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lunes, 3 de diciembre de 2012

El Valor de la vida


Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los Alpes Suizos, Fue publicada en el volumen de "Psychoanalysis and the Fut", en New York en 1957. Fue traducida del inglés al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Angel Arce.
                  Por George Sylvester Viereck


"Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad".
Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma.  El escenario de nuestra conversación fue su casa de verano en Semmering, una montaña de los alpes austríacos. Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez e sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu fir­me, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me pertur­bó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.
Sigmund Freud: Detesto mi maxilar me­cánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pe­ro prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con noso­tros, tornándonos la vida más desagrada­ble a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.
(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial).

SF: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden universal. Fi­nalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas —en compañía de mi mujer, mis hijos— el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tu­ve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?
GSV: El señor tiene una fama. Su obra pri­ma influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.
SF: Si la Universidad de Viena me demos­trase reconocimiento, me sentiría incómo­do. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los deci­males. La fama llega cuando morimos v, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria postuma. Mi virtud no es la modestia.
GSV: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?
SF: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfe­cho. El trabajo es mi fortuna.
(Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía).
SF: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.
GSV: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista?
SF: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.
GSV: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?
SF: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?
GSV: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿ Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?
SF: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas de­trás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la mis­ma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carna­lidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No ha­bría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie - e compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.
GSV: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. El encuentra Hite el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la hu­manidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.
SF: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o in­conscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la com­pañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer" En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. .Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológi­camente, todo ser vivo, no importa cuan intensamente la vida ar­da dentro de él, ansia el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.
GSV: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.
SF: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pe­ro en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.

(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).
GSV: ¿En qué está trabajando el señor Freud?
SF: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanáli­sis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al aná-•> ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva ver­dad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.
GSV: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?
SF: Algunos de mis mejores discípulos son legos.
GSV: ¿El Señor Freud está practicando mu­cho psicoanálisis?
SF: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, inten­tando desatar conflictos psíquicos de un in­teresante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver...
(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemen­te anglosajonas).
GSV: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?
SF: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, esta­mos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiato­rio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. Él debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.
GSV: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espí­ritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. "Tout comprendre c'est tou pardonner".
SF: Por el contrario (acusó Freud susfacciones asumiento la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evi­tar. El análisis nos dice lo que debe ser eli­minado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.
(Comprendí súbitamente por qué Freud ha­bía litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).
SF: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me conside­ro un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.
(Quedé algo desconcertado con esta obser­vación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cual­quier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. En tanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!).
GSV: Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre que es un mortal!
SF: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.
GSV: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!
SF: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida a la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, el Emperador, Hindenburg, Briand, Foch, Joffre, George Bernard Shaw...
GSV: Es parte de mi trabajo.
SF: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbo­lo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de'su padre. Es parte del complejo del padre.
(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, re­flexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él).
GSV: Me gustaría —observé después de un momento—, poder que­darme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi pro­pia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.
SF: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.
(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión).
GSV: A veces imagino que si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volveremos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.
SF: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.
GSV: ¿Por qué?
SF: Porque son más simples. No sufren de una personalidad divi­dida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado ele­vados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables caracterís­ticas del hombre son generadas por ese ajuste precario a una ci­vilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nues­tros instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (Añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüe­dad. Tal vez sea ésa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.
GSV: Mi cachorro es un Doverman Pinscher llamado Ajax.
SF: Me contenta saber que no pueda leer. ¡Él sería cier­tamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!
GSV: Aún usted, Profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.
SF: (Sonriendo) De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más sim­ple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psi­coanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el ^sicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.
GSV: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictoria.
SF: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.
GSV: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.
SF: La vida cambia. El psicoanálisis tam­bién cambia. Estamos apenas en el co­mienzo de una nueva ciencia.
GSV: La estructura científica que usted levanta me parece mucho más elaborada. Sus fundamentos –la teoría del “desplazamiento”, de la “sexualidad infantil”, de los “simbolismos de los sueños”, etc.- parecen permanentes.
SF: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Con­seguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí don­de yo descubrí algunos templos, otros po­drán descubrir continentes.
GSV: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?
SF: Respondo con las palabras de su pro­pio poeta, Walt Whitman: "Mas todo fal­taría si faltase el sexo" (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está "más allá" del pla­cer —la muerte, la negociación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hom­bres aman al dolor— como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a:
"Cualesquiera dioses que existan
Que la vida ninguna viva para siempre
Que los muertos jamás se levanten
Y también el río más cansado
Desagüe tranquilo en el mar"
GSV: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él consi­dera al sexo carente de interés.
SF: (Sonriendo) Shaw no comprende al se­xo. El no tiene ni la más remota concep­ción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas del amor de Julio César —tal vez la mayor pasión de la historia. Delibe­radamente, tal vez maliciosamente, él des­poja a Cleopatra de toda grandeza, rele­gándola a una simple e insignificante mu­chacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es
inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfa-tiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humani­dad, en una especie de autodefensa procura su propia importan­cia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tárta­ro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuan distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.
GSV: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensida­des a la literatura.
SF: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El Zaratustra dice: "El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profunda­mente eternidad". El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler re­corre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es ni siquiera un poeta, es también un científico.
GSV: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La litera­tura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neilly Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. "The Silver Cord"por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.
SF: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Uni­dos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seria­mente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Uni­dos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.

Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente mé­dica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.
¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! El no puede obli­garse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. El oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el visitante que se aleja de su pre­sencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad!
Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acom­pañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo .dejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al darme el adiós.
No me haga parecer un pesimista —dice Freud después de un apretón de manos—. Yo no tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso. ¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros".

El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente cur­vado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia...

Publicado en ENCUENTROS Nº 33. Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Distrito XV. Noviembre de 2012.

2 comentarios:

  1. Sencillamente una entrevista encantadora! Por eso la quise compartir con vos sabiendo que la publicarías de alguna manera. Lectura compartida entre amigos.

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    1. Totalmente de acuerdo, es encantadora. Es mi esperanza que también lo compartan otros lectores.

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