Silvia
Smazanovich - Marcelo Villano[1]
Nos hemos propuesto como objetivo de este trabajo dar
cuenta de la práctica grupal y de sus beneficios en el tratamiento de las
adicciones. Antes de adentrarnos en esta cuestión, deseamos aclarar que nuestra
perspectiva tiene como marco la clínica que realizamos en el servicio de
adicciones del Ameghino y que por lo mismo nuestras hipótesis están acotadas a
un determinado tipo de adictos, esto es: individuos que poseen algún grado de
conciencia de su padecimiento, sus características psicopatológicas permiten el
trabajo en grupo, y que los cuadros no son tan severos como para que una
internación se haga necesaria.
Teniendo en cuenta lo dicho, damos por sentado que
no consideramos a la adicción como una
categoría diagnóstica, sino como un
fenómeno que por sus características requiere un tratamiento y un encuadre
específico, del cual podrán extraerse, a posteriori, conclusiones diagnósticas
que permitan situar el lugar
específico que ¨ese¨ objeto droga ocupa para ¨ese¨ sujeto.
Intentemos un acercamiento: ¿Qué es la adicción?
La respuesta tiene varias aristas: en primera
instancia es un fenómeno que está atravesado por múltiples variables:
biológica, psicológica, familiar, social y político - cultural. A efectos de
intentar una respuesta acerca de la adicción, nos centraremos sobre la variable
psicológica, no si antes aclarar que el servicio de adicciones del Ameghino
responde a un modelo de tratamiento que intenta abordar el resto de las
variables en sus distintos espacios: grupos de adictos, de padres, de parejas,
actividades recreativas, etc.
¿Quién es un adicto? En principio es un sujeto que
dice acerca de su economía libidinal: ¨mi objeto lo es todo, a él he consagrado
mis amistades, mis bienes, mi familia. Sin embargo, él no cesa de frustrar mi
ilusión de querer formar con él un todo perfecto. A pesar de esto, sigo
impulsado a incorporarlo e intentar esa fusión una vez más¨. Particular forma
en la que el sujeto evita la confrontación con la castración y constituye un
mecanismo tan prometedor como paralizante. Prometedor de un objeto de
satisfacción toda, sin restos, de un ser sin fisuras. Paralizante, debido a que
la vital creencia en esta totalidad, excluye la posibilidad de extraer ¨placer¨
de todo aquel objeto que sea no todo.
Pensemos que este drama del adicto es consecuencia
de una falla en el proceso de su constitución subjetiva. Dicha falta consiste
en la imposibilidad de que un hecho acontecido en lo real (separación de su madre) logre ser inscripto simbólicamente.
Haydeé Heinrich[2] recurre al texto ¨Más allá del Principio del
Placer¨, para ejemplificar con el juego del Fort - Da que esta falla de
inscripción resulta de la ausencia de lo que ella denomina ¨Juicio del Otro¨:
cuando el niño dice ¨O-O-O¨, esto es escuchado por la madre como ¨Fort¨,
reconociendo en este acto a un sujeto distinto, capaz de realizar una
apreciación significante.
La ausencia del ¨Juicio del Otro¨ genera en el
sujeto una ¨Falta de confianza en el significante¨, característica que
observamos en la clínica con adictos en la imposibilidad de decir algo acerca
de su padecer.
En general, si el adicto acude al servicio es porque
la ilusión que mantenía con el objeto droga se ha resquebrajado. Aún así, y
lejos de formularse alguna pregunta, dice acerca de su ser: ¨Soy adicto¨, y se
lo dice no a cualquiera, sino a un profesional que trabaja con adictos (y que
lo reconoce como tal al admitirlo en el servicio).
¿Cómo operar allí para que a lo compacto de su
autodefinición, ratificada por el Otro, le suceda el espacio posible de una
pregunta?
Pensamos que el grupo es un campo propicio para que
esta pregunta pueda ser formulada.
La falta de confianza en el significante se ve
compensada por lo que nosotros llamamos una ¨comunidad experimental¨, el
compartir el tratamiento con otros que atravesaron la misma experiencia, le
brinda un reaseguro imaginario de que esta vez su discurso será reconocido por
Otro, facilitando el establecimiento de la transferencia.
Una vez efectuada esta operación, el trabajo será el
de cuestionar esa identidad propuesta por el adicto buscando otras alternativas
posibles. El grupo se nos ha presentado entonces, como una herramienta posible
para el abordaje de esta problemática que plantea dificultades específicas.
- Teniendo en cuenta que estos pacientes tienden
siempre a transgredir los límites se ha establecido un encuadre lo
suficientemente amplio como para que pueda ser soportado por los pacientes.
- La asistencia es de tres veces a la semana, con lo
que se ubica como una alternativa posible tanto al trabajo individual como al
de las comunidades terapéuticas: el primero se torna muy frustrante como para
sostener la pérdida de un objeto que (aunque imaginariamente) le brinda todo en
todo momento; la segunda crea graves inconvenientes a la hora de la reinserción
social, los que generalmente resultan en nuevas recaídas.
- Por otro lado, provee una red social que se le
presenta como contrapartida de la renuncia a ámbito habitual.
- Se enuncian y se hacen respetar distintas reglas:
se prohíbe el uso de drogas, de alcohol, la violencia física.
- Se apoya la formación de vínculos fuera del
espacio de tratamiento, y la comunicación ante una posible ausencia. Eso va
generando en el grupo niveles de compromiso cada vez mayor.
Estas herramientas, que son de un orden observable,
están sostenidas por distintos mecanismos inconscientes: según el Dr. Roberto
Romero, titular de la cátedra Teoría y técnica de Grupos de la U.B.A., ¨todo grupo será sintéticamente un conjunto de individuos
que genera un imaginario que revierte sobre los mismos, produciéndoles como
grupo¨ y agrega que este
imaginario tiene una función equivalente a la de la fantasía en el nivel
individual, la de ¨ocupar el lugar
de una ausencia en la estructura¨.
Agreguemos que hay un imaginario grupal preexistente a la inclusión de cada nuevo individuo. Esto
convierte al grupo en un objeto posible de ser cargado libidinalmente, ofreciéndose
como espacio del reencuentro con ese objeto primero de satisfacción.
Hay también un
imaginario producido que resulta
del cruce de las fantasías individuales de los miembros con el imaginario
grupal que revierte sobre los mismos. Y por último, un imaginario emergente
producido por las modificaciones que sufre el imaginario colectivo a través de
la labor terapéutica.
Esta labor debe tender a que el grupo al modo de la
que Winnicott[3]
llama una ¨madre
suficientemente buena¨, es decir: un
lugar donde se monte la ilusión de reencuentro con ese objeto primero de satisfacción,
para, a partir de allí, comenzar una tarea de desilusión de la que resultará
una capacidad mayor para tolerar la frustración.
El hecho de que el grupo trabaje según esta
modalidad, brinda condiciones de posibilidad para que se realice una tarea que
no es otra que la de la elaboración del duelo; éste supone la renuncia al ideal
de formar con el objeto una totalidad narcisista[4].
Cuando algo de esto sucede, una de las manifestaciones clínicas más claras es
la posibilidad que se da en el individuo de historizar. Esto es, recordar las
experiencias mantenidas con el objeto droga y poder empezar a cuestionarlas,
reconociendo que no todo era tan bueno.
Este recuerdo crítico incluye al antiguo grupo de
pares, sobre el que antes recaía una mítica adoración.
En ambos casos, ya no se trata de una mirada
reminiscente que se posa sobre escenas estáticas, fijadas libidinalmente en la
ilusión de que el encuentro con el objeto es posible, sino de recuerdos donde
pueden irse anudando el pasado y el presente.
Esto es paralelo a la aparición de los primeros
proyectos que desde la coordinación promovemos y al mismo tiempo protegemos en
forma intencional, para tratar de evitar que una frustración desmedida relance
al paciente al circuito adictivo.
Si pueden establecerse las condiciones antes
mencionadas, es posible que el grupo opere como un espacio donde el ¨Juicio del
Otro¨ pueda ser reformulado, es decir donde finalmente la elaboración psíquica
del trauma acontecido pueda tener lugar y la adicción efectúe el pasaje que va
a ser prótesis de una función fallida a integrar un eslabón más en la cadena
significante, siendo así sujeta a un derrotero muy distinto, pasible de ser
interpelada.
* Publicado en
revista: ¨Psicología y Hospital¨ N 7.
[1] Concurrentes al Servicio de Adicciones del C. S. M. Nº 3 Dr. A. Ameghino
[1] Concurrentes al Servicio de Adicciones del C. S. M. Nº 3 Dr. A. Ameghino
[2] Heindrich, H.: ¨Borde(r)s de la neurosis¨, Ed. Homo Sapiens, Bs.
As. 1993.
[3] Winnicott, D.: ¨Realidad y Juego¨, Ed. Gedisa, Bs. As. 1987.
[4] Freud, S.: ¨Duelo y Melancolía¨, O.C. T. II, López - Ballesteros,
España, 1917.
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