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viernes, 5 de febrero de 2016

El decir de la anorexia

El decir de una anorexia *

Lic. Darío Groel

Que la anorexia se encuentre quizá en los límites inefables  de la práctica analítica, y que en su desenvolvimiento descubra, a la vez, cierta esterilidad de la cura por la palabra psreciera ser una cuestión que se impone como premisa irrefutable en el discurso de no pocos analistas. Y que al mismo tiempo, este padecimiento subjetivo hubo de ser paradójicamente diagnosticado tanto en el campo de la psicosis o de sus bordes, como también en el de una neurosis sin anudamiento, muestra, por un lado, las significativas dificultades que el fenómeno anoréxico ha presentado para el psicoanálisis y su psicopatología, pero por otro lado, muestra entonces, un a veces significativo retroceder frente a una clínica que por ser singular se aloja, necesariamente, en el encuentro con lo real.

La no tan frecuente producción escrita desde el psicoanálisis sobre tratamientos con pacientes anoréxicos y la compleja diversidad de posicionamientos políticos y hasta incluso éticos sobre el tema, parecieran evidenciar cierto retroceso en la función del analista en lo que a la dirección de su cura respecta. Cuestión que nos hace formular por lo menos la siguiente interrogación: si ni siquiera frente a la inexorable certeza de la psicosis los analistas hemos retrocedido, ¿por qué pareciera que sí lo hacemos frente al fenómeno anoréxico?

Considero factibles al menos tres respuestas. En primer lugar podemos suponer que para muchos analistas, o mejor dicho, para algunas escuelas de analistas, la mirada en extremo estructuralista sobre la psicopatología ha expulsado a la anorexia, por su particular escasez de palabras, del campo de las neurosis y de la transferencia. Que haya tres estructuras psicopatológicas, y que las mismas sean excluyentes, es cuestión teórico-conceptual harto repetida; pero que los analistas no podamos ubicar con claridad a la anorexia en ninguna de ellas, ¿no será que estamos intentando acomodar en exceso la experiencia a la teoría y que estamos, por lo tanto, produciendo la suspensión de una escucha flotante y libre de prejuicios? Pareciera que por quedar fuera de la tradicional precisión psicopatológica-estructural queda también, el fenómeno anoréxico, fuera de la singular escucha analítica, volviéndose entonces, un padecimiento que hace borde.

Sin embargo Freud no dejó de mostrar, incluso desde el inicio de su invención, las conexiones entre histeria y anorexia. En el Manuscrito G (1895), dice: "La tan conocida anorexia nerviosa de los adolescentes me parece representar una melancolía en presencia de una sexualidad rudimentaria. La paciente asevera no haber comido simplemente porque no tenía apetito, y nada más. Pérdida de apetito equivale, en términos sexuales, a pérdida de libido. (...) He aquí la anestesia histérica, enteramente análoga a la anorexia histérica (repugnancia)".

En otro de sus textos, Historia de una neurosis infantil (caso el Hombre de los Lobos, 1914), dice: "Lo primero que de él averiguamos es la perturbación de su apetito, lo cual interpretamos como el resultado de un proceso de carácter sexual. (...) El fin sexual de esta fase no podía ser más que el canibalismo, la ingestión de alimentos; en nuestro paciente tal fin exterioriza, por regresión desde una fase superior, el miedo a ser devorado por el lobo. Este miedo hubimos de traducirlo por el de servir de objeto sexual a su padre"

 Otras referencias similares donde la anorexia intenta ser tomada en tanto síntoma pueden encontrarse en Estudios sobre la histeria (1895) y en el Análisis fragmentario de una histeria (caso Dora, 1901). Conexión que si bien puede ser puesta en tela de juicio, convoca, en todo caso, a que no se rechace tan rápidamente la urgencia de su decir.

Podemos pensar todavía una segunda respuesta: que a pesar de las sugerencias freudianas sobre la relación entre el no-comer y la sexualidad, la anorexia perdió su lugar sintomático precisamente a partir de las indicaciones de Freud y de su religiosa autoridad a la hora de definir el campo de la praxis. Dice Freud en su texto Sobre Psicoterapia (1904): "No se acudirá tampoco al psicoanálisis cuando se trate de la rápida supresión de los fenómenos amenazadores; por ejemplo, en una anorexia histérica". También sostiene una similar postura restrictiva en otro texto de la misma época, El método psicoanalítico de Freud.

Pero ¿es suficiente esta restricción del padre del psicoanálisis para que sigamos retrocediendo hoy frente al fenómeno anoréxico? ¿No estuvieron presentes también restricciones similares frente al tratamiento de las psicosis? Considero que incluso en sus detenciones, Freud sigue siendo motor para el psicoanálisis, y que precisamente en el lugar donde su escritura muestra la opacidad de un obstáculo otras letras pueden, sin embargo, aún escribirse. Podemos pensar todavía una tercera respuesta: que del lado del analista algo resiste contra la anorexia allí donde alguna singularidad subjetiva, atrapada en una siniestra estructura sintomática, dice sin rodeos y sin vacilaciones: "no deseo comer". Pareciera que los sujetos en-apariencia-no-deseantes no son tan amablemente aceptados en la travesía analítica.

Sin embargo Lacan no cae en este engaño imaginario del deseo, lee bien, por el contrario, lee a la letra, e interpreta entonces que el deseo en cuestión es, en realidad, deseo de nada. El fenómeno anoréxico muestra así su horizonte deseante: el deseo de comer sigue estando, es en todo caso, deseo de comer nada .

Dice Lacan en el Seminario 11: "El objeto a es algo de lo cual el sujeto, para constituirse, se separó como órgano. Vale como símbolo de la falta, es decir, del falo, no en tanto tal, sino en tanto hace falta. (...) A nivel oral es la nada, por cuanto el sujeto se destetó de algo que ya no es nada para él. En la anorexia mental, el niño come esa nada". ¿No será acaso esta extraña forma que asume el deseo, en tanto que es deseo de nada, lo que a la hora de pensar la anorexia produce una resistencia en el discurso de los analistas?

Lacan lo nombra como deseo alimentario e insiste en sostenerlo dentro de la dimensión de la sexualidad y del objeto, incluso cuando éste es reducido a deseo de nada.

También en el Seminario 11 dice: "El deseo alimentario y la alimentación tienen un sentido distinto. El deseo alimentario es aquí soporte y símbolo de la dimensión de lo sexual, la única que ha de ser rechazada por el psiquismo. Subyacente aquí está la pulsión en su relación con el objeto parcial".

¿Por qué pareciera, entonces, que los psicoanalistas retrocedemos frente al fenómeno anoréxico? Ya sea por una imposibilidad de localización en las estructuras, imposibilidad que no es sino muestra efectiva de una clínica que es necesariamente de lo real; o por ser un campo precisamente no habilitado por Freud, habilitación que sigue sosteniendo la existencia de un discurso que es en esencia amo; o por ser la escena descarnada de un deseo reducido a deseo de nada, una nada que sin embargo sigue demandando ser escuchada; lo cierto es que algo sí queda claro: que a pesar de esto, la anorexia se hizo y se sigue haciendo escuchar, y que las psicoterapias en todas sus dimensiones intentaron aprovechar tal demanda, ocupando sistemáticamente el retroceder del psicoanálisis.

Considero que el fenómeno anoréxico habla y demanda ser escuchado, y que la singularidad de una clínica psicoanalítica que sea de lo real puede localizar el decir que ubica a un sujeto, a su fantasma y a su deseo, y producir quizá la entrada en un análisis; o, por lo menos, lograr cierta dignidad y valoración de un recorrido que sea preliminar, lo cual no es poca cosa.

El siguiente recorte clínico corresponde a las entrevistas preliminares en un hospital público de una paciente con diagnóstico psiquiátrico y nutricional de Anorexia Nerviosa. María, de 17 años, llega a mi consultorio luego de haber realizado una internación en un hospital de día especializado en trastornos de la conducta alimentaria. Comenta que dicho lugar se volvió "insoportable". Su peso actual es de 42 kilos, lejos de los 53 requeridos por su nutricionista pero lejos también de los 39 que llegó a tener. Los tratamientos nutricionista y psiquiátrico parecieran haberse estancado. Refiere dificultades con la alimentación desde hace por lo menos dos años.

Se presenta flaca y con aspecto desmejorado, dice que la "mandan" para aumentar de peso y que la comida no le gusta, que la madre está muy "encima", que nunca conoció a su papá porque éste dejó "plantada" a la mamá el día en que se iban a casar, que su apellido es el materno, que hace ocho años "perdió" a un hermano menor y todavía se angustia, y que siente demasiada vergüenza cuando la miran, cuestión que dificulta gran parte de sus actividades sociales. Dice en la primera sesión: "Estoy huesuda, todos me ven mal". Intervengo diciendo: "Yo no te veo mal, te veo bien".

Asegura perder el deseo de comer cada vez que la obligan a hacerlo y que la madre le dice siempre "¿Por qué me desprecias?". Sólo come algunas comidas que son preparadas por la abuela, a pesar de ser "picantes" y de no gustarle.

Luego de un tiempo de análisis relata un sueño: "Mi mamá me decía que tenía que ir a Chaco porque mi papá me esperaba allá. Yo no quería, lloraba. M i papá no me va a poder separar de mi mamá". Intervengo diciendo que un papá sí puede separar y que además espera.

Tiempo después, y debido a un viaje de la abuela al lugar donde vive el papá, María le pide que se contacte con él. El padre envía una foto con su firma en el reverso. Ella empieza a seleccionar la "mejor" foto de su cumpleaños de quince para enviársela en un próximo viaje. Dice: "Una foto donde esté linda".

En la sesión siguiente habla sobre lo que le pasa con la comida, dice tener el estómago "cerrado" y "chiquitito", y que éstas son las palabras que utiliza la madre cuando ella no tiene ganas de comer. Y aclara: "Es cuando no me pasa la comida". Intervengo diciendo que sí es cierto que el papá no le pasa la comida, la cuota alimentaria, pero que a pesar de eso pudo pasarle por lo menos una foto, una foto capaz de abrir.

En el próximo encuentro comenta: "Siempre le pido tortilla de papa a mi mamá. Es la comida que más me gusta. Pero ella no me la quiere hacer porque dice que es muy difícil". Luego de reírse me cuenta que papa es igual que papá, y que su mamá nunca le quiso contar algo sobre él.

Luego de tres meses de tratamiento María subió por lo menos dos kilos y viene al consultorio sin necesidad de ser acompañada. Se muestra entusiasta, con mayor apariencia femenina y no tan alejada de aquello que para cualquier paciente "claramente neurótico" diríamos sin dudar que se trata de la transferencia. Sabe ahora, en todo caso, que algo de la función paterna necesitó (y necesita todavía). Quiere a un "papá hecho tortilla" cuestión un poco distinta a querer "comer nada". Descubre además que sueña, y que dice equívocos, y que su intencionalidad inconsciente empuja por metaforizar al padre a pesar de su forzoso "apellido-demasiado- materno".

Podemos pensar que la madre de María no permitió que haya registro de la falta: nombró rápido y excluyó, a la vez, a la paternidad de su lugar normalizante. No pudo haber, de esta manera, un papá-que pueda- separar. El nombre-del-padre así excluido quedó entonces, reducido a "nada". Pero esto no fue sino en una dimensión de paradoja: esta nada resultó, al mismo tiempo, ser una nada con potencia; una nada capaz de dejar a una mujer que sí es deseante, "plantada" al pie de una iglesia; una nada que puede ser sistemáticamente defendida cada vez que una hija pretenda transformarla en "tortilla". María no es una psicótica, esto está claro, y si bien en el lugar del Otro el padre reducido a "nada" estuvo excluido, no hubo siquiera intento de forclusión.

A pesar de la potencia imaginaria del padre excluido, la falta no pudo ser falta en la estructura de María. El objeto de la pulsión, en tanto pulsión alimentaria, no pudo quedar en falta, no logrando así ubicarse como siendo resto y objeto del deseo. Pareciera que el objeto parcial de la pulsión no cayó como objeto a. Cuestión que dejó a un estómago "cerrado" y atragantado con el objeto saturado en el goce pulsional. Y no sólo bajo la especie oral del objeto sino también, por lo menos, bajo otra especie: la mirada. No solamente no hay falta que habilite el deseo de comer algo, tampoco hay espacio para que la mirada de un padre pueda encontrar a su hija. Refiere Lacan en el Seminario 11: "Justamente, el objeto a se presenta, en el campo del espejismo de la función narcisista del deseo, como el objeto intragable, si me permiten la expresión, que queda atorado en la garganta del significante. En ese punto de falta tiene que reconocerse el sujeto".

Mis intervenciones en tanto analista-que-escucha no son sino el intento de hacer suplencia de una función paterna que, sin dejar de haber sido potencia imaginaria, quedó, en todo caso, literalmente reducida a nada; excluida, no forcluida; que desde la misma impotencia de su función mostró, paradójicamente, las potencias de una dis-función. Fueron intentos de hacer una suplencia que sea capaz de instaurar la falta. Porque más allá de la relación pulsional de un sujeto con el objeto a ser comido, es posible, a partir de la falta, la realidad deseante que posibilita el encuentro amoroso con el Otro. Suplencia de la metáfora paterna entonces, de una metáfora que hace faltar a la falta, de una metáfora que permite hacer de un padre devorado un Otro posible de ser amado. ¿Y no es acaso la dimensión del  amor la que se abre precisamente con mi "te veo bien" y que continúa en el intercambio de las fotos? Refiere Lacan también en el Seminario 11: "El amor sólo puede postularse en ese más allá donde, para empezar, renuncia a su objeto. Esto también nos permite comprender que todo refugio donde pueda instituirse una relación vivible, temperada, de un sexo con el otro, requiere la intervención de ese médium que es la metáfora paterna; en ello radica la enseñanza del psicoanálisis".

Todavía es posible, creo, avanzar un poco más allá, y adentrarse en un otro-campo que si bien no es psicoanálisis, tampoco es, a la hora de comprender a la subjetividad, ni una ciencia ni mucho menos una religión. Me refiero a la literatura kafkiana, literalidad subjetiva que no es sino literalidad.

Kafka escribió un cuento llamado Un artista del hambre. En él relata la condición trágica de un sujeto-sin-nombre que se ganaba la vida ayunando en exposiciones. Realizaba tales actos con el único propósito de ser mirado (ad-mirado) por un público complaciente, y por un empresario organizador que acotaba la duración de los ayunos permitiendo así su repetición. Cuando la muchedumbre perdió el interés por estos espectáculos de ayuno, el ayunador, esta vez sin empresario, se encerró en una jaula de circo y gozó de su práctica con una absoluta libertad en lo que a la temporalidad se refiere. Luego de un tiempo ya inconmensurable, y casi al final del cuento, el ayunador olvidado por todos y perdido
entre la decoración de la jaula se encontró con el inspector del circo. Se produce el siguiente diálogo:

"¿Ayunas todavía?", preguntó el inspector.
"¿Cuándo vas a cesar de una vez?".
"Había deseado toda la vida que admiraras
mi resistencia al hambre", dijo el
ayunador. (...) Porque me es forzoso
ayunar, no puedo evitarlo. (...) Porque
no pude encontrar comida que me gustara.
Si la hubiera encontrado, puedes
creerlo, no habría hecho ningún cumplido
y me habría hartado como tú y como
todos.
Estas fueron sus últimas palabras, pero
todavía en sus ojos quebrados, se mostraba
la firme convicción, aunque ya no orgullosa,
de que seguiría ayunando.

¿Por qué para el protagonista este forzoso ayunar se vuelve inevitabilidad? Una primera lectura responde sin titubeos: para ser ad-mirado. Captura imaginaria donde el sujeto no puede escapar de la mirada voraz del Otro, precisamente allí donde ese objeto mirada se perpetúa en un tiempo continuo y sin cortes. Dice Lacan en el Seminario 11: "Sólo que el sujeto a diferencia del animal, no queda enteramente atrapado en esa captura imaginaria. Sabe orientarse en ella. ¿Cómo? En la medida en que aisla la función de pantalla y juega con ella. El hombre, en efecto, sabe jugar con la máscara como siendo ese más allá del cual está la mirada".

El corte que depone la mirada voraz estuvo, en la primera parte del cuento, rudimentariamente posibilitado por el empresario, pero sin embargo, la misma no se sostuvo una vez que el ayunador quedó solo. Pareciera que su potencia imaginaria, que es dis-funcional en tanto metáfora, no logró una inscripción simbólica y efectiva. ¿No son estos dos, quizá, dos tiempos lógicos en el fenómeno anoréxico: un rudimentario nombre-del-padre primero, un espectáculo de ayunos-sin-corte después?

Pero todavía es posible una segunda lectura: que el ayunador tampoco encontró una comida que le guste. Y es aquí donde la especificidad del fenómeno anoréxico, me refiero al deseo en tanto deseo de nada, muestra su impronta. "Si la hubiera encontrado, me habría hartado como todos", dice un ayunador completamente consumido por el goce de la nada. El sujeto
no puede, en el fenómeno anoréxico, ser corte y separación que deponga una mirada, queda por el contrario atrapado en el cuadro y consumiendo nada.

Dice Lacan en el Seminario 11: "Vemos pues, así, que la mirada opera en una suerte de descendimiento de deseo (...). En él, el sujeto no está del todo, es manejado a control remoto. Modificando la fórmula que doy del deseo en tanto que inconsciente —el deseo del hombre es el deseo del Otro— diré que se trata de una especie de deseo al Otro, en cuyo extremo está el dar-a-ver".

 ¿Por qué este descendimiento del deseo del Otro a un deseo al Otro? Porque ya no hay, al menos, ni siquiera un empresario que funcione en tanto corte rudimentario, dice Kafka, porque ya no hay metáfora paterna funcionando como corte, decimos los psicoanalistas. Pareciera que la Castración, que es ley y es a la vez deseo que retorna luego de que el padre fuera devorado, deja de retornar si es que el banquete no ha finalizado.

Considero que en el fenómeno anoréxico lo que no-puede-dejar-de-tragarse, al punto quizá de atragantamiento, es a un padre que por haber quedado reducido a nada, no puede lograr, por lo tanto, ser agente de la castración.

Llegamos nuevamente a la roca viva del psicoanálisis, ¿acaso no ha sido esto desde el inicio: que un padre pueda ser devorado para que luego retorne, en tanto ley, logrando así el anudamiento de una neurosis?

¿Cuál sería entonces mi interpretación para el decir de este fenómeno anoréxico? Que allí donde la potencia imaginaria de un padre también imaginario dis-funcionó en tanto privador, por haber quedado excluido y por lo tanto reducido precisamente a "nada", quedó, por el contrario, siendo nada-devorado en un banquete parricida sin cortes, sin que por ello se deponga la mirada y puedan armarse (y amarse) la letras de un nombre paterno que sea metáfora y castración.

BIBLIOGRAFIA
— Freud, S. - Manuscrito G. En Obras completas.
— Freud, S. - Historia de una neurosis infantil (caso
El Hombre de los Lobos).
— Freud, S. - Estudios sobre la histeria. En Obras
completas.
— Freud, S. - Análisis fragmentario de una histeria
(caso Dora). En Obras completas.
— Freud, S. - Sobre psicoterapia. En Obras completas.
— Freud, S. - El método psicoanalítico de Freud. En
Obras completas.
— Kafka, F. - Un artista del hambre.
— Lacan, J. - Seminario XI. Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Paidós.



* Publicado en Revista ENCUENTROS en el marco de las XIII Jornadas Psicoanalíticas. Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, Distrito XV, Noviembre de 2006.

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