Detectives y psicoanalistas
comparten el
comparten el
“paradigma indiciario”
Por Héctor Gallo y Mario Elkin Ramírez *

El autor encuentra que el conocimiento a partir de
spie –que puede traducirse como espías, huellas o indicios– se remonta hasta
los cazadores antiguos, pasa por las prácticas jurídicas mesopotámicas, pero
también por la semiología médica, para encontrarse después en el método clínico
de Freud, en la práctica detectivesca inglesa (a partir de Doyle) y en la
crítica de la pintura italiana después de Morelli.
En mayo de 1859 nació en Edimburgo Arthur Ignatius
Conan Doyle, contemporáneo de Freud, quien había nacido en Moravia en 1856.
Como Freud, Doyle estudió Medicina, y antes de instalarse definitivamente en
Londres viajó por todo el mundo como médico a bordo de distintos barcos
mercantes. Los detalles de sus viajes están camuflados en sus novelas, y esto
era uno de los elementos fascinantes para el lector del siglo XIX, pues la
geografía era el modelo de la exploración de las tierras extrañas, de la
exploración de enigmas.
Por ello mismo, Freud usaba la geografía como
metáfora de los enigmas por descubrir; así, decía de la sexualidad femenina que
era el continente negro, Africa desconocida. O de su primera teoría etiológica
de las neurosis, podía decir que había hallado el Caput Nili de la neurología,
comparándolo con el descubrimiento de las fuentes del Nilo, que fue el
descubrimiento más importante en la geografía del siglo XIX.
Arthur Conan Doyle también viajó a Viena a tratar
de especializarse en oftalmología. No se sabe si conoció a Freud, quien
estudiaba los efectos analgésicos de la cocaína para las cirugías. No está
documentado ningún encuentro entre Freud y Doyle, salvo la ficción de Herbert
Ross, en la película de 1976 Elemental, doctor Freud. Se trata en ella de la
reunión de Sigmund Freud y Sherlock Holmes, quien va a consultar al médico por
su adicción a la morfina, y ambos terminan resolviendo un caso criminal y un
caso clínico, combinando sus métodos.
Pero la cercanía intelectual entre Freud y Doyle es
algo más que ficción. Freud era anglófilo y leyó las novelas de Doyle; de
hecho, lo cita en una carta a Jung, a propósito de la recepción de la paciente
Sabina Spielrein, que éste le había remitido. En su carta le dice: “Fräulein
Spielrein ha reconocido en su segunda carta que el asunto que la preocupa
guarda relación con usted: por lo demás no revela sus intenciones. Mi respuesta
fue de lo más sabia y perspicaz; le di la impresión de que las pistas más vagas
me hubieran permitido, como si fuera Sherlock Holmes, adivinar la situación
(...) y le sugería un procedimiento más adecuado, algo endopsíquico”.
La coincidencia en el paradigma entre Doyle y Freud
se remonta más atrás, a sus años de formación. De su viaje a París, en un
prólogo para un libro de Bourke en 1913, Freud dice: “Cuando en 1885 yo residía
en París como discípulo de Charcot, lo que más me atrajo, junto a las lecciones
del maestro, fueron las demostraciones y dichos de Brouardel, quien solía
señalarnos en los cadáveres de la morgue cuántas cosas dignas de conocimiento
para el médico había, de las cuales la ciencia no se dignaba anoticiarse.
Cierta vez que discurría sobre los signos que permiten discernir el estamento,
carácter y origen de un cadáver no identificado, le oí decir: ‘Las rodillas
sucias son el signo de una chica honesta’. ¡Utilizaba las rodillas sucias de
una muchacha como testimonio de su virtud!”.
Paul Brouardel era un célebre médico forense, al
cual Freud se refirió en términos elogiosos en varios escritos; dice Freud que,
atraído por la personalidad de Jean Martín Charcot, en su estancia en París se
limitó a seguir las enseñanzas de este único hombre y dejó de asistir a otras
clases. Pero agrega: “Sólo a las autopsias forenses y conferencias del profesor
Brouardel en la morgue rara vez dejaba de asistir”. Freud allí estuvo
sensibilizado con la medicina forense de Brouardel y con la manera de inferir
detalles de la personalidad de los cadáveres a partir de indicios. En otra
referencia a Brouardel, Freud cuenta una anécdota: “Asistía yo a una de esas
veladas que daba Charcot; me encontraba cerca del venerado maestro, a quien
Brouardel, al parecer, contaba una muy interesante historia de la práctica de
esa jornada. Oí al comienzo de manera imprecisa, y poco a poco el relato fue
cautivando mi atención: una joven pareja de lejanas tierras del Oriente, la
mujer con un padecimiento grave, y el hombre, impotente o del todo inhábil.
‘Inténtelo usted’, oí que Charcot repetía, ‘le aseguro que lo logrará’.
Brouardel, quien hablaba en voz más baja, debió de expresar entonces su asombro
por el hecho de que en tales circunstancias se presentaran síntomas como los de
la mujer. Y Charcot pronunció de pronto, con brío, estas palabras: ‘Pero en
casos parecidos es siempre la cosa genital, siempre... siempre’. Sé que por un
instante se apoderó de mí un asombro casi paralizante y me dije: ‘Y si él lo
sabe, ¿por qué nunca lo dice?’”.
Para el joven Freud, Brouardel, el maestro que
revelaba los detalles de la personalidad a partir de indicios recogidos en un
cadáver, era quien contaba la anécdota, y el maestro Charcot era quien
afirmaba, desde toda su autoridad, aunque en un ambiente informal, aquello que
no decía en su cátedra: que había un origen sexual en la etiología de la
histeria.
* Texto extractado de El psicoanálisis y la
investigación en la universidad, de reciente aparición (Ed. Grama).
Publicado en el diario Página 12, suplemento de Psicología el 11-10-12
No hay comentarios:
Publicar un comentario