Elvira Arnoux
Especialista en análisis del discurso y políticas del
lenguaje
Es doctora en
Lingüística y eminencia en su área. En los últimos años, su objeto de estudio
fueron los actuales procesos latinoamericanos. Analizó los discursos de Chávez
y demostró que, lejos del nuevo bárbaro que muestran los sectores hegemónicos,
es un gran promotor de la cultura escrita. También desmenuzó los debates de la
reunión de Unasur en Bariloche en 2009. Su conclusión es que para consolidar la
integración política es fundamental la integración lingüística.
Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
–¿Qué aspectos
deberían fortalecerse en el campo del lenguaje para alcanzar una mayor
integración regional?
–Las integraciones regionales deben decidir si van
a pasar del plano meramente económico a una integración política, como intenta
hacerlo –aunque erráticamente– la Unión Europea, o si van a permanecer en un
mercado común, como el Nafta. La Unasur expresa la voluntad de realización
política, por eso es necesario estructurar un entramado sólido construido a
partir de una participación amplia. Si, por ejemplo, vamos a elegir
representantes que intervengan en la toma de decisiones regionales, como lo
plantea la Unasur, tenemos que establecer vínculos políticos con los distintos
sectores de los otros países para poder articular posiciones comunes, y en esto
las lenguas cumplen un papel esencial de comunicación en un espacio tan amplio
como el sudamericano. Por eso insisto en el imperativo de desarrollar un
bilingüismo español-portugués en toda América del Sur; por cierto, un
bilingüismo con diferentes modalidades.
–¿Por ejemplo?
–Una cosa es el aprendizaje de aquellos que van a
intervenir en las instancias políticas de la integración regional, que deberán
dominar la lengua del vecino, y otra el de aquellos que van a participar en
otro tipo de intercambios y que tal vez puedan manejarse con los diálogos
bilingües. Hay que atender también a las lenguas indígenas, que en la mayoría
de los casos unen pueblos de un lado y otro de la frontera, porque restablecen
vínculos que van erosionando los viejos límites nacionales que los Estados
construyeron. De ahí la necesidad de asignarles una importancia particular a
lenguas de amplia expansión como el guaraní y el quechua. El quechua une a
todos los países de la zona andina, mientras que el guaraní es la lengua que
domina la cuenca del Plata y es, además, cooficial en Paraguay. En nuestro
caso, además, el mapuche enlaza, por el Sur, Chile y la Argentina. Ir
construyendo un entramado tal que el español-portugués se acompañe de este
fortalecimiento de las lenguas indígenas, y que su conocimiento sea
transmitido, también con diferentes modalidades, a la población no indígena.
–¿Cree que el
conocimiento/reconocimiento de estas lenguas permitiría una mayor integración?
–Sí, porque son elementos culturales que anclan en nuestra
historia, que nos vinculan a los países hermanos y que constituyen un aspecto
fundamental de nuestra identidad. El sometimiento que vivieron pueblos y
culturas se inscribe en el desarrollo del capitalismo. En la etapa actual se
hacen visibles por efecto de la globalización, pero el sentido histórico que
tenga ese reconocimiento dependerá de las luchas políticas.
–¿Por qué hace hincapié en el
desarrollo del capitalismo?
–Porque su larga historia nos permite comprender la
situación actual y debatir las políticas lingüísticas necesarias en esta etapa.
En la etapa en la que se formaron los Estados nacionales, estos espacios
aseguraban el dinamismo económico con luchas desde distintas posiciones:
centrales, secundarias y periféricas. En la etapa actual, la geografía
discriminatoria se mantiene. Pero la clausura estatal limita la expansión
económica; la economía, ahora planetaria, necesita zonas más amplias y
articuladas. Esos nuevos espacios son las integraciones regionales, que en
algunos casos se plantean, como dijimos, sólo como integraciones económicas y,
en otros casos, también como integraciones políticas. En un momento inicial, el
Mercosur se propuso como una integración económica y fue visto, en parte, como
un mercado cautivo de las grandes potencias. Pero Unasur, desde su Tratado
constitutivo, se define como una integración política que debe construir una
identidad y una ciudadanía sudamericanas. La Unasur responde a los imperativos
económicos actuales desde una propuesta que contempla aspectos sociales,
culturales, ambientales, energéticos, entre otros, para fortalecer la unidad y
luchar contra la exclusión y la desigualdad.
–¿Qué rol cumple el conocimiento de
las distintas lenguas en este rasgo diferencial de la Unasur?
–Es en esa construcción donde las lenguas
intervienen. El tema de las lenguas se comienza a esbozar con el protocolo de
Ministros de Educación de 1991. Se plantea la necesidad de expandir las lenguas
de los países miembros a los otros, sobre todo del castellano y el portugués.
Sin embargo, en toda la década del ’90 no hubo avances significativos: al
contrario, el avance real fue del inglés. Desde la UBA hacíamos propuestas al
Ministerio (de Educación) para fortalecer una política respecto del portugués,
a funcionarios que firmaban decretos del Mercosur educativo, pero veíamos una
clara política de refuerzo del inglés. Había todo un dispositivo normativo que
no se cumplía.
–¿Qué explicación encontró a esa
decisión política?
–En esa etapa estaba en juego el ALCA, una
integración de todo el continente con base y cabeza en los Estados Unidos. Como
los funcionarios evaluaron que ése era nuestro futuro, la enseñanza del
portugués quedó relegada. El ALCA se desestimó completamente en la reunión de
Mar del Plata (año 1995) y empezaron a aparecer gobiernos muy distintos a los
de la década del noventa en América del Sur. En este panorama sí se plantearon
las políticas lingüísticas con vigor y se produjeron avances significativos.
–¿Como cuáles?
–Hay dos leyes fundamentales, una brasileña de
2005, que establece la oferta obligatoria del español en todas las escuelas
secundarias de Brasil. En nuestro país, una ley similar de 2009 impone la
oferta obligatoria del portugués en todas las escuelas secundarias. Estas dos
leyes tienen un aspecto discutible: se trata de una oferta obligatoria que
deben hacer las escuelas secundarias de los dos países pero que, al mismo
tiempo, es optativa para los alumnos; esto último plantea una serie de
dificultades.
–¿Salvar estas dificultades no
requeriría, en realidad, de un cambio cultural?
–Lo fundamental es sensibilizar a la población y
que adquiera conciencia de la importancia de la integración regional para el
futuro de nuestros países. Eso es algo que no se hace; la ley, por otra parte,
no se implementa o se dan pasos muy lentos y parciales. Brasil sí ha hecho
gestos significativos desde 2005 para la difusión del español.
–¿Usted ubica esa sensibilización
sólo en la población?
–En realidad, creo que tampoco está sensibilizado
el aparato estatal. En algunos sectores no hay un convencimiento político de
que la integración regional sea un proyecto estratégico del Estado argentino.
Yo estudié los anteproyectos de nuestra ley; allí sí había una conciencia
notable de parte de los legisladores acerca del valor de la lengua en la
construcción de la nueva identidad. Se veía la importancia de la enseñanza del
portugués e, incluso, de la enseñanza del castellano como lengua segunda y
extranjera y se insistía en la formación de profesores. Pero al mismo tiempo
hice una investigación pequeña sobre las respuestas online de los lectores en
el momento en que se anunció la medida. De 36 intervenciones que seguí sólo
tres se referían a la relación entre la enseñanza del portugués y la política
de integración regional.
–¿Por qué las políticas lingüísticas
no están instaladas en la agenda política?
–Algunas sí lo están, como la educación
intercultural bilingüe, que responde a las tendencias mundiales de respeto al
otro y a la diversidad, y la difusión del español como lengua segunda y extranjera,
que en la actualidad tiene también implicancias económicas. Otras no, como el
caso del portugués y de las lenguas indígenas mayoritarias de Sudamérica. Llega
a la agenda lo que triunfa en los debates políticos. Las políticas lingüísticas
adoptan el plurilingüismo, una categoría que surge de una necesidad política y
que se despliega también pedagógicamente. Esto último ha dado lugar a un
desarrollo interesante: las lenguas no se ven como espacios compartimentados
sino en sus múltiples posibilidades de vinculación. Sin embargo, aquí se adopta
políticamente en forma acrítica, sin analizar sus condiciones de producción, en
un continente en el que –recordemos– hay dos lenguas mayoritarias. Esto oculta,
además, la necesidad fundamental de abordar las políticas lingüísticas en el
marco de la integración regional. No quiero decir que se dejen de lado las
otras lenguas sino que se piense la relación entre las lenguas y la presencia
de cada una de ellas en el sistema educativo atendiendo también al objetivo de conformar
una identidad y una ciudadanía sudamericanas.
–¿Por qué en nuestro caso no se hace?
–Pienso que está en relación tanto con la falta de
comprensión de los requerimientos de nuestro proceso de integración regional
como con los posicionamientos políticos. Esta idea de que tenemos que
reconstruir una nación perdida y hermanarnos en un proyecto común viene desde
las guerras de la independencia. Hay sectores políticos que se inscriben
claramente en esa matriz y van a defender la idea de Patria Grande, mientras
que otros están totalmente alejados de esa perspectiva. La mayoría de los
presidentes de la región apoyan un proceso de integración regional que tiene
también su dimensión social: la búsqueda de una mayor inclusión, entre
nosotros, y, en algunos países, la búsqueda de una democracia radical, como lo
asociado al reconocimiento de los pueblos indígenas en Bolivia o a la
construcción del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pero, lamentablemente,
eso llega parcialmente a nuestro aparato educativo, que debiera construir en el
país esa conciencia de la integración.
–¿Qué continuidades marcaría entre
los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en lo que hace a la
Unasur?
–Creo que siguen la misma línea respecto de la
valoración e impulso a la integración sudamericana. Néstor Kirchner muere
siendo secretario general de la Unasur, cargo que apreciaba particularmente. No
sólo apoyó el proyecto sino que participó con energía en la resolución de
conflictos en la región. Cristina Fernández actuó decididamente también cuando
tuvo lugar la destitución de Lugo y tiene vínculos fuertes con la mayoría de
los presidentes sudamericanos. Ha firmado hace muy poco acuerdos importantes
con Evo Morales, como lo ha hecho con otros en distintas ocasiones. Su compromiso
con la integración regional es claro. Lo que lamento es que quede en el plano
del Poder Ejecutivo y el Legislativo, que no llegue a la población, lo que
debería ocurrir para lograr una participación política en el marco del espacio
regional.
–Es decir que para reforzar la idea
de la integración se necesitaría un mayor involucramiento de la escuela, por un
lado, y sensibilizar al Estado por otro...
–Sí, y de los medios. Por ejemplo, Telesur, que
posibilita el conocimiento de los otros países sudamericanos, no tiene amplia
difusión. Es increíble, por otro lado, que en algunas compañías de cable no se
pueda acceder a la televisión brasileña, cuando antes sí podíamos hacerlo. Ese
es un tema de política regional que tiene que ser tratado en la Unasur; tampoco
puede ser que en Brasil uno se entere, en español, por la CNN de lo que está
pasando en el mundo. Los medios deben hacer un esfuerzo y los gobiernos deben
implementar políticas para que esas emisiones que permiten el conocimiento del
otro latinoamericano lleguen a todos. La lengua y la cultura tienen una
indudable importancia en ese conocernos. Y en ese sentido, no hay que olvidar
la necesidad de implementar políticas conjuntas entre los países
hispanoamericanos, tanto para elaborar instrumentos lingüísticos como para
preparar materiales para la difusión del español e, incluso, proponer
certificados de dominio de la lengua comunes.
–El libro Unasur y sus discursos
ofrece un análisis sobre la integración regional en los medios de comunicación
a propósito de la reunión de Bariloche de 2009, destinada a discutir las bases
norteamericanas en Colombia. ¿De qué modo pudo ver que se cubrió este fenómeno?
–Los medios no asignan, en general, demasiada
importancia al proceso de integración, y en las coberturas de hechos que se
producen en ese marco se pueden apreciar las diferentes ideologías que los
sostienen. En el caso de la reunión de Bariloche, salvo excepciones, los medios
manifestaron la desconfianza y el escepticismo y cuestionaron el liderazgo de
ciertos presidentes latinoamericanos y demonizaron a otros. La mayoría no suele
apoyar la integración salvo en casos económicos puntuales.
–¿Cómo fueron los debates en la
reunión de Bariloche?
–En Bariloche, las principales oposiciones se
dieron entre Morales y Uribe y entre Correa y Uribe. Este último fue quien más
se abroqueló detrás de una discursividad profesionalmente política usando
estrategias del discurso electoral, de la respuesta ante la interpelación
parlamentaria o del discurso ante organismos internacionales. Desde el
principio trató de desplazar el tema –que había sido formulado como la
instalación de bases militares en Colombia–, planteándolo como un acuerdo entre
Colombia y los Estados Unidos para luchar contra el narcoterrorismo. Ese
desplazamiento fue un esfuerzo constante de su parte, que fracasó porque para
el resto de los presentes se trataba de la presencia amenazante de tropas
norteamericanas. Pero Uribe sabía que lo principal para los otros era mantener
el bloque unido y que, en función de eso, el documento final iba a ser muy
tibio, porque no querían que los enfrentamientos provocaran la ruptura. En
términos generales, se valoró mucho más la Unasur que las declaraciones
programáticas.
–¿Qué dejó el encuentro desde lo
discursivo?
–El encuentro en Bariloche marcó en algún sentido
el mapa ideológico de la Unasur y reactivó ciertas memorias a partir de la
existencia de una amenaza externa. Llevó incluso a que los presidentes tuvieran
que definirse en relación con esa matriz de la que hablaba antes. Si bien todos
apoyaron la legitimidad del reclamo argentino sobre Malvinas, el papel de los
Estados Unidos en la región fue analizado diversamente e, incluso, implicó en
algunos discursos cuestionamientos serios. Fue una instancia muy importante en
los debates latinoamericanos y pudimos tener la grabación completa porque fue
pública, lo que no suele ocurrir. Hay, por otra parte, aspectos discursivos que
tienen que ver con la dinámica de la reunión. La figura de la presidenta
Cristina Fernández tuvo una marcada incidencia, en el sentido de que orientó,
desde el comienzo, estrategias que tendían a que el bloque no se rompiera.
–¿Qué tipo de estrategias discursivas
advirtió allí?
–El gesto antiimperialista se volcó hacia el
pasado. Se focalizó Malvinas, lo que tuvo una doble función. Por un lado, que
ese gesto antiimperialista se volcara hacia el pasado atenuaba el
enfrentamiento. Por el otro, para la estrategia argentina era algo decisivo
porque activaba la memoria solidaria de los países de la región. Esto último era
esencial, y permitía ir instalando algo de notable peso político que es
considerar a Malvinas como un territorio sudamericano ocupado, que se
recuperará por acción de los países de la Unasur en su conjunto. Verlo como un
territorio común ocupado no sólo activa esa vieja memoria sino que plantea
gestos estratégicos fundamentales para nosotros. Creo que eso fue manejado con
gran habilidad. Otro elemento que me llamó la atención en la dinámica de la
reunión es que hubo un desplazamiento del lugar de enunciación: del lugar del
político al lugar del profesional.
–¿Con qué objetivo?
–Como muchos de los presidentes provienen de los
campos sindical, médico, militar, eclesiástico, académico o jurídico, eso se
pudo hacer con gran facilidad. Unos y otros se desplazaban cómodamente del
lugar del político al del profesional y hablaban como expertos. El efecto era,
en este caso también, atenuar la posibilidad de rupturas, es decir, no se
hablaba desde el terreno netamente político sino desde otro. Frente a un hecho
tan terrible como la instalación de bases norteamericanas en Colombia, que
amenazan a la región en su conjunto, se planteó este modo de tratarlo. En este
desplazamiento nos detuvimos en el análisis.
–¿Qué particularidades encontró en el
estudio que hizo sobre el presidente Chávez, que la llevó a publicar El
discurso latinoamericanista de Hugo Chávez?
–Al comienzo me interesó la relación de Chávez con
la cultura escrita. Frente a la demonización de su figura y la presentación de
él como un nuevo bárbaro, a partir de la lectura de sus textos podía apreciar
que era un notable promotor de la cultura escrita, alguien que prepara sus
discursos a partir de lecturas, pone a su auditorio en contacto con un universo
discursivo amplísimo, lleva libros y los lee, recita poesías y cuenta episodios
de novelas. Para él, la cultura escrita es un valor, algo bastante excepcional
que no encontramos en los discursos de otros presidentes y que proviene del
pensamiento ilustrado. El primer trabajo que hice fue sobre el Chávez lector:
lo que eso implicaba, lo que ponía en juego, cómo su estrategia discursiva se
estructuraba en torno de la cultura escrita, cómo proponía libros, cómo
impulsaba ediciones. Además, me interesaba cierta conciencia que tenía
Chávez...
–¿Conciencia de qué?
–De que si pensamos hacer una integración política
es muy fácil activar la vieja matriz latinoamericanista, porque ha permanecido
viva en los distintos movimientos nacionales y populares del continente, con
distintos nombres y acentuaciones. Lo escuchaba a Chávez y veía el modo en que
aparecían cuestiones tales como integración, memoria de la Independencia,
valoración de una democracia radical, hermandad de nuestros pueblos,
reivindicación de los antepasados indígenas. Chávez evoca estos elementos con notable
entusiasmo cada vez que habla. Yo había trabajado esa matriz de los discursos
latinoamericanistas, que activaba el presidente venezolano, tal como se
constituye en el momento de las guerras de la Independencia, a partir de textos
que se publicaron en Chile en 1862. El discurso de Chávez tiene también la
impronta de los grandes relatos modernos, utópicos.
–¿En qué rasgos lo nota?
–La interrogación que dio lugar al estudio partió
del efecto de anacronismo que producían sus discursos frente a los dominantes
en la década del ’90. Frente al neoliberalismo, que planteaba que esos
discursos eran viejos, de pronto, en un lugar de América, aparecían sostenidos
por un presidente y encarnados en sectores importantes de la población. Lo que
explicaba por qué ese discurso era posible y aceptado era, entonces, la
necesidad de la integración regional de avanzar hacia una integración política,
cosa que exigía un imaginario compartido. Chávez entiende bien que la lucha
política es central para desarrollar una propuesta democrática y solidaria que
no termine con los más débiles como es la tendencia habitual del capitalismo.
–A partir de sus observaciones de la
estrategia de la Unasur en aquella reunión de Bariloche, ¿cómo evalúa la
decisión del Mercosur de suspender provisoriamente a Paraguay a raíz del golpe
institucional contra Fernando Lugo?
–Creo que fue un gesto
hábil frente a una situación que no dejaba muchas alternativas. Por un lado,
permitió denunciar la actitud golpista del mismo Senado que se negaba al
ingreso de Venezuela en el Mercosur. Por el otro, la suspensión de Paraguay
hizo posible el ingreso reclamado por los otros parlamentos. En el caso de Lugo
trabajamos con los discursos electorales y de asunción, es decir, los iniciales
de alguien que ingresaba a la vida política. Lo que analizamos era cómo el
discurso político se desplegaba en el entramado religioso, una estrategia
efectiva para que Lugo ganara las elecciones: hablaba en nombre de todos,
evitaba los enfrentamientos y las agresiones, evocaba al pueblo paraguayo,
utilizaba símbolos, tópicos, elementos propios del catolicismo. La
discursividad política tenía una fuerte impronta religiosa y generaba el efecto
de sacralización de aquella con la consiguiente recuperación de la política
como instrumento legítimo. Nuestras observaciones finales planteaban que todo
esto le había sido muy útil en la campaña y en los momentos celebratorios de la
asunción, pero imaginábamos que cuando tuviera que enfrentar las tensiones de
la vida política y los agudos problemas que Paraguay presenta, posiblemente
tendría que elaborar otros recursos y modelar diferentemente su discursividad.
Para evaluar si lo logró o no tendríamos que avanzar en el análisis
considerando los discursos posteriores.
Publicado en diario Página 12 el 10-09-2012
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