustancia le provee a través de sus efectos.
Y en el orden del desafío que va por la vía de la desmentida, de la renegación, la droga, con las alteraciones que provoca, facilitará el enfrentamiento a imperativos categóricos del superyo, sobre todo al que se refiere a la muerte personal, y la convicción acerca de su inmortalidad le da pié para desafiar otros imperativos, por ejemplo, respecto a la sexualidad, a la necesidad de trabajo, etc.
La incorporación orgánica implica una pérdida de cualificación psíquica, relacionada con otros mecanismos eficaces de la gama de la desestimación de la instancia paterna, por lo cual el superyó queda desinvestido libidinalmente y retorna luego como puro cultivo de pulsión de muerte condenando el yo a la aniquilación, a la desaparición, y esquivando toda duda en procura de la promesa de goce. La función de la incorporación parece ser en principio la de aportar un recurso vital adicional, un suplemento energético que devuelve el sentir, pero luego cambia de signo y se trasmuda en factor adicional del arrasamiento de la tensión vital.
David Maldavsky plantea que en las adicciones opera como defensa la desmentida de la castración materna, que conduce a colocar como formación sustitutiva, en lugar de un fetiche, una droga, en el esfuerzo por refutar un juicio traumatizante. Por otro lado ubica a las toxicomanías en el grupo de las afecciones tóxicas, haciendo referencia con esta categorización a la estasis pulsional, a la toxicidad de la libido que resulta imposible de tramitar por la vía simbólica, por la vía de la palabra.
Sylvie Le Poulichet somete a una severa crítica los discursos corrientes sobre las toxicomanías, teorías surgidas desde diversos campos de investigación, entre ellos el psicoanálisis, cuyas evidencias y certidumbres considera ¨verdades de apuro¨. Esta autora propone que la toxicomanía precipita un saber y causa una prisa por concluir, y que esto se evidencia tanto en las teorías como en los enunciados de los toxicómanos mismos.
Desde una propuesta innovadora construye una fórmula con la que designa la especificidad del acto que crea una toxicomanía, y la nombra como ¨Operación del Farmakón¨. Esta operación no es equivalente al uso de drogas, lo que representa es un intento de cancelación tóxica del dolor y una restauración de un objeto alucinatorio, reinstalando así un estado en que el yo y el otro no se diferencian, perdido desde el comienzo por la inclusión en el orden simbólico a través del lenguaje. Se trataría de un tentativa de anular un corte, que es constitutivo del ser hablante. Una condición para que se sostenga esta operación, para ser que algo se haya constituido como un ¨intolerable¨ que no puede ser asumido dentro de una realidad simbólica.
Este concepto no remite a la idea de autodestrucción ligada habitualmente a las toxicomanías, sino a una operación esencialmente conservadora que protege a una forma de narcisismo y permite neutralizar lo que cobra el valor de una amenaza. Algo que también sostiene la autora junto a este nuevo concepto, es la necesidad de pensar las toxicomanías en su heterogeneidad en tanto referidas al campo íntegro de la psicopatología: ¨Los toxicómanos presentan estructuras psíquicas diferentes, aún cuando recurran a una Operación del Farmakón semejante¨.
Asimismo establece ciertas diferencias fundamentales para tomar en cuenta en la clínica, entre lo que llama ¨las toxicomanías de la suplencia¨ y ¨las toxicomanías del suplemento¨: En las primeras, la operación constituye una restitución alucinatoria de un fragmento del cuerpo. Una nueva función de órgano aparece convocada a ligar las excitaciones en el lugar donde el cuerpo se ha precipitado en un llamado al goce. En la segunda, la operación realiza una particular puesta en suspenso del deseo y una evitación de la castración simbólica.

Toxicomanía, uno de los nombres modernos del malestar

La toxicomanía es un mal moderno y de la cultura occidental. No es casual que la referencia más fuerte que encontramos en Freud al tema de la droga se encuentra en el texto ¨El malestar en la cultura¨ (1929). En este texto se ocupa del tema de la felicidad y de la oposición entre el sujeto y la cultura, en tanto que el hacho mismo de la cultura implica una renuncia, la renuncia de cada sujeto a la aspiración individual de la libertad, y una renuncia más fuerte aún, la renuncia pulsional, al autoerotismo, y fundamentalmente a la pulsión de muerte.
Así Freud llega a afirmar que la felicidad no está contemplada en la naturaleza del ser humano, más bien, las exigencias de la vida operan en su contra. Luego plantea tres opciones para mitigar el sufrimiento que la renuncia non impone: las satisfacciones sustitutivas (sublimación); poderosas distracciones que nos permitan olvidar nuestra miseria; y los narcóticos, a los que les otorga la cualidad de ser los más poderosos y efectivos por tres particularidades específicas: su efecto es inmediato, evitan el dolor proporcionando además placer y generan la ilusión de independencia en relación al mundo exterior, a la cultura en general. Queda así localizada la droga como el medio más poderoso para evitar el encuentro que implica una pérdida radical, la separación del goce del cuerpo por el significante.
Entonces, si nos ubicamos del lado del sujeto que consume drogas, al malestar responde con la sustancia. Podemos pensar que este sujeto elige la droga por su particular posición subjetiva y, además, porque el contexto social en el que le toca vivir, le ha dado miles de mensajes para buscar soluciones mágicas a su malestar. Desde el factor social el toxicómano no escapa a ser un elemento más de una estructura capitalista que impulsa de continuo a la globalización, a igualar deseos, a la uniformación, a una promoción de goce rechazando el amor y la castración. ¨Toda pérdida puede ser reintegrable por el consumo¨, y para este empuje al consumo, el toxicómano es el instrumento ideal. El mundo actual empuja a un goce solitario (autoerótico) donde no se necesita pasar por el otro para la satisfacción. Se trata de un mundo de imágenes, donde cierta peste escópica devora la palabra. El toxicómano en su desafío, denuncia un mundo de ¨caretas¨ donde el otro no tiene ninguna credibilidad, describe el cinismo ideológico, la proliferación del semblante y la ficción. En la promesa del mercado, todo se espera del objeto y nada del sujeto. Se promociona constantemente un objeto que tiene la garantía de colmar, y el único espacio de libertad para el sujeto es tomarlo o dejarlo, no modificarse ni modificarlo. Así, el sujeto desaparece tras el objeto que lo satisface y desde entonces, lo constituye otorgando consistencia al ser.
La práctica del consumo produce un tipo particular de lazo social, entendido en este contexto como la capacidad del sujeto de negociar la satisfacción y la coexistencia con otros en la lengua de la sociedad, que desde el plano de lo moral, con sus leyes y sus valores, define las reglas del juego de esta negociación.
En una sociedad donde el soporte del Estado, deja de ser ¨el ciudadano¨, con sus derechos y sus obligaciones, para ser ¨el consumidor¨, que parece gozar sólo de derechos, las nuevas reglas de juego no pueden dejar de tener efectos sobre el sujeto.

Una apuesta clínica en los bordes del milenio

Vivimos un tiempo en que muchos sujetos eligen volverse locos artificialmente, pareciendo descibrir en esto un nuevo valor. Así es como se nos hace posible hablar en la actualidad de patologías que parecen resistir a la palabra, nuevas ¨pestes´ que son asociadas con la finalización del milenio, que exceden en mucho los marcos teóricos planteados hasta el momento, y que dejan en nuestras manos la creación de nuevas estrategias y direcciones para abordarlas.
Si bien los seres humanos han hecho uso de las drogas desde tiempos inmemoriales, ligados a rituales religiosos, indicaciones terapéuticas, etc., se trataban de actos privados sin consecuencias de orden social. En este fin de milenio cuando el consumo de sustancias tóxicas alcanza un carácter masivo, desbordando lo que tendría una significación individual, asociándose a factores sociales, culturales, económicos, legales, políticos, etc.
Estos  ¨actuales¨ modos de presentación del sufrimiento subjetivo están asociados en su mayoría a la llamada Clínica de los Bordes. Si pensamos en el sujeto que llega a nuestro consultorio autodefiniéndose como drogadicto, más que borde, nos sugiere cima, cumbre, punta de iceberg, emergente de una pirámide en cuya base están las Instituciones que lo generan y determinan. Abismo y soledad son dimensiones experimentadas con enorme intensidad por quienes nos solicitan asistencia. Es en este punto donde sí podemos pensarlos en cierto borde, en tanto desaparecen, se escapan, se borran en el goce de una ilusoria autonomía emparentada a la más violenta dependencia, entrampados en una relación primaria, sin corte, en la que creen que toda necesidad será colmada a través del ardid que aporta la relación a la sustancia.
Así es como pensamos la toxicomanía, como un encuentro entre un sujeto y un objeto (la sustancia tóxica) en un contexto que lo promueve y sostiene. Se trata de una problemática del acto, un acto que se presenta en la clínica de la mano de la angustia de otro, configurando una escena y no un discurso. Esta configuración se sostiene en una identificación, una manera de ser en el mundo, de ser nombrado. Por otro lado, por el lado del objeto se asegura un goce que permite la ilusión de independencia absoluta frente al otro. Es pertinente aquí referirnos a la idea de Lacan respecto de la droga como: ¨lo que permite romper el matrimonio con el falo¨ y la posición que plantea Miller a propósito del toxicómano como ¨cobardía en relación a la falta¨ (en el Otro).
La clínica nos autoriza a decir que la toxicomanía no es la adicción. El toxicómano habla, denuncia, se da a ver en ese encuentro del sujeto con la droga.
Lo adicto es lo que queda por fuera del discurso, es lo que se ignora. La toxicomanía es lo que el sujeto hace con lo que le pasa, es una respuesta a una pregunta que se ignora. Es por ello que no podemos pensarla como síntoma, un síntoma se padece, hace pregunta, está ligado al retorno de lo reprimido y a una satisfacción sustitutiva de la cual el sujeto nada sabe. En el acto del consumo, el sujeto sabe de qué se trata su goce; hablamos aquí no de una determinación inconsciente sino de una elección, y el hablar de una elección nos permite brindarle estatuto de sujeto psíquico al adicto en nuestra apuesta clínica.
¿Cuáles son las normas, las reglas de juego en el abordaje terapéutico de las toxicomanías? ¿Cuáles son los límites de nuestra función? ¿Hasta dónde podemos avanzar, a qué proximidad debemos ubicarnos del paciente que circula en el borde? ¿Qué debe hacer un terapeuta con un pedido explícito de curación que nada tiene en común con una demanda en sentido analítico, con una pregunta, con un deseo de tener una relación al inconsciente?
Estos pacientes nos exigen permanentemente nuestra función y nuestra dirección, nos proponen el desafío de aprender nuevos códigos, patean el tablero, boicotean los acuerdos. Los pacientes voraces, caracterizados por la desmesura, nada les alcanza, no tienen términos medios, juegan de continuo al todo o nada. Este vacío que nos muestran con crudeza se entrecruza con lo que todavía resulta imposible de decir desde la teoría.
En medio de tantos interrogantes sabemos que lo que sostiene en esencia una clínica posible, en que toda intervención que realicemos se encuentre fundamentada en una ética que reconozca al sujeto como ser simbólico que, a través de la palabra, accede a la condición de humano. Se trate de un tratamiento individual, o de la acción terapéutica llevada a cabo desde otro dispositivo, la única dirección posible es confrontar al sujeto con su propio acto, responsabilizarlo en su elección, aún en casos extremos donde sea necesario, a esos fines, el levantamiento del secreto profesional. El desviarse de esta posición, sobre todo en este tipo de pacientes que con sus actos ponen muy habitualmente en riesgo sus propias vidas o las de terceros, deja caer toda posibilidad de tratamiento. Es sólo desde esta posición que es posible la apuesta al sujeto allí, en la adicción, donde todo pareciera indicar lo contrario.
Dicha apuesta intenta hacer posible un pasaje desde una relación sin falta, cerrada en una respuesta, desde la impulsión respecto al objeto droga, hacia la sintomatización, la formulación de una pregunta, la instalación de una demanda de saber sobre sí.
En este contexto, el dispositivo psicoanalítico flexibilizará su ortodoxia, al punto de ejercer ciertas acciones concretas, que podrán parecer directivas o pedagógicas con el fin de posibilitar la relación terapéutica con sujetos que sólo manejan, en ese momento de sus vidas, el lenguaje de la acción.
Nada nos impide pensar nuestra clínica y nuestros objetivos terapéuticos desde el psicoanálisis. ¨El recorrido freudiano demuestra que el psicoanálisis no puede detenerse en lo terapéutico, porque o terapéutico es un efecto, y ese efecto el sujeto también puede obtenerlo de otros modos, por ejemplo por sus identificaciones, que lo establecen en una peculiar forma de relación con un objeto que de este modo lo completa. Su institución subjetiva resguarda al sujeto de su falta en ser, y no es allí donde el psicoanálisis va a detenerse, Cuando su propia terapéutica se torna ineficaz, cuando su institución ha fallado, apela a otra instancia, en este caso, se trata del Hospital de Día¨ (Daniel Millas).

El Hospital de Día, una estrategia posible

Señalaremos en este punto algunas variables que se observan con frecuencia en el pedido de ayuda desde la problemática de la toxicomanía, y que marcan diferencias notables con respecto a otras demandas de tratamiento.
A) ¿Quién se presenta a la primera entrevista? ¿Quién se presenta como paciente? ¿Quién llega padeciendo? ¿Quién es portador de un estado de angustia? ¿Quién espera algo del profesional?
- Excepcionalmente llega sólo el sujeto que consume, y si así fuera, se trata de un adulto. Es posible que venga acompañado de un oficio judicial.
- El 80 % de los pacientes llegan a la primera entrevista con un familiar, y es éste quien se muestra angustiado. Aquí se pueden diferenciar dos situaciones:
Que el joven venga acompañado por un familiar y manifieste; ¨Vengo porque no puedo parar de consumir¨. Cuando se investiga acerca del por qué de la preocupación se refieren a situaciones de pérdida: abandono del colegio, despido del trabajo, pérdidas económicas, causa judicial, etc. La única expectativa es recibir un tratamiento para dejar de consumir. El problema queda definido de esta manera y por cierto cuenta con el apoyo de quien lo acompaña.
La otra situación es que el joven venga acompañando a un familiar: ¨Vengo por ella/el, para que no sufra, yo estoy bien¨, dice refiriéndose a su madre, padre o pareja. El supuesto paciente no manifiesta padecimiento alguno, quien lo manifiesta es el otro.
- En el 75 % de los casos es la madre la que acompaña, lo cual indica en un alto porcentaje, negación, indiferencia y en algunos casos complicidad de la figura paterna.
- El porcentaje de familiares que asisten a la primera entrevista sin la presencia de la persona por la cual consultan es cada vez mayor, tres de cada cuatro casos se presentan de este modo; en general llega la madre acompañada por un hermano/a. Sólo excepcionalmente llega la pareja de padres. Recordemos que se trata de sujetos menores de edad o sujetos mayores que no han logrado (o han perdido) autonomía respecto a su familia de origen.
B) Quien llega a la entrevista: ¿qué demanda realiza?
 El familiar que asiste manifiesta ¨no saber qué hacer¨ mientras ve sumergirse a quien consume en una situación de pérdida de espacios ligados al desarrollo, como también, de vínculos afectivos. Simultáneamente, el resto de la familia, profundiza un estado de crisis. Esta familia espera del profesional de la salud una respuesta urgente. Toda respuesta es imposible sin realizar al menos un proceso de orientación, con el objetivo de establecer un vínculo confiable que genere la esperanza de que hay un tratamiento posible para el problema.
C) ¿En qué momento de la historia del sujeto se produce la consulta?
- Por una escalada de violencia en la familia, que torna insostenible la convivencia.
- Por fuga del hogar.
- Por intervención policial o judicial.
Frente a estas variables observadas en la primera entrevista, nos proponemos tres objetivos:
- Objetivo inmediato: que el consultante vuelva a la próxima entrevista cada vez, hasta concluir la etapa diagnóstica y realizar la derivación a un tratamiento.
- Objetivo a corto plazo: el ingreso al tratamiento (considerado como el más adecuado para el caso) por parte del paciente y/o sus familiares. También es un objetivo a corto plazo el esclarecimiento de la demanda durante el recorrido del paciente por dicho tratamiento.
- Objetivo a mediano plazo: la desvinculación del paciente de un dispositivo asociado al tratamiento de las toxicomanías a partir de la instalación de una demanda de saber sobre sí, de la sintomatización que posibilitaría un análisis que el paciente mismo buscará fuera del Servicio.
Cuando el joven asiste a la Institución, ya desde la primera entrevista, o luego del proceso de orientación realizado por quien ha consultado y como consecuencia de éste, se realiza la evaluación diagnóstica y la derivación al dispositivo terapéutico que sea más pertinente al caso. Las posibilidades son:
- Si se trata de sujetos usadores de sustancias que manifiestan conflictos de otra índole, asociados o no al consumo y solicitan un espacio de terapia individual, serán derivados a consultorios externos.
- Si se trata de sujetos dependientes, que estructuran su vida en torno al consumo de sustancias, lo cual genera la pérdida de todo espacio que no estuviera en relación al consumo, dependen absolutamente de sus familias, no trabajan, etc. y manifiestan su intención de parar de consumir ya sea por miedo a la muerte, la locura, la enfermedad, la cárcel o tal vez, la pérdida de los últimos vínculos afectivos que todavía sostienen, la derivación será Hospital de Día.
¿Cuáles son la particularidades de un Hospital de Día pensado para las adicciones?
Este dispositivo es una alternativa a la internación de pacientes dependientes graves, en el  punto en que ponen en riesgo sus vidas y las de terceros (sobredosis, accidentes, delitos, enfrentamientos con la policía, etc.). También es posible como alternativa para pacientes dependientes que han intentado tratamientos individuales sin poder sostenerlos.
El dispositivo funciona como referencia y pertenencia para el paciente durante un período de tiempo, ofreciendo un espacio de escucha y operando una función de límite que genera un orden diferente en un sujeto cuya vida está organizada alrededor de un objeto (la sustancia).
El objetivo no es ¨curar¨ al paciente de su adicción, sino el promover y posibilitar un cambio de posición que le permita realizar nuevas elecciones y producir nuevas demandas. El final de este recorrido por los espacios que ofrece el dispositivo no está determinado por un ¨alta terapèutica¨  sino por la derivación a un tratamiento individual en respuesta a la instalación a una verdadera demanda de saber sobre sí. En este sentido sostenemos que la continuación de este proceso dentro del dispositivo, sostendría, en su otra cara, una identidad otorgada por el consumo de sustancia, tras la cual, en el ¨soy adicto¨ o ¨soy ex-adicto¨, el sujeto se pierde.
¿Cómo está organizado el dispositivo?
Los jóvenes concurren todos los días al Hospital de Día, durante cuatro horas, en las cuales recorren diferentes espacios:
- Grupos terapéuticos;
- Talleres y espacios de deportes;
- Entrevistas individuales.
Los integrantes del grupo familiar, a quienes convocamos con un claro propósito, recorren los espacios de:
- Grupos de Padres (con frecuencia semanal);
- Terapia Familiar (cuya frecuencia depende de cada caso);
- Entrevistas individuales o de la pareja parental (cuando se considera necesario).
La palabra ¨día¨ en la conceptualización del dispositivo, priva de la idea de custodio y aislamiento. Se trata de una asistencia parcializada que requiere del paciente su presencia ¨día a día¨, propiciando también la posibilidad de una ausencia. Esta alternativa (presencia - ausencia) es acorde a la apuesta que sostiene nuestra práctica, una apuesta por el sujeto, que abre la dimensión de la responsabilidad, del valor de la palabra con la que el paciente se compromete al iniciar el tratamiento, bajo la modalidad de un contrato.
El espacio terapéutico grupal, es para el joven una eficaz estrategia de afiliación, ya que es grupo de pares, aun antes que el profesional, el que genera confianza, para luego favorecer la circulación de la palabra y de cierto lazo afectivo, en lugar de la circulación de la sustancia. Si el paciente elige quedarse en un espacio con ciertas pautas que funcionan como límite, es por su identificación con sus pares. En este espacio se intentará transformar en espacios productivos, para el propio sujeto, los tiempos vacíos o de pura impulsión. Los intereses comunes dan cohesión al grupo y facilitan el sentimiento de pertenencia. Sujetos que no cuentan con la capacidad para tolerar la frustración, especialmente la que supone el proceso terapéutico, empiezan a reconocer en otros, los aspectos negados, empiezan a poner palabras en lugar de los actos, empiezan a pedir, a discriminar las propias necesidades de las de los otros, y sobre todo a poder reconocer y expresar sus sentimientos
Continuar con el consumo de sustancias durante el tratamiento obstaculiza el poder operar terapéuticamente en el espacio que existe entre la impulsión y el consumo. Tratándose de jóvenes que consumen cocaína, en un altísimo porcentaje, es posible indicar la suspensión sin que esto provoque consecuencias orgánicas dañinas. Para este propósito la abstinencia, la función del compromiso grupal resulta indispensable.
El propósito con el que se convoca al grupo familiar a formar parte del recorrido que propone el dispositivo Hospital de Día es, por un lado, garantizar la asistencia del paciente a la Institución, día a día, sobre todo en las primeras semanas, evitando la depositación del joven en una internación y el efecto de desresponsabilización que, inevitablemente, trae aparejado.
Por otro lado, el objetivo es desrotular al joven como el ¨enfermo¨ de la familia, y responsabilizar en el problema a todo el grupo familiar. Hablamos de ¨responsabilizar¨ en todo su pleno sentido de ¨dar respuesta¨, de comprometerse activamente, cada uno desde su lugar, en particular el padre y la madre, en la reflexión, clarificación y reconocimiento de cómo se fue dibujando a través de la historia familiar, la trama, el guión que posibilitó este presente.
Cuando pensamos la toxicomanía como ¨el encuentro entre un sujeto y un objeto, (la sustancia), en un contexto que lo promueve y sostiene¨, consideramos a la familia como el elemento primordial de dicho contexto, sin por ello minimizar la participación de otras Instituciones.
La estrategia de convocar a la familia, se sostiene básicamente, en ¨juntarlos¨ para que puedan transitar, con la Institución operando como terceridad, un proceso de separación efectivo, en el sentido de la individuación, y por qué no, como ¨semblante de castración¨, que no ha podido realizarse en su momento eficazmente.
Podemos resumir indicando que cada espacio del dispositivo apunta a la autonomía del paciente, a que pueda diferenciarse de sus padres, de sus pares, y a la apertura y un proceso de afianzamiento de la propia identidad, de creación de la propia historia, retomándola en sus interrupciones, para luego, en el mejor de los casos, generar una demanda de saber sobre sí que sostenga un tratamiento individual.
Tratándose de una apuesta, sabemos que no hay garantías. La puesta en juego de una Ética, será el sostén de la partida.[RN1] 


[RN2] Bibliografía:

Freud, S. : El malestar en la cultura, Cap II (1930).
Lacan, J.: El Seminario, Libro 4, La relación de objeto.
Lacan, J.: El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis.
Maldavsky, D.: Teoría y clínica de los procesos tóxicos.
Maldavsky, D.: Problemas teóricos y clínicos en adicciones.
Le Poulichet,  S.: Toxicomanías y Psicoanálisis.
Seminario clínico del TyA: Sujeto, goce y modernidad.
Material de la pasantía clínica ¨Hospital de Día¨ y Clínica de los Bordes: Módulo de Fichas Bibliográficas.





 [RN1]Publicado en: Los bordes en la clínica, JVE Ediciones, Buenos Aires, 1999.


 [RN2]

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